COSAS MARAVILLOSAS
Princesas gordas, mamás que gritan y piden perdón y un baile con la muerte dicen presente en los libros infantiles de la escritora e ilustradora alemana Jutta Bauer. De paso por nuestro país, habla de escuchar a lxs niñxs, estimular su imaginación sin censura y ser lo mejor que podemos para ellxs: reales.
› Por Laura Rosso
Madrechillona es la historia de un grito de una mamá a su hijo chiquito. Un cuento que la escritora e ilustradora alemana Jutta Bauer le escribió a su hijo Jasper cuando tenía cuatro años. Una vez le gritó y luego se sintió mal. Arrepentida, salió de la habitación, escribió algo sobre eso y lo guardó en una caja. Nada podía hacer inmediatamente con esas palabras dibujadas en un anotador, pero con el paso del tiempo ese episodio tomó forma de libro. Los protagonistas son una mamá pingüina y su pequeño hijo. Un día la mamá le grita de tal forma que lo hace salir volando en pedazos. La cabeza del pequeño pingüino vuela al universo, su cuerpo cae al mar, sus alas se pierden en la jungla, su pico aterriza en las montañas y sus pies corren sin parar hasta llegar al desierto del Sahara. Ahí, de repente, a los pies los cubre una gran sombra. Es Madrechillona que había cosido todos los pedazos y solo le faltaban los pies. Y le dice a su hijo: “Perdón”. Este cuento obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil de Alemania, en 2001.
Jutta Bauer llegó a Buenos Aires desde Hamburgo para participar de la 5º edición del Filbita (Festival de Literatura Infantil y Juvenil) que organiza la Fundación Filba. Su último libro, Limonada -que espera ser editado en nuestro idioma- se construye sobre la idea de los cumpleaños. Empieza así: “Como era mi cumpleaños, llamé: ¡Vengan todos, hay limonada!” Llegaron con regalos el sol, la mamá, una zarzamora, Tejón, Salchicha y el Gundi. Mientras beben limonada, alguien golpea la puerta otra vez. Esta vez es la Muerte que llega al cumpleaños y trae un relojito de regalo. En este cuento, la muerte es una visitante más “porque es un año más de vida”, dice la autora. Desde esa idea fue creciendo la historia. “Puedo hacer algo con la muerte”, pensó y la dibujó simpática. No quería que causara miedo. “Si es un personaje al que dejamos entrar en nuestra vida diaria hasta puede ser una amiga”, sostiene mientras conversa con Las12 antes de su participación en un taller para editores/as y traductores/as en el marco del mismo festival. “Eso puede ayudarnos a hacer nuestra vida más intensa y mejor. Existen culturas como la mexicana que celebran el día de los muertos, en Alemania en cambio casi que ni se habla de la muerte. Y menos con los niños.” En el cuento, la madre de la cumpleañera baila con la muerte. Hacia el final la niña le dice ‘Andate.’ Le puede decir adiós. ‘Fue el mejor de todos los cumpleaños’, concluye el cuento.
Jutta cuenta que en Hamburgo, donde vive, “la mayoría de las mujeres están solas, se manejan solas y hacen casi todo solas. Son ellas las que se sienten responsables de sus hijos.” Algo de eso tuvo su propia historia. Nació en 1955 en la misma ciudad donde hoy vive. De chica, nunca le gustaron las matemáticas, ni era buena en gimnasia. Solo le gustaba dibujar y cantar. Fue hippie en los´70 y colaboró con una revista para lxs sin techo de su ciudad y durante varios años realizó tiras de comics para Brigitte, una publicación dedicada a las mujeres. Recuerda las improntas de sus luchas de juventud y sus compromisos sociales. Y aunque no cree en los ángeles, en su libro El ángel del abuelo, aparece la idea del legado de las generaciones que nos preceden y ciertas alusiones a la guerra. “Aprendí a ver las cosas de una manera más crítica. Así mirábamos al mundo. Queríamos cambiarlo. Teníamos dieciséis o dieciocho años y no nos gustaban las formas fascistas, nos manifestábamos en las calles”. Cuando dibuja y escribe trae a escena cuestiones como las emociones, la muerte, la tristeza, la guerra. “Escribo lo que me sale del estómago. No lo pienso muy profundamente. Lo que hago es sacar para simplificar y que quede lo que es realmente necesario. Hay cosas que no se pueden cambiar porque están así grabadas en mi mente, como un rezo o una plegaria que no admiten alteraciones. Es así o nada. Tampoco lo pienso muy intelectualmente. Es más lo que yo siento que está bien. Como las letras de las canciones, que te gustan como son y no pensás en cambiarlas.”
En 2010 fue la ganadora del Premio Hans Christian Andersen de Ilustración, el más alto reconocimiento internacional otorgado a un autor o autora y a un ilustrador o ilustradora de libros para niñxs y jóvenes. “Para mi trabajo necesito mantener la niña interior. Guardo desde hace años unos ositos que están incorporados a la familia, y con mi hijo nos enviamos fotos de ellos y yo los saludo si me voy de viaje. Es un juego frecuente en mi familia, mis hermanas y sobrinas hacen lo mismo. Es un código de familia. Mi madre también lo hacía. Le hablaba al pollo que cocinaba. Eso es algo que no se aprende, se comparte en familia. Es uno de los tesoros que guardo y trato de no perder.” Jutta advierte que lxs maestrxs ocupan gran parte del día en explicarles a sus alumnxs lo bueno y lo malo, y ella como artista hace justo lo contrario: se sienta con los chicxs y les dice que todo lo que a ellxs les parece bien está bien. Porque lo que hacen, lo hacen por algo y hay que escuchar lo que dice esa razón. “Si le preguntás a un adulto si sabe dibujar la mayoría contesta que no. En cambio si les preguntás ¿sabés escribir? Contestan ‘sí, por supuesto’. Por ejemplo, dibujar gatos o perros es fácil para los chicos, pero no para los adultos”.
-Quizá tiene que ver con la escuela, con los maestros. Es como cantar o bailar. Se tiene que hacer perfecto. Si el dibujo no concuerda con la realidad se concluye que no está bien. Y así perdemos el coraje para hacerlo. Si te permitís hacer y valorás lo que hacés no te tiene que importar que los demás se rían. Es algo mío. Yo no bailo muy bien pero lo hago porque me gusta.
Jutta considera que para resolver conflictos hay que pasar por la tristeza y el dolor. Y lo refleja en sus cuentos. Eso ocurre con Malwida, por ejemplo, la reina en La reina de los colores. Un cuento con una reina que no es hermosa, tampoco es flaca, ni rubia de pelo largo y ojos celestes. Todo lo contrario: es gorda, tiene el pelo corto y oscuro, y viste un batón que se le cae y del que a veces asoman sus tetas caídas. Un día, Malwida se para delante de la puerta de su castillo y llama a sus súbditos, los colores. Azul se presenta y cubre el cielo, Rojo se convierte en caballo y la hace sentir indómita y poderosa. También llama al Amarillo, que llega cálido y luminoso. Pero luego los colores se pelean y todo se vuelve gris, como cuando se mezclan con un pincel. Gris y más gris. Hasta que Malwida le ordena a ese color que se vaya: ¡Andate!’, le grita mientras llora. Y cuanto más llora, más desaparece el gris. Así, entre lágrimas copiosas aparecen los colores otra vez. Es el llanto el que ayuda a resolver esa tensión. Jutta le saca el jugo a sus trazos simples y sugerentes. Con el gris aparece la tristeza que se apodera de la reina, pero de ella misma surge nuevamente la posibilidad de que aparezcan otras emociones. Y eso ocurre en forma de estrellas, burbujas, remolinos y serpentinas de colores. En los cuentos de Jutta Bauer, el pensamiento toma curvas, caminos sinuosos y llega a destino atravesando diagonales. “Cuando hago los talleres con los chicos, de entrada piensan: ‘Debo dibujar una linda princesa’. Obligatoriamente debe ser linda. Y todos hacen la misma princesa, con pelo largo y rubio. Y yo les digo: No, dibujá tu propia princesa. Tal vez viene en bombacha, o es peluda. O tal vez es un perro. Puede ser seria, graciosa, muy alta, muy gorda. O con pelo negro. No necesariamente rubias’. Y lo entienden inmediatamente y así tenemos distintas princesas y nadie mira la que está haciendo el o la de al lado. Y nadie dice lo hice mal, dame otra hoja. Pueden experimentar, cambiar y hacerlo como les gusta. No existe una norma.”
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