Sáb 28.11.2015
las12

MONDO FISHION

La última extravagante

› Por Victoria Lescano

Icono del estilo de comienzos de siglo veinte, consumidora y conocedora de la alta costura desde la niñez (asistió a pruebas de ropas de su aristócrata abuela francesa desde los siete años), Jacqueline de Ribes forjó modos tan extravagantes como barrocos que supieron elogiar de Truman Capote a la editora Diana Vreeland.

Richard Avedon la retrató con una trenza inclinada hacia la derecha que acentuaba su cuello largo, el diseñador Emilio Pucci solía referirse a ella como “mi jirafa” y en relación a su agitada vida social su suegro la definió como “un cruce entre princesa rusa y chica del (cabaret) Follies Bergère”. El acervo de Jacqueline Bonnin de La Bonninière de Beaumont, la mujer en cuestión, nacida en Francia en 1929 y más conocida por el apellido de su marido, Edouard de Ribes, arribó al Metropolitan Museum of Art de Nueva York con la muestra “Jacqueline de Ribes: el arte del estilo”, luego de ocho años en que el curador Harold Koda indagase entre los tesoros de su ático. Allí se remixan tanto las fotografías de sus atuendos para bailes de máscaras como los que realizaba el mexicano Charlie de Beistegui donde Jacqueline cautivó con una chiquérrima bolsa de papas devenida falda larga como la gala en blanco y negro de Capote y los trajes de alta costura diseñados por Saint Laurent o Armani’s Privée remozados por ella. Los trajes de la expo que se puede visitar hasta febrero están fechados entre 1960 y 1990: también hay álbumes familiares y videos documentales. Los perfiles de la aristócrata de Ribes suelen indicar que en ocasiones se refirió al matrimonio como a una jaula y que consideró a la moda “una gran herramienta de expresión”. Para desconcierto de los más puristas del estilo francés, fue pionera en vestir una minifalda de jean en los sixties para pasearse por su casa de Ibiza. Su prueba piloto como diseñadora transcurrió circa 1953, alentada por Oleg Cassini (célebre por sus trajes para Jackie O), el modisto que argumentó con torpeza misógina que ya que era una diseñadora frustrada podía empezar a colaborar con él. En principio, ella cortó y diseño toiles desde el ático de su hogar parisino, contrató a una jefa de taller en la casa Jean Patou para que la ayudase, así como también reclutó a aprendices de costura. Los trajes partían hacia Manhattan en barco y dentro de cajas, pero ante el pedido de bocetos para ofrecer los modelos a las clientas y ante su desconocimiento del asunto, contrató al por entonces joven e inexperto Valentino Garavani.

Unos años más tarde, cuando la proclamaron la mujer mejor vestida de 1956, inició otra colaboración -o colección cápsula como se dice en la jerga actual- junto a Emilio Pucci, a quien conocía de los centros de ski europeos. Jacqueline llegó a instalarse unos días en el Palacio Pucci para desarrollar vestidos de noche en blanco y negro. Su faceta de diseñadora socialité (un género que luego continuó y profesionalizó Carolina Herrera) se puede fechar en julio de 1982: el día en que cumplió 52 anunció a sus hijos y a su pareja que se dedicaría de lleno a la moda. La apadrinaron sus amigos Yves Saint Laurent y Pierre Bergé al punto que cuando en simultáneo con la semana de la moda, Jacqueline convocó a un desfile en su hogar (el mismo en que en 2015 se presentó su reciente biografía: Countess of Clothing). Yves le prestó varias mannequins de su staff, así como también las luces y el equipo de sonido. La colección fue un éxito de críticas y de ventas, sus primeros trajes con remixes de tweed y de terciopelo fueron celebrados y de inmediato obtuvo un contrato de tres años en la tienda Saaks Fith Avenue. Los maniquíes para sus ropas fueron esculpidos a su imagen y semejanza y a mediados de 1980 la actriz Joan Collins eligió un modelito de de Ribes para su boda, Cher y Raquel Welch le encargaron varios y también la eligió Nancy Reagan en su búsqueda de cierto glamour francés.

Su arte puede resumirse en los modos de llevar la alta costura, lejos de los dictámenes del marketing y de los asesores de vestuario y de sorprender una y otra vez con sus improvisaciones para galas. Su amigo Saint Laurent con frecuencia la comparó con la Duquesa de Guermantes, el personaje de Proust y hace algunos años le dedicó el siguiente elogio: “Ella es un ejemplo a seguir, irradia luz, su cuello largo reluce como el brillo de 100 luces. Pájaro lira. Rey pájaro. Pájaro del paso”.

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