VISTO Y LEíDO
La vida como apunte permanente que se narra a la velocidad del pensamiento en el último libro de poesía de Marina Gersberg, La profundidad de los ataques.
› Por Daniel Riera
“Escapar no es huir”, en el poema que da título a este libro, podría ser la frase clave, el plot que desarma todo lo demás. Quién sabe. Correrse del medio de la ruta para que no te embista un camión. Apostar a la levedad para no ser lastimada por el otro, con resultados dispares. Que nunca me conozcas del todo. “sólo conocés el erotismo/ de los cuerpos ni siquiera sospechás/ que estoy alineada con las que son madres/las que prenden velas en shabat”. La intimidad como un lugar sagrado al que nadie accede (salvo lxs lectorxs). La intimidad como una caparazón a ser protegida, casi como el principal obstáculo para un sentir compartido. El problema central del amor: una persona es siempre una persona, una pareja es un ente que a veces puede chocar con esa pretensión de autonomía. Y sin embargo... “No sé estar sola/realmente no sé/ qué hacer.” Sobre ese estado de crisis básico (la soledad es imposible/la compañía también) navega La profundidad de los ataques de Marina Gersberg.
En el ajedrez se llama “Zugzwang” al momento en que cualquier jugada que uno haga es mala (hay un famoso cuento de Rodolfo Walsh que lleva ese nombre). Alguien dijo alguna vez que la vida es una manta corta. Ya no sabemos quién lo dijo, pero seguimos repitiéndolo porque la metáfora sigue siendo útil, porque la insatisfacción sigue siempre más o menos en el mismo lugar. “I can ’t get no/satisfaction/and I try” , dijo Mick Jagger hace medio siglo y sigue agotando entradas y probablemente siga con el mismo problema. ¿Qué hacemos con esto? Nada, claro. Lo que podemos, que nunca es mucho.
La segunda parte de La produndidad de los ataques tiene un título, “Soñé que alguien lloraba”, y está compuesta por apuntes en prosa de una especie de memoria anual epigramática. Hay un apunte por año, un apunte que podemos imaginar como la síntesis de la educación sentimental recibida. Aquí suceden cosas y, a diferencia de la primera parte del libro, no hay un análisis de los hechos enunciados, no hay algo así como la descripción de una interioridad, excepto en nada menos que la elección de aquello que que se cuenta, las anécdotas dispersas que forman una biografía.
Facebook antes de Facebook se llamaba “Diario íntimo”, pero ahí otra vez surge el problema entre la intimidad y la autonomía: siempre escribimos para que alguien nos lea, en una agenda (tal vez de Hello Kitty) o en un muro. Parte del juego en apariencia naïve (sólo en apariencia) de esta segunda parte consiste en ese efecto: dejé con cierta calculada despreocupación mi diarioanuario sobre la mesa, lo tomaste y ahora lo estás leyendo, y ahora me estás conociendo. Uno de esos apuntes consiste precisamente en eso mismo. “2005/Un día descubro a mi novio revisándome la agenda y él se desmaya. Llamo a mi pediatra a las 4 de la mañana.” Consumos, colegio, viajes, sexualidad, novios que van y vienen y cierta abulia pop van configurando, capa sobre capa, a esa mujer cuya revelación inicial es: “1986. Mi mamá esconde bombachas sexys en el último cajón de su placard. Las descubro.” Es que las bombachas de mamá también son una forma de escritura secreta: escritos en el cuerpo, como los besos de lengua del hermano mayor con su novia. “1993. Espío a mi hermano más grande dándose besos de lengua con la novia. Esa misma tarde, después de merendar galletitas de leche, ella me enseña a escribir en la agenda palabras de amor con letras infladas”. Vida y obra, entonces, una misma cosa. La persona que nos enseña cómo se dan besos de lengua cómo es “tener novio” probablemente sea la más indicada para enseñarnos a escribir, aunque luego algún novio timorato (ahora un novio propio) se desmaye. La misma mamá cuyas bombachas fueron descubiertas en 1986 muere en 1994. En 1995, papá tiene una novia nueva. No hay consideraciones al respecto. Cada año tiene su propio movimiento y lo único que no podemos hacer es detenernos.
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