LETRAS
La escritora cordobesa Perla Suez acaba de recibir el Premio Sor Juana Inés de la Cruz –que se entrega todos los años en México a mujeres latinoamericanas– por El país del diablo, una novela de supervivencia y venganza ambientada en los tiempos de la Conquista del Desierto, sobre una joven mujer mapuche que defiende la identidad de los pueblos originarios.
› Por Malena Rey
“A la literatura no le ha interesado contar tiempos esplendorosos sino momentos difíciles y contradictorios. La sumisión no es tierra de contar para mí. La sumisión fue contada y explotada en todo el mundo desde la historia de los tiempos”, afirmó la escritora cordobesa Perla Suez al comenzar su discurso de agradecimiento del Premio Sor Juana, que recibió emocionada en diciembre durante la última edición de la Feria del Libro de Guadalajara por su novela El país del diablo (Edhasa). Un premio importante, que se otorga solamente a mujeres latinoamericanas desde 1993, y que le dará todavía más proyección internacional a su ya vasta obra, que incluye varios títulos para el público infantil y juvenil. Es que en esa frase breve y concisa se proyecta un tema nacional como el de su último libro y se convierte en tema universal, que puede conmover y hacer reflexionar a lectorxs y juradxs de cualquier país.
Porque ¿qué tiene de especial El país del diablo? En principio, que se trata de una especie de western patagónico, ambientado durante la hostil Campaña del Desierto a fines del siglo XIX, en las extensas tierras del sur llamadas así por el General Roca, entonces presidente del país. La novela es el relato de una supervivencia, la de Lum, una niña mapuche de catorce años, mitad india y mitad blanca, que luego de presenciar el asesinato de su madre y el de la Machi de su tribu, debe luchar contra la violencia de la que es víctima persiguiendo a un grupo de hombres en las profundidades de ese desierto, uno de los protagonistas indiscutidos de la novela: un desierto tan profundo que enloquece, que hace perder el sentido del tiempo y la distancia, que transforma indefectiblemente a lxs que pasan por él. La de El país del diablo es una historia de venganza y de reconocimiento, escrita con una prosa envolvente, cargada de potentes imágenes y metáforas, en la que los rituales y los símbolos tejen una trama paralela.
Siempre he trabajado sobre la misma obsesión: mis ancestros escapando, mis abuelos al llegar a la Argentina desde Europa en los barcos, y el tema de los inmigrantes en general. Sé que con esta última novela cerré de algún modo una temática que me obsesionaba. Al meterme en la cultura mapuche o araucana, me di cuenta de que ésta no me era ajena. Después de todo, en mis orígenes está también el desierto y las tribus dispersándose y buscando un lugar donde habitar desde hace miles de años. “Desierto” es una de las palabras más importantes que escuché de niña cuando mi abuelo paterno me contaba cómo escaparon mis ancestros de Egipto. Si bien en nuestro desierto patagónico no hay camellos ni oasis, sentí que al tener toda esa energía en la sangre, podía meterme en la piel de Lum y descubrir su mundo interior. Trabajé en esta novela por una necesidad de entender la cultura del pueblo araucano que habitó esa parte de la Patagonia argentina donde ocurrió la llamada Campaña del Desierto. Volví a hacerme la pregunta de quiénes fueron los civilizados y quiénes fueron los bárbaros y necesité destapar lo que nunca me contaron. La ficción me ayudó a desenterrar otra historia, y eso es lo que intenté hacer en El país del diablo.
La documentación ha sido central para entender la cultura de Lum, y sobre todo los ritos de iniciación. El pensamiento, el ceremonial, la vida de los chamanes dentro de la Araucanía. Me documenté con los libros de Mircea Eliade, con las memorias de un cacique mapuche, y también con un diccionario. Leí sobre la vida de los chamanes en las culturas asiáticas y eso caló intensamente en mí. No tenemos que olvidar que somos todos hijos de un mismo árbol…
Lum tiene mucha fuerza y mucha vida interior, por eso inventé a esta niña de catorce años como protagonista y me propuse que fuera ella la que tomara las riendas de la historia. Las riendas del desierto.
Esas riendas que toma Lum le vienen de manos de otras mujeres de su tribu en un ritual de transmisión. La Machi, esa matrona dominante de la cultura mapuche encargada de las ceremonias en las que los espíritus ancestrales se conectaban con los vivos, le lega a Lum su sabiduría. Es esta niña-mujer mapuche la responsable de perpetuar en su ausencia los ritos, la encargada de que hacer respetar sus creencias y su cultura. Por momentos, en sus desplazamientos montada en una yegua, persiguiendo a los hombres, más que querer castigarlos parece movida por el ímpetu de recuperar el cultrún, el tambor usado en las ceremonias. “Si las decisiones de Lum son terribles, no son más terribles de las que cometieron contra ella. Cuando trabajaba en este personaje de una niña, me surgía un grato e incómodo asombro y tenía la sensación de una vitalidad espléndida en un mundo ansioso, desolado y demasiado preocupado porque todos sigan las mismas reglas”, dice la autora sobre esta niña tan profunda que hasta parece tener vida propia más allá de la ficción.
Y como de mano en mano, de mujer a mujer, se pasa también el premio Sor Juana Inés de la Cruz, que Suez acaba de recibir en México, y que también consiguieron otras argentinas como Tununa Mercado, Claudia Piñeiro, Inés Fernández Moreno y Silvia Iparraguirre; y Margo Glantz, Lina Meruane y Gioconda Belli, entre las latinoamericanas. El Sor Juana se suma a la larga lista de reconocimientos que tiene Perla en su haber, que bien le merecerían ser más leída en el país de lo que es. Obtuvo la Beca Guggenheim en 2007, ganó el Premio Municipal de Novela de Buenos Aires, el Premio de Novela Grizane Cavour en 2009, y su obra fue traducida al inglés, al italiano, al serbio y al francés.
Recibí el Sor Juana con un impacto muy fuerte y conmovedor. Me costó mucho tomar conciencia de que era verdad que me lo habían otorgado. Pasé por una cierta incredulidad al principio, y cuando se hizo visible me llenó de orgullo que Lum haya llegado a un jurado tan prestigioso y los haya convencido con su fuerza interior; la que yo pretendía que ella tuviera al defender a su pueblo. Eso fue muy gratificante. Hablar del Premio Sor Juana Inés de la Cruz de la FIL Guadalajara significa un reconocimiento al trabajo que vengo haciendo desde hace muchos años, aunque el premio sea para mi novela El país del diablo. Todos sabemos que es muy importante para la lengua española por lo que Sor Juana significó como poeta en tiempos tan oscuros para la mujer donde tener la posibilidad de ser escritora era casi imposible. Significa hoy un reconocimiento y un prestigio que nunca imaginé poder alcanzar. Desde que llegué hasta que me fui de México la calidez y la generosidad con que me recibieron no las voy a olvidar. Estoy muy agradecida.
La novela, convertida en su viaje alucinado –con ecos que recuerdan a “Aballay”, el grandioso cuento de Antonio di Benedetto–, con sus cruentas escenas de muerte y sacrificio, conserva la idea de tribu como espacio de pertenencia e identificación, objeto de profanación salvaje en la oleada “civilizatoria”. “Solo tengo los muertos que vienen conmigo”, piensa Lum cuando ya no hay refugio en el desierto sino soledad. Y ante el destrucción, los fusilamientos y la venganza, el mérito de Suez está en hacer aparecer la dimensión emotiva de la memoria, a través de una pregunta por la identidad y el valor que la Historia oficial le niega a los pueblos originarios. A través de la ficción, hace presente las ausencias: “Hace falta volver a contar otra historia, para recordar todo lo que nos taparon. Argentina hubiera sido un país mucho más rico y maravilloso de lo que es si en lugar de tratar de exterminar otras culturas hubiésemos decidido convivir con ellas. Pero somos mucho más poderosamente terribles que las fieras. (…) No creo en las guerras, no creo en las conquistas de otras tierras. No creo en muchas cosas... Pero sí creo que nuestros indios, como todos los indios de América, tienen derecho a tener su tierra para construir sus vidas”.
El país del diablo
(Edhasa) 192 páginas
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