Jue 31.12.2015
las12

HOMENAJES > LOLA CHOMNALEZ

La potencia de su cuerpo

› Por Roxana Sandá

El pelo enmarañado entre los terrones de arena, la piel que había empezado a enrojecerse con esos soles de Valizas, ahora abierta por el filo de cortes más o menos profundos aunque no importe cuántos o en qué sentido, dibujando un solo trazo de horror por lo irreparable del hecho, la muerte de Lola Luna Chomnalez. El 27 de diciembre de 2014 y a los 15 años, sintió ese impulso que siempre la anidó cuando se trataba de recorrer los paisajes hasta tragar todo el aire, para detenerse apenas un rato y continuar, siempre fiel al deseo de disfrute, en esa edad en que la vida es una rutina urgente y exquisita. La caminata entre Valizas y Aguas Dulces, un clásico del balneario junto con la visita al arroyo o la escalada a la gran duna que eterniza la llegada a Cabo Polonio, no debió abrir ese agujero negro que por 48 horas engulló el cuerpo de Lola, ocultó su mochila, ajó su ropa y la devolvió asfixiada en otra de las dunas que ondulan el camino hacia Aguas Dulces. A un año de su femicidio, de una investigación judicial que vinculó a unas 30 personas, entre ellas a la madrina de Lola y su esposo, de la detención de un hombre cuyo ADN no compatibilizaba con los rastros hallados en el cuerpo ni en las pertenencias, el caso es una especie de fiasco en una causa que se mantiene activa pese a que los resultados sean descartables, como las pistas de la Justicia uruguaya. La convocatoria de este jueves en el Parque Las Heras fue algo simbólico, dijo Adriana Belmonte, la madre de Lola, luego de acariciar las grullas de papel que sus familiares y las amigas de su hija fueron colgando del árbol de tilo plantado un año atrás, para recordarla y devolverle un poco de ese presente arrebatado. "Lo simbólico suma y sana, pero tiene que estar acompañado de justicia", advirtió Adriana a este diario. "Si bien tenemos claro que la causa está activa, a un año del crimen creo que nos merecemos empezar a ver resultados. Nos daría tranquilidad." Merecer es un concepto inmenso, inabarcable por todos los anhelos que encierra y los condicionamientos que lo desestiman. Nadie sabe en qué instante espera ese obsequio precioso, que para Adriana no será volver a acariciar el rostro aniñado de Lola como palpa las grullas del tilo, sino abrazarse de una vez por todas a esa verdad anhelada que lacera pero apremia. Quién interceptó a Lola, quién la lastimó hasta matarla y decidió bajo ese cielo inmenso que su cuerpo ya no era suyo y que su autonomía, reducida a polvo, era una pretensión absurda. Para el relato nada sutil de la policía se trató de un robo resistido. A alguien se le fue la mano. La barrera alrededor del cuerpo de Lola delata una cacería, la anulación de su comportamiento, el castigo por elegir ese peregrinaje a dúo con una soledad que la armonizaba y le llenaba el alma. El 26 de marzo último se realizó una maratón de lectura contra el femicidio en la Plaza Spivacow, bajo la consigna del Ni Una Menos. Hubo en ese encuentro "algo de familia, de encarnación de conciencia de madre e hija, de dolor de madre y padre por la hija perdida. Adriana Belmonte, la mamá de Lola Chomnalez, leyó un texto de la nena: quería ser trapecista y psicoanalista. Jugaba a armarse un plan de vida", escribía Gabriela Cabezón Cámara para este diario. Un tiempo antes había publicado en revista Anfibia sobre esas chicas "tiradas a la basura en la bolsa de consorcio: igual que se tira un forro, la cáscara del zapallo, los papeles que no sirven y los huesos del asado entre tantas otras cosas. Tiradas como si nada, como objetos de consumo que ya fueron consumidos. Agarrarlas, asustarlas, verlas rogar, desnudarlas, humillarlas, violarlas, después matarlas, meterlas en una bolsa, tirarlas a la montaña de restos de la ciudad. Ya terminó el predador. Seguirán la policía, los abogados, los jueces y las cámaras de TV: sigue la carnicería en una especie de show que explica los femicidios". Lola no era un cuerpo dócil, no admitía sumisiones una niña que volaba entre trapecios ni estaba dispuesta a acatar los miedos que impone la violencia machista cuando respira sobre nuestras nucas. Reivindicó hasta la última bocanada de aire -las pericias no dejan lugar a dudas- la potencia de su decisión.

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