Vie 08.01.2016
las12

MONDO FISHION

El ciudadano de la moda

› Por Victoria Lescano

El historial de las pasarelas británicas de fines de siglo veinte a la actualidad se jacta de un catálogo rico en personajes provocadores, con algún matiz freak y, luego de la muerte de Mc Queen y los nuevos hábitos serenos de John Galliano, el diseñador escocés Christopher Kane parece continuar con la tradición en base a experimentos con textiles, la construcción de un estilo tan ornamental como punk en cintas de goma aplicadas cual curitas sobre la superficie de un jean. En la saga de anticipos de colecciones que se registran en el mapa de la moda, en la primera semana de enero Kane celebró los diez años de su firma con una colección de vestidos rectos en color verde lima y esmeralda, matizados con cintas naranjas y estampas de flores, terminaciones textiles aplicadas a largos vestidos, a los tajos de una falda recta o a un top y que sugiere transparencias en base a deshilados. Otra de sus innovaciones fue el uso de sogas como recurso ornamental y constructivo sobre un viso negro y que luego fue fagocitado por la moda indie. O bien la preciosista aplicación de un rectángulo de material vinílico negro dispuesto sobre una polera de cashemere negro y una falda kilt al tono.

Su currículum indica que estudió en Central Saint Martins, que trabajó como asistente de Giles Deacon, que en 2007 obtuvo un premio Lancome por su uso de los colores y también que en 2009 protagonizó un documental de la BBC llamado Raising Kane: Fashion’s New Star. Con la colaboración de su hermana Tammy, su musa y experta en diseño textil, fundó la firma propia, que logró imponerse en los charts de ventas de la tienda online Net á Porter (la colección de vestidos de 2009 se agotó en 24 horas), y acto seguido desarrolló una colección cápsula para la cadena de fast fashion “Topshop” y una línea de camisetas con estampas de simios. En las entrevistas que concede a la prensa y en especial a su amiga Sarah Mower, suele contar que una de sus grandes influencias a la hora de diseñar fueron los vestidos de Gianni Versace para las supermodelos de 1990 y se jacta de, en su adolescencia, haber destinado todos sus ahorros para comprar un vestidito rosa chicle para su adorada hermana. Ya en la vida profesional, tendría una recompensa para semejante devoción cuando Donatella Versace le encargó que la asesorara en las colecciones de Versus. La psicodelia aplicada a tonos flúo, los constantes experimentos textiles para remozar una chaqueta de cuero con texturas que emulan un mantón de manila, versiones avant garde de los acolchados de crochet aplicadas a faldas y vestidos cortos y sexies que en sus construcciones y remixes de encaje citan a los clásicos de Azzedine Alaia aunque en versión lisérgica. La crítica Susy Menkes analizó y elogió su estilo desde las páginas de Vogue del siguiente modo: “Los vestidos abiertos y rotos y las faldas reducidas a flecos de seda o a cintas de lavaderos automáticos de coches, todo hecho en deslumbrantes y alegres tonalidades, como un abrigo de encaje naranja sobre un vestido rosa fluorescente y un bolso de plástico rosa aniñado. La mezcla de primitivismo artístico y la sensibilidad de destruir-y-arreglar funcionaba en forma de encaje que actuaba como unos rayos X sobre el cuerpo”.

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