CINE
Un sueño llamado Peter Pan
Wendy es en verdad la auténtica protagonista de la historia de James Barrie que inspiró el film Peter Pan que acaba de estrenarse, una adaptación particularmente fiel al espíritu, la poesía, la fantasía y el humor de la novela original, Peter Pan y Wendy. Ella, la niña al borde de la adolescencia, refleja a través de un sueño iniciático sus contradictorios deseos de seguir en la infancia y a la vez crecer.
› Por Moira Soto
Peter Pan le debe su fantástica existencia a Wendy, que lo soñó una noche después de que las lámparas se apagaron en una helada noche londinense. Fue entonces cuando se encendió en el País de los Sueños la luz irisada de Campanita de Cobre, el hadita que precede a Peter Pan en busca de su sombra perdida. Wendy, a punto de dejar la niñez, sueña con un chico que se ha detenido en los lindes de la adolescencia, que sabe volar y vive aventureramente en una tierra –Nunca Jamás– habitada por las mismas criaturas míticas que aparecen en los cuentos que la chica todavía les cuenta a sus hermanos menores: piratas, indios, hadas, sirenas.
No fue esa noche invernal la primera vez que Wendy soñó con Peter Pan (ella también solía soñar con un lobo favorito –¡!– que se filtra fugazmente en Nunca Jamás): ya su madre, la encantadora señora Darling, cuando “ordenaba la imaginación de sus hijos dormidos por las noches y escudriñaba sus mentes poniendo las cosas en orden para la semana siguiente”, había atisbado al chico vestido de hojas verdes y del jugo que segregan los árboles. Cuando, como al pasar, le preguntó a su hija sobre él, ella le respondió enigmática: “Sí, es bastante atrevido”.
Así es como lo cuenta James Mathew Barrie en la novela Peter Pan y Wendy (1910), que fue antecedida por El pájaro blanco (1902), relatos de los que después los editores extractaron seis capítulos que, con ilustraciones de Arthur Rackan, se publicaron bajo el título Peter Pan en los jardines de Kensington (1906). En esta primera aparición, Peter es un crío de apenas dos semanas que escapa de la cuna volando (según el mito de que los niños antes de entrar en el vientre de sus madres son pájaros) y recala en una zona maravillosa de los jardines, donde los pájaros le hacen un nido y se amiga con las hadas. En el ínterin, Barrie escribió y estrenó con éxito perdurable la obra teatral Peter Pan (representada por primera vez el 27 de diciembre de 1904).
Además de las incontables representaciones de la pieza original, a veces adaptada hasta desvirtuarla en diversas latitudes, y de la comedia musical de Broadway, Peter Pan fue traspuesta al cine al menos en tres oportunidades: en 1924, en una versión muy elogiada con Betty Brenon en el rol protagónico; en 1953, a través del cautivador dibujo de Walt Disney (más fiel al original Peter Pan y Wendy de lo que se suele aceptar); y en 1991, cuando Steven Spielberg nos asestó la imbancable Hook, traición imperdonable a la creación de Barrie con un Peter Pan crecidísimo (¡socorro: Robin Williams!) que se ha casado con la hija de Wendy, pareja a la que Garfio le secuestra los hijos, mientras que Julia Roberts pretende que es Campanita. Felizmente, para borrar todo resabio de este mal trago acaba de llegar a las salas cinematográficas locales una versión que seguramente habría fascinado a Barrie, basada en la novela Peter Pan y Wendy, que aparte de ser fiel a la esencia del relato, a su ternura y su violencia, a su poesía y singular sentido del humor, le devuelve a la niñael rol coprotagónico que le corresponde (recordemos que el nombre Wendy surge de la mala pronunciación de una niñita –Margaret–, parte del auditorio infantil que escuchaba los cuentos de Barrie, que llamaba “Fwendy” –por “friendy”, amiguito– al escritor).
Peter Pan, el estreno de ayer, está dirigido por el también guionista P. J. Hogan (La boda de mi mejor amigo) y entre sus dichosos aciertos hay que destacar el reparto, encabezado por la inglesita Rachel Hurd-Wood, con la medida precisa de candor, curiosidad, picardía, inteligencia, valentía, ternura que pedía la descripción literaria. Jeremy Sumpter es un Peter tan canchero, entrador y petulante como en el original, aunque acaso una pizca menos cruel. Sagazmente, los papeles del señor Darling –padre de Wendy, Moira Angela, tal el nombre completo de la heroína– y el terrible Capitán Garfio fueron adjudicados al mismo intérprete, el eminente Jason Isaacs (en el film, es el padre el que pone los límites y anuncia cambios en la vida de la niña; por su lado, Garfio es el enemigo de Peter a quien Wendy enfrenta con firmeza). Olivia Williams es la bella y romántica señora Darling, por momentos una pinturita prerrafaelista que, como en el libro, con expresión dulce y burlona, guarda en un rinconcito de su boca un beso que Wendy nunca pudo alcanzar. La plana mayor del reparto es completada por la francesa Ludivine Sagnier como la diminuta –del tamaño de la palma de la mano, nunca sabremos qué quería hacer con Peter...– Campanita, hasta cierto punto inspirada en la de Disney aunque –todo hay que decirlo– la dibujada era más sexy y ésta, en cambio, resulta más dura y aguerrida. Finalmente, en un personaje agregado, pero que cumple un rol efectivo como la voz de las convenciones y las formas que se deben respetar, tenemos a la tía Millicent, un personaje fruncido y muy concentrado en el qué dirán, con el cual Lynn Redgrave se hace un picnic con postre y todo.
Quisiera no ser grande
Debido al estreno del film de P. J. Hogan, en estos días se ha puesto el acento sobre las desventuras del niño escocés James Barrie que al perder a un hermanito –David– también perdió la atención de su adorada madre, que se hundió en la más profunda tristeza. James creció –es un decir, porque se quedó petisito, como para alimentar obvias interpretaciones–, se convirtió en periodista, luego en novelista y dramaturgo. Su preferencia por los niños ha provocado inevitables comparaciones con Lewis Carroll, que se inclinaba por las niñas, cuya Alicia es una soñadora al igual que Wendy, con la diferencia de que la victoriana va al País de las Maravillas y la eduardiana, a la Tierra de Nunca Jamás, y por cierto protagonizan situaciones bien diferentes. Lo que pocos parecen tener en cuenta es que Barrie escribió piezas teatrales valiosas (incluso colaboró con su amigo Conan Doyle en una opereta cómica que fracasó), como What Every Woman Knows (Lo que cada mujer sabe, 1908), Rosalina (1912), la incompleta pero igualmente estrenada y al parecer magistral Shall We Join the Ladies (¿Nos unimos con las damas?, 1922, que justamente no terminó por la depresión en que cayó luego de la muerte de uno de sus hijos adoptivos). En 1934, a pedido de una actriz, escribió su última obra The Boy David, de tema bíblico.
Peter Pan y Wendy, la novela, comienza cuando Wendy, de dos años, se entera de que ha de crecer, de cambiar y que ese futuro quizá signifique pérdidas y pesares: la nena arranca una flor del jardín y se la ofrece a su madre que, poniéndose una mano sobre el corazón, exclama: “Oh, por qué no te quedarías así para siempre”. Esto de tener que crecer es algo que, dice el narrador, se sabe desde esa edad que marca el principio del fin de la niñez. Pero la cruda realidad, el verdadero pasaje a la otra etapa ocurre en la pubertad, cuando las transformaciones físicas y las imposiciones sociales “te sustraen la alegría, la inocencia, lairresponsabilidad”, según Barrie. Estas inquietudes han invadido la cabeza de Wendy cuando tiene el gran sueño que necesitó un libro para ser contado. Peter Pan, a quien Wendy ha imaginado escuchando los clásicos cuentos de hadas que la chica narra a sus hermanos, viene a buscarla porque quiere conocer el final de Cenicienta. De este modo, Peter Pan y Wendy se convierte en un homenaje a los cuentos, al placer de contarlos y de escucharlos. El niño constante por decisión propia, que no quiere ni oír hablar de madres (“algo pasado de moda”), sin embargo busca a alguien que entretenga con relatos a su pandilla de Chicos Perdidos –varones todos que se cayeron del cochecito y nadie reclamó; “las chicas son demasiado listas para caerse”, aclara P. P.– y también para que los arrope antes de dormir. De hecho, más tarde, hasta los más rudos piratas dejarán aflorar su nostalgia por la figura materna.
En la película Peter Pan, Wendy antes de partir hacia Nunca Jamás, pero habiendo tenido ya algunos encuentros más o menos cercanos con el chico de verde que no quiere madurar, en el colegio se dibuja a sí misma durmiendo en su cama, y a Peter volando sobre ella en posición horizontal... Como ésta es una historia donde los sueños dejan huellas en la realidad, y a veces se confunden las fronteras, no se sabe bien si la noche de la partida de Wendy y sus hermanos John y Michael hacia Nunca Jamás, la tía Millicent –con su imaginación estimulada por la lectura de La guerra de los mundos, de H. G. Wells– oye de verdad los ruidos que hacen Peter y Campanita (Tink, en el film) o si Wendy incluye a su tía en el sueño. Hacendosa y resuelta, la chica le cose la sombra a Peter, que será muy singular, pero sabe que no se puede vivir sin ella. Brevemente, el niño le cuenta que de chiquito huyó a los jardines de Kensington, sitio que Barrie había descrito en El pájaro blanco, en el que hay –además de hadas– “senderos vagabundos, unos de los cuales viene de un lugar donde se esquila a las ovejas” y un lago llamado Serpentina en cuyo fondo “crece hacia abajo una floresta sumergida y dicen que de noche hasta hay estrellas ahogadas”. En ese primer relato sobre Peter Pan, Barrie aclara, para los mayores que leen el libro a los niños: “Si creen que Peter es el único niño con deseos de escapar (de la adultez), es que han olvidado su niñez”. Y el camino hacia este territorio –del que existen mapas diferentes, según las personas que lo dibujan en su fantasía– en este caso es muy simple: “La segunda estrella a la derecha y luego siempre recto hasta la mañana”.
Llegamos con los chicos, Peter Pan y el hadita celosa (“Te mataré”, le prometió a Wendy, y más tarde trata de cumplir la amenaza) a Nunca Jamás y aunque el paisaje tiene su toque digital, la magia sobrevive. Sí, allí están las camorreras sirenas que salpican por pura maldad a Wendy que las admira, los temibles piratas con el Gran Garfio y sus aires de noble venido a menos a la cabeza, los amables pieles rojas y su princesa Tiger Lily, y por supuesto, el feroz cocodrilo que alguna vez –con una ayudita de Peter– se devoró la mano del jefe de los filibusteros y ahora anda por ahí haciendo oír el tictac del reloj, única señal de que el tiempo pasa aunque Peter permanezca tan joven.
En el Peter Pan de Disney, Wendy, cuando su padre le informaba que los niños y las niñas debían convertirse en hombres y mujeres, decía: “Yo no quiero crecer. Quiero seguir siendo una niña en este cuarto”. Por eso aceptaba la oferta de Peter: “Si vienes conmigo nunca te convertirás en mujer”. En el film de P. J. Hogan, aun en el sueño de evasión, Wendy cumple el rol maternal con sus hermanos, con los Chicos Perdidos, se preocupa por su salud, pero también toma la espada cuando es necesario. Y también dentro del sueño, Wendy sabe que ésa será su última aventura como niña, que tiene que volver a casa, llevar a sus hermanos, crecer. Hay pena por dejar esa etapa, pero también curiosidad e interés por lo que vendrá. Como dice Barrie hacia el final de su novela, cuando ya la chica es unaadulta, se ha casado y tiene una hija, Jane, “Wendy había crecido y no debemos sentirlo por ella, pues pertenecía a la clase de personas a las que les gusta crecer. Casi puede decirse que creció por propia voluntad y más de prisa que los demás niños”.