POLITICA.
Otras lealtades
La candidatura de Carmen Argibay a la Corte Suprema sigue recibiendo nuevos y –en algunos casos– inesperados respaldos, aun después de cerrado el proceso de recepción de avales e impugnaciones. Chiche Duhalde sorprendió con sus críticas a la Iglesia, mientras que la hermana Pelloni confrontó abiertamente con los argumentos provida. María Florencia Polimeni, legisladora porteña, acaba de presentar un proyecto de beneplácito a la controvertida postulación.
› Por Soledad Vallejos
No podemos ser tan necios. La Iglesia no puede plantear que no puede estar en la Corte una mujer que se manifiesta atea y que está a favor del aborto.” Quizá la sorpresa de escuchar que la frase de marras estaba siendo pronunciada nada menos que por Chiche Duhalde (a quien a esta altura del partido no vamos a venir a sospechar de feminismo explícito/ revolucionario) opacó, en el fulgor de lo inesperado, el hecho de que la aparente soledad de sus declaraciones no era tal. Aunque sí se trató de una de las más sonoras, la de Chiche no fue la única voz que sin pertenecer al movimiento de mujeres o a instituciones estrictamente jurídicas salió al ruedo en los últimos días a apoyar la candidatura de Carmen Argibay a la Corte Suprema. De hecho, su aval venía a sumarse a una serie de respaldos que siguieron llegando aún después de cerrado el proceso oficial previsto, y que parecieron tener más intenciones de abrir cierto juego al terreno del debate público que de mover piezas en mecanismos institucionalizados. No podría decirse otra cosa, por ejemplo, del pronunciamiento de la religiosa Marta Pelloni, quien llegó a confrontar abiertamente con los escandalizados (y escandalosos) argumentos “provida” (son las trampas del lenguaje, seguramente quienes se autobautizaron con ese nombre no pretendieron afirmar que a lo provida sólo podía enfrentarse lo promuerte) de la corporación eclesiástica corriendo el eje del debate hacia el lugar del que –previamente– había sido desplazado: “Lo importante es su integridad moral, su profesionalismo y su idoneidad para el trabajo”. Si el grueso de las impugnaciones y presiones conservadoras y católicas se origina en el temor al anatema de una mujer tan poco representativa de “la mujer argentina” como para haber pasado los 60 años sin haberse convertido en madre, militar en pro del ateísmo y abogar por la despenalización del aborto, estos respaldos tardíos se fundaron –cada uno por su cuenta– en la estrategia de reencaminar la discusión ateniéndose, firmemente, a la letra de los requisitos para juez de la Corte Suprema: idoneidad, trayectoria, moral.
De esas intervenciones de mujeres políticas dispuestas a seguir sosteniendo en público una reivindicación de género, la de María Florencia Polimeni, legisladora porteña por Compromiso para el Cambio, se distinguió por la voluntad de que el apoyo se tradujera, además, en un hecho institucional. Ayer mismo, su proyecto para que la Legislatura –en tanto cuerpo legislativo– expresara “su beneplácito con la postulación” de Argibay fue tratado en el recinto. La candidata no sólo ostenta unas credenciales profesionales y académicas intachables, sino que, además, “resulta de gran relevancia la inclusión de mujeres” en la Corte Suprema, fundamentó, en vista de que “representamos más del 50 por ciento de la población del país, y la actual Corte, así como otros ámbitos institucionales, no expresan esa realidad. La incorporación de la Dra.Carmen Argibay a la Corte constituirá un inicial pero trascendente avance hacia una Corte más igualitaria y legítima”.
–Yo no soy una militante del género. Vengo de una generación en la que es un derecho adquirido. Una lo siente y lo vive de una manera completamente distinta. Para mí, es casi sentido común que la paridad exista, que algo sea de esa manera. No lo siento como un reclamo en términos de minoría. Siento que en Argentina más de la mitad de la población son mujeres, y que sólo un alienígena podría no entender que en la Corte Suprema tiene que haber una representación clara de la realidad de la ciudadanía –explica Polimeni–. Pero me pasó algo raro con eso. Es la primera vez que yo siento, frente a una decisión política como apoyar esta candidatura, muchísima solidaridad, digamos, subterránea, de mujeres que me cruzo en la Legislatura, o en la calle. Se me acercan y me dicen en voz baja –lo que me llama la atención–: “Muchas gracias por lo de Argibay”. Esta es la primera vez que por un posicionamiento político en particular son especialmente las mujeres las que se me acercan para decirme algo al respecto. Yo lo hablo con alguien que ha militado toda su vida en cuestiones de género, y para ella eso es una cosa común, porque siempre ha dado las batallas con esa mirada. Pero para mí no es algo habitual, porque yo me siento una absoluta igual en esa situación, y en la militancia política en general. Sentir esa solidaridad de género me parece una cosa muy extraña, pero me pone muy contenta.
–Entonces no vivís la paridad como un reclamo a hacer sino como algo efectivamente vivido. ¿Pensás que se está gestando algún tipo de recambio generacional?
–Yo me doy cuenta ahora, compartiendo militancia con mujeres que tienen muchos más años de experiencia en labor de género que yo, que es una lucha que hay que darla constantemente, diariamente. Pero no la vivo de esa manera. ¿Entendés a lo que me refiero? En términos de lo que debe ser, yo estoy convencida de que esa batalla hay que darla, porque en la población hay un nivel de machismo superimportante, y en el ámbito político también. Pero en el caso de mi proyecto para apoyar a Argibay, no pasa estrictamente por el tema de género. Como jurista, ella le pasa el trapo a cualquier otro que pueda competir con ella por ese lugar. Lo que yo quiero es dar una discusión sobre el nivel que tiene que tener una persona que ocupe la magistratura en la Corte Suprema de la Nación, más allá de las decisiones individuales o de determinados temas polémicos a nivel nacional. Aquel que juzga la elección de Argibay desde esa mirada se equivoca de discusión, por más que yo puedo respetar la posición crítica que hay hacia ella sobre algunos temas. Pero igualmente creo que ésa es una discusión que hay que dar.
–Cuando hablás de “algunos temas polémicos”, ¿te referís al aborto?
–Sí.
–¿Creés que éste pueda ser el momento para el debate, o que esto que está pasando es precisamente el inicio del debate?
–Yo creo que el debate hay que darlo, pero no sé si es éste el momento. Tampoco digo “pateémoslo para adelante”, porque hay gente que va a decir “querés evitar la discusión”. La del aborto es una discusión que hay que dar, porque hay cientos de mujeres que mueren diariamente en la Argentina o que terminan con problemas físicos por tener abortos sépticos. Desconocer esa problemática, que atañe a todos los argentinos, es absolutamente irresponsable.
–¿Vos estás a favor de la despenalización?
–Creo que es muy respetable la decisión de alguna persona en cuya opinión su fe tiene peso. Pero también creo que el Estado, más allá de la fe que uno practique, tiene que reconocer la existencia de un problema importante. No puede dar vuelta la cara. Si empezamos reconociendo la existencia de un problema, seguramente en el futuro vamos a poder dar una solución a los miles de mujeres en situación de pobreza que tienen que afrontar el problema del control de la natalidad, que no es solamente elaborto, son montones de temas: la educación sexual, la salud reproductiva... En algún momento vamos a tener que discutir temas que para las mujeres son importantísimos.