Presente en cuanto recuento anglo de the best of 2015 se ha pergeñado a lo largo y ancho, Art Angels –cuarto LP de la cantante, compositora y productora canadiense Claire Boucher (aka Grimes)– continúa cimentando la famita de quien es considerada “la mujer que está haciendo el pop más excitante del planeta”. Al menos, de dar por buena la palabra del medio brit The Guardian, que se suma a la larga lista de entusiastas, irremediablemente rendidos al experimental encanto sonoro de esta muchacha de 27 pirulos. Entre ellos, la revista New Musical Express, presta a darle el puesto number one, cantando loas a su afición por “no intentar encajar en el paisaje pop sino intentar darle forma a su imagen y semejanza”. La web Pitchfork dedicó a su flamante cancionero (salió el pasado noviembre), merecidas palabras de albricias, subrayando cómo “Art Angels es un clavo dorado que cierra definitivamente el ataúd de esas vetustas nociones sexistas que esgrimen cómo las mujeres en el pop son productos prefabricados, un mero marco para el talento de productores varones, o que –porque su música es inmaculada– de algún modo carece de autenticidad”.

En resumidas cuentas, el alter-ego de Claire (la muchacha a menudo se referencia como la Phil Spector de su producto pop, Grimes) lo ha hecho de nuevo: encantar con mezclas inesperadas, capaces de mixturar cuerdas gitanas con guiños k-pop, beats r&b, electrónica dance recalcitrante, soniditos 8-bit, entre inspiraciones varias que acaban dando por resultado un disco animado y, aparentemente, inevitable. Disco meticulosamente compuesto, interpretado, grabado y producido por the one and only Boucher, con la colaboración vocal de la rapera taiwanesa Aristophanes y de Janelle Monáe. Donde, según aclara la mozuela, ni un solo tema trata sobre el amor. Por lo demás, Boucher tampoco suelta amarras de la esfera visual, ilustrando ella misma el arte de tapa (y cada una de las canciones), dirigiendo –¡y editando!– sus clips, entre tantas otras labores. Por lo demás (bis), para los recién desayunados, un petit croissant acerca de quién es esta hacedora de (canciones sobre) ángeles contaminados que lloran lágrimas polutas, o mariposas que sobrevuelan el Amazonas mientras el hombre saca hacha y modifica el paisaje natural…

Nacida en Vancouver en 1988, la joven que hoy carga una cantimplora –y no permite usar botellas de plástico en su tour bus– supo ser niña, y fue enviada por mamá periodista y papá biotécnico a una escuela católica, donde convenció a todxs sus compas de que era la encarnación del diablo. Lo hizo “fácticamente”, bajando las escaleras de espaldas y en cuatro patas, al mejor estilo Linda Blair. No veía tevé; casi no escuchaba radio, pero comenzó a sumergirse en musiquita de Tool, Smashing Pumpkins, Nine Inch Nails… Con el discurrir de los años, se instaló en Montreal para asistir a la Universidad McGill, donde tomó variopintas clases. Pronto comenzó a colaborar con artistas, escribir sus propias canciones, aprender los rudimentos de la música electrónica y, por qué no, del ukelele.

Y llegaron los primeros discos: Geidi Primes (2010), Halfaxa (2010), Visions (2012). Y llegó una línea de joyería, diseñada para emperifollarse las manos con anillos con motivos vaginales (“Lo bueno de llevarla en el nudillo es que, si le das un puñetazo a alguien, le dejarás una marca con forma de clítoris en la cara”). Y llegaron sus DJ sets, donde la joven entretiene (o confunde, según) a multitudes con tracks de Mariah Carey o los Vengaboys. Y llegó además, en el 2013, un resonante descargo vía Tumblr contra el sexismo de la industria musiquera. “No quiero ser infantilizada porque me reúso a ser cosificada (…) Estoy cansada de que varones se ofrezcan a ‘ayudarme’ cuando no se los he pedido, como si el hecho de que sea una mujer me volviera incapaz de usar tecnología”. Pues, sí que sabe. De eso, no cabe ninguna duda.