ALBUMINA
› Por Guadalupe Treibel
Si quedaba duda alguna acerca de cuán adorable es la especie minina -tenga o no el ceño fruncido, esté en plena travesura o pergeñe el fin de la humanidad (si un animal es capaz, se sabe, ese es el gato…)-, una fotógrafa de la ciudad de Portland, en el estado de Oregon, ha demostrado que también batiendo la melena pueden derretir voluntades. Así lo evidencia el más reciente trabajo de Carli Davidson, tal es el nombre de la susodicha, especialista en vida (más o menos) silvestre, habiendo trabajado durante siete años en refugios para bichos y zoológicos, antes de dedicarse full time al arte de obtener imágenes. Finalmente, su serie Shake Cats -devenida libro- no hace sino capturar el preciso instante en el que los gatitos sacuden la cabeza, en un intento por liberarse de ese enemigo mortal (¡el agua!). Un pecado mortal irrumpir aquel gesto de intimidad, develando una pose irreconocible que mucho se aleja del habitual porte altivo, cuasi aristocrático de los mentados michifuses. Porque hay que decirlo, aunque tiernos, todos y cada uno de ellos lucen bastante… ridículos. Mejor le sienta la bufonada a los perritos, que Davidson ya había fotografiado en símil acto en Shake, su serie anterior. Tan, pero tan exitosa en redes que la muchacha decidió emular fórmula con estos pobres mininos; 100 de ellos, para más precisiones. Decir que después de mojarlos les ofreció un petit banquete, que sino…
A pesar de ridiculizarlos, empero, la artista se declara devota de sus retratados. Sin más, en un comunicado, da las razones de una devoción con larga data. “La popularidad de los gatos es perfectamente comprensible: son impresionantes, libres pensadores y los humanos aman adorarlos. De hecho, los hemos adorado como íconos espirituales desde hace más de 10 mil años, cuando los mau egipcios fueron domesticados y el culto a la diosa Bastet se afianzó en Egipto”, anota Davidson. Y continúa: “Incluso estamos en deuda con ellos por controlar parásitos portadores de enfermedades y tan a menudo salvar nuestras vidas. Ahora los adoramos por sus payadas en Internet, que traen alegría a todo mundo. Su ascenso a esta nueva forma ‘culto’ parece natural, de tomar nota de su significado histórico”. Bueno, acaso por tan sentidas justificaciones, se le perdone la afrenta de chancearlos. Habrá que ver qué dicen ellos, claro.
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