CINE I
En el marco de los 40 años del golpe militar, se reestrenó La historia oficial y el último film de Atom Egoyan, Recuerdos secretos, acerca de un sobreviviente de Auschwitz que intenta vengar el crimen de su familia.
› Por Marina Yuszczuk
Volvió La historia oficial (1985), reestrenada después de treinta años para coincidir con los cuarenta años del último golpe militar, y con ella la extrañeza de medir el tiempo de maneras contradictorias, divergentes: allí están las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, en un segundo plano, circulando desde hace varios años para reclamar por la aparición con vida de sus hijxs y nietxs en un momento en que solo eran tres los casos de nietxs recuperadxs, lejos de los 119 que son actualmente y de los cientos que todavía faltan. Y también está la familia de Roberto (Héctor Alterio), el marido de la protagonista, hijo de un inmigrante español que estuvo en la guerra civil y que no le perdona, desde su cultura del trabajo honesto, que solamente le importe que lluevan dólares. “Todo el país se fue para abajo; solamente los hijos de puta, los ladrones, los cómplices y el mayor de mis hijos se fueron para arriba”, le dice el padre con acento español casi intacto. La charla y el pase de factura suceden durante una comida familiar y Enrique (Hugo Arana), el hermano de Roberto, la remata de una manera que hace tambalear el presente: “Esta otra guerra que ganaste vos con los de tu bando, ¿sabés quién la perdió? Los pibes como los míos, porque ellos van a pagar los dólares que se afanaron”.
La historia oficial es, como se sabe, el relato de un reconocimiento si no un descubrimiento, el de Alicia (Norma Aleandro), madre de una nena cuyos padres biológicos desaparecieron. Alicia no puede tener hijos pero su marido, Roberto, le trajo en un momento a esa bebé con una explicación que no cerraba del todo. Alicia eligió no pensar, y de la misma manera se sorprende al punto de enojarse cuando una amiga que vuelve del exilio (Chunchuna Villafañe) le cuenta sobre su detención en un centro clandestino al comienzo de la dictadura, las torturas, las amenazas. La película escrita por Luis Puenzo y Aída Bortnik (con asesoramiento de las Abuelas de Plaza de Mayo, y también, amenazas para que interrumpieran el rodaje) acompaña el proceso doloroso de Alicia de elegir ver lo que ya estaba ahí, a la vista, y su acercamiento a una de esas tantas abuelas que ya eran abuelas a fines de los setenta.
Con un argumento quizás más fantasioso, Recuerdos secretos (2015) de Atom Egoyan aborda de otro modo la disyuntiva entre saber o no saber con una historia de venganza, la de Zev Guttman (Christopher Plummer), sobreviviente de Auschwitz que conoce en un geriátrico a otro sobreviviente que le revela la identidad del oficial de la SS que mató a su familia. Zev padece de un tipo de demencia que por momentos le bloquea la memoria y la única manera de ubicar a Rudy Kurlander, el ex nazi que adoptó esa nueva identidad al mudarse a los Estados Unidos, es llevar una carta que repasa cada vez que necesita saber quién es y qué está haciendo. Es la fragilidad extrema de su protagonista lo que hace que la posibilidad de asesinar por venganza en Recuerdos secretos no se convierta en un asunto a juzgar, en parte porque parece improbable. Antes que eso, una acompaña a Zev con empatía en algo que se parece a una versión extrañada de las películas de asesinos a sueldo, sobre todo en ciertos detalles concretos como la escena en que va a comprar una arma y necesita pedirle al comerciante que le de por escrito las instrucciones para usarla, en caso de que olvidara todo al poco tiempo. La película se plantea un tema difícil, incómodo, pero lo elude en alguna medida cerca del final con un giro inesperado. De todas formas, tanto en este reestreno de La historia oficial como en Recuerdos secretos, lo que se pone en escena en estos personajes que se quieren representativos de una generación no tiene que ver tanto con la memoria como con una posibilidad de reparación que a medida que pasa el tiempo se vuelve más apremiante en lugar de perder su vigor. Ese es el motor que parece empujar a Zev a pesar de sus limitaciones, la idea de que es ahora o nunca.
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