Vie 01.04.2016
las12

PERFILES

La pobre correcta

Margarita Barrientos

› Por Sonia Tessa

“Ojalá hubiera muchas Margarita Barrientos”, “tiene un gran corazón” y “hace una gran obra” son las frases imprescindibles para referirse a la fundadora del comedor de Los Piletones. Ella baja la vista, agradece y nunca se corre del lugar de sumisión reservado para los pobres, los que “nada tienen”, como gustan decir en la televisión. Hablar de Margarita Barrientos requiere de la reverencia previa, el reconocimiento de que lo mejor que se puede hacer en una villa es “dar de comer”. Y requiere también dejar de lado el espesor político de cualquier tarea social, sea la que sea, aunque –como contó este diario– las paredes del comedor de Margarita estén pintadas de amarillo y su Fundación sea el canal para las políticas públicas entendidas como caridad, como aquellas asociaciones de damas que se juntaban a ver “qué necesitan los pobres”. Y qué mejor si la portavoz de esa idea es una mujer que también puede trazar una historia de vida ejemplar. Con todas las letras lo dijo Pablo Vilouta esta semana en el programa Intratables: es la contracara de Milagro Sala. Y ella contesta amparándose en la falta de estudios para gambetear la política, como si le fuera algo ajeno. Dice las palabras mágicas, que ahora ve “más esperanza” en la gente y que “el kirchnerismo dividió a los argentinos”, como si la grieta fuera un invento discursivo antes que una realidad histórica de explotadores y explotados. Con el eje en las donaciones –qué mejor que donar para invisibilizar la desigualdad: al final se termina agradeciendo que te den un poquito de lo que en realidad te corresponde–, el comedor de Margarita alimenta cada día a 2300 personas. Resulta impactante, es verdad, y es cierto que su trabajo tiene reconocimientos de lo más diversos. La historia de su vida, además, es conmovedora. Nacida en 1961 en Añatuya, en Santiago del Estero, Margarita se fue de su casa a los 12 años y tuvo que hacer de todo. Justamente, de la época en que su marido Isidro debió salir a cartonear, nació Los Piletones. En 2002 lo contaba en una nota de Laura Vales en este mismo suplemento: “El salía a las cuatro de la mañana porque iba a limpiar panaderías. Una de las dueñas le daba pan y facturas. Traía mucho a casa, nos sobraba, así que decidimos dar un desayuno y al poco tiempo empezamos también a cocinar el almuerzo.” La periodista decía: “Isidro da una versión menos edulcorada de fundación. En su relato, el nacimiento está ligado a la pelea por la sobrevivencia. Su versión dice que el cartoneo en esa época dejaba buena ganancia, y que los siete chicos trabajaban con él, ayudándolo a clasificar la basura”.

Lo mítico en Margarita Barrientos es consecuente con la construcción de una imagen de mujer abnegada, madre de diez hijos, que se ocupa de la actividad más relacionada con los mandatos de género: alimentar a más de dos mil “hijos”. Y esa construcción de lo maternal, lo caritativo, cierra el círculo de una posición política que, claro, queda invisibilizada en la marea de las buenas intenciones. Porque hablar de políticas públicas es reconocer la desigualdad en el terreno en el que se le puede dar pelea.

Margarita se sentó con Mirtha Legrand, pasea por los programas de televisión y quien se atreve a cuestionarla queda en el infierno de los insensibles que no comprenden la enorme importancia de Los Piletones. Guay del que se atrevió a preguntarle –aún sin los mejores argumentos– qué medidas había tomado el gobierno que ella defiende, el de Mauricio Macri, para la gente como ella. Al infierno lo mandan sus propios compañeros, porque la tarea de Barrientos es indiscutible.

Ella sigue así, humilde, un elogio que funciona bien cuando se trata de mujeres: la contracara sería la soberbia de quienes se plantan en sus convicciones y a veces terminan presas. Margarita abona esa idea de la pobreza correcta, de quienes nada tienen pero nada reclaman, sino que más bien piden, se sacrifican para ser mejores como si se tratara de una cuestión de superación individual. Y así logró ser reconocida por Michelle Obama en su discurso ante jóvenes estudiantes. El gran sueño americano encontró alguien que encaja en el modelo de pobreza tranquilizadora.

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