MUESTRAS
Adriana Lestido, la genial fotógrafa, organizó una muestra nueva, Algunas chicas, eligiendo entre las imágenes de sus ensayos más representativos con protagonistas mujeres para dejar que entre ellas se cuente otra historia, una que no remite a ninguna anécdota en particular pero que permite que se respire un aire nuevo, más liviano según la autora; un espíritu femenino tan guerrero y amoroso como siempre en el que es fácil reconocerse, sean cuales fueren las propias circunstancias.
› Por Marta Dillon
Hay fotos que se las ingenian para volver, dice Adriana Lestido. Aparecen en cualquier lado, al abrir una caja, en la casa de una amiga, escondida detrás de otra, agazapada, esperando su propio tiempo. Puede ser que se las haya desechado en una de las rigurosas selecciones que hacen caer imágenes como pétalos de las flores cortadas que hace tiempo ya no se resguardan entre los libros. Puede ser que se haya dudado sobre ellas y el material haya percibido el aleteo de esa duda y entonces, en silencio, confiado, no esperando si no inmerso en el tiempo hasta que la oportunidad alumbra y otra vez el material es luz y sombra y es una historia, una que puede ser reescrita. Y en tanto reescrita, revivida.
De esas hay algunas entre Algunas chicas, la muestra que Adriana Lestido montó en el Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires (Macba). Una pizarra, por ejemplo, con una lista manuscrita en tiza, como una lista de compras con sus precios, totales y subtotales que cuentan cuerpos como manzanas; condenas, procesos y “depósitos” –esas personas que no pertenecerían al lugar donde se hace el recuento pero que por alguna razón están ahí–. Podría ser una imagen lúgubre; da cuenta, de hecho, de la economía del insumo principal de la cárcel cuyos muros Adriana atravesó durante años para encontrarse con mujeres que hacían de su visita una fiesta. Pero la inmersión en el tiempo y la chance de dejarse barajar entre otras imágenes, una operación poética como una tirada de tarot que no avizora sino ordena, subrayan entre todos los ítems el “sobreseídas” y entonces resalta la promesa del otro lado de las rejas. Esa que también se adivina en otra imagen: la copa de un árbol a través de una pared de ladrillos de vidrio en la que falta uno y entonces las hojas y las ramas, nítidas, conquistando la ceguera impuesta para el adentro, acercando una textura, un rumor, una temperatura posible debajo de esa caricia. ¿Qué más podrá atravesar los muros si esa promesa es posible? ¿Cómo no entender que cada encuentro entre Adriana y sus protagonistas, aun adentro, aun sin ningún poder de decisión, era una alegría que circulaba de boca en boca?
El ensayo Mujeres presas –y aun redundante, el título no renuncia a decir “mujer” porque lo otro es una circunstancia, absoluta mientras sucede, pero finita– fue la primera demanda del museo. La idea era mostrar el juego original, las “copias vintage”, que fueron cuarenta y ocho en la primera edición, cuarenta y tres más tarde y al final las 24 que quedaron en un libro, pequeño y memorable, las que dieron y todavía dan la vuelta al mundo junto con una retrospectiva de la obra de Lestido que en octubre se montará en Berlín. Pero Adriana no se tentó con esa propuesta, prefirió aportar su magia, zambullirse entre sus fotos como buceando de nuevo para encontrar aquello que está pero no se ve en la superficie. Y entonces quedaron las “chicas”, bravas, rebeldes, amorosas, deseantes, guerreras, soñadoras; unas cuantas chicas a las que la fotógrafa vio a través o a las que las mismas fotos atravesaron para dejar una estampa posible de ellas mismas; espejo para cualquiera que se anime a abismarse en el impulso vital que cada una contiene más allá de sus circunstancias. Porque es eso lo que Lestido retrata –rescata– eso que arde en la vida cotidiana, aun siendo rescoldo, arde el impulso por buscar el afecto, la belleza, la aventura y hasta el dislate de lo que se hace sin querer y ahí queda para siempre: la vida como el mar, fuerza, espuma y retirada.
“Algunas chicas siempre supieron que había que abrirse paso con machete. Saber la pérdida antes de que ocurra, estar encerrada en la resignación, sacarle romanticismo al juego perverso, a la promesa. Como si la historia no fuera sobre lo que uno vive, si no sobre lo que se hace con eso que se vive.
Algunas chicas son otras o las mismas en estas imágenes. Son mujeres y niñas, pero acá son algunas chicas. (No es que el género pese, es que necesita alivianarse; aliviarse de una carga que, aunque sea negada, vive en la posibilidad misma de intentar la liviandad) En estas imágenes se siente el frío, cierta desidia. Se ve la postura de una mano. Se puede imaginar el grito que llama la atención de una mirada. Se percibe la acción, enunciada en un paso. Se logra leer el gesto de la fuerza en estado vulnerable.” El fragmento pertenece al texto que escribió Romina Resuche, curadora, para acompañar la muestra que es parte de una programación del Macba que hace foco en mujeres artistas y que tomará todo el año. El título, dice Adriana, le pertenece a los Rolling Stones, que sonaban cuando ella y su “ángel guardián”, como le gusta llamar a su amigo y cómplice, el también fotógrafo Gabriel Díaz, elegían a esas “algunas”. Y algo de rock hay en la elección, una morosidad al inicio del recorrido, cierta melancolía que se deja abrazar, revolcar por el piso y empieza a ponerse de pie y a bailar cuando se llega al final aunque den ganas de que no se acabe. “No quería un título pesado y el que elegimos me gustó porque chicas somos todas, las de cuatro y las de ochenta”, y es así sin dudas como siempre nos vamos a ver y a llamar ¿o acaso no se junta una con “las chicas” aun maduras, aun tambaleantes? Siempre seremos eso entre nosotras, siempre que se necesita un rescate, una risa compartida, una fortaleza extra; ahí están las chicas que en el lenguaje de todos los días no es ni más ni menos que amigas.
Entre las fotografías de Algunas chicas conviven imágenes de distintos ensayos y tiempos. Las más antiguas están fechadas en 1986, las últimas a fines de los años noventa. Hospital Infanto Juvenil, Madres Adolescentes, Mujeres Presas, Madres e hijas son los títulos de las series que se sucedieron y que fueron cada vez más profundo en la trama de los vínculos, en la investigación de la autora en relación a su propio ser mujer y en relación con otras mujeres. Muchas veces las mostró desde entonces y ningún trajín ha logrado quitarle lozanía a esas fotos que conmueven. Ella tampoco se cansa de buscar en ellas lo que tienen para dar. “Es que no las veo en pasado, las veo en presente, se escapan de la anécdota, cuando una foto está viva conviven en ella una simultaneidad de tiempos”, dice la autora y de inmediato se borra como tal. “Lo que me pasa cuando miro mis fotos es que siento que me gusta que existan, más allá de quién las haya hecho. En realidad no siento que yo las haya hecho sino que tienen vida propia. y con su vida evocan cosas de la mía. A veces siento cierto orgullo, pero no por mí sino por ellas, por el camino recorrido.”
¿Y qué es, cómo es, de qué depende que una imagen esté viva?
–Una imagen viva es la unión de dos energías, la que mira y lo mirado, pero esa imagen después hace su vida, independientemente de quienes estuvieron frente o detrás de la cámara y de la experiencia de hacerla –contesta Lestido y basta con dejarse envolver por la textura de sus fotografías en esa sala de hormigón que desbordó el día de la inauguración y que un día cualquiera, a la siesta, en ese silencio que regala el museo cuando no hay más agitación que unos pocos pasos en derredor contagia el deseo de seguir guerreando, insistiendo en rescatar eso que permanece más allá de las olas que propone la vida. Una búsqueda que nunca se acaba y que nunca se termina de aprender. Pero algún secreto tienen estas imágenes, algo se cuece entre el amor y la desolación que transmiten, entre la energía y el letargo, siempre con el cuerpo en primer plano, la caricia dispuesta, el abrazo como destino. Será que, como dice la autora, están vivas. Y entonces una también puede sentirse así, viva, con todo lo desolador y conmovedor que puede ser eso, a la vez profundo y epidérmico: estar viva. Respirar, comer, defecar. Y también amar, buscar, dar pelea, soñar y diseñar futuros posibles; en cualquier circunstancia, contra cualquier marea.
Algunas chicas, hasta el 1o de mayo en el Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires, San Juan 328, de lunes a viernes de 12 a 19 y sábados y domingos de 11 a 19.30.
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