MONDO FISHION
› Por Victoria Lescano
¿Hacemos una excursión a Floresta? La invitación se escuchó en boca de la cineasta Lucía Puenzo y estaba dirigida a un grupo de amigas (la artista Lorena Ventimiglia, la escritora Laura Ramos) durante una pausa de lecturas en la presentación de La máquina de proyectar sueños, la nueva novela de Cecilia Szperling. La complicidad no se refería al barrio porteño ni a un bosque, aludía a la marca de básicos de culto de la escena arts & intelectual que luego de varias temporadas de oficiar como secreto a voces desde un showroom, abrió una tienda en Villa Crespo.
Al observar el local de Bonpland 930 se perciben las señas particulares del estilo Floresta: lejos de la modalidad de mostrar ropas desde maniquíes y de dictaminar modos de uso desde campañas trazadas por arbitrariedades de estilistas, la vidriera está coronada por un panel de madera sin otro ornamento que floreros con juncos. Y al estilo de La Ventana Indiscreta permite hacer foco en los cuatro percheros de caño pintados de blanco con las prendas de la colección invierno 2016 y una mesa de trabajo y de reunión, alrededor de la cual las asistentes y clientas toman un té o una limonada fresca. Detrás de la profusión de papelería, de cajas preciosistas, de bocetos y de moldes, asoma un altar a la cocina, donde predominan antiguos azulejos blancos, estantes con platos y menaje exquisito, además de exhibidores de santuarios de botones y cintas y un exhibidor rescatado en el Mercado de Pulgas hace varios años, mucho antes de situarse en el local que cobijó una mercería. Alejandra Ventura, la diseñadora de la firma, es devota de las camisas blancas (tiene una colección de esas prendas que incluye modelos fechados desde su adolescencia a la actualidad) y se desplaza por el espacio vestida con una camisa combinada con una remera al tono, un short negro holgado y con bolsillos que simulan tablas, medias negras y botas de estilo borcego-minimal. Advierte que jamás asistió a un desfile, que se aproximó al diseño de un modo intuitivo, luego de estudiar teatro, letras y bellas artes: de ahí que sus colecciones atemporales contemplan las necesidades y los modismos indumentarios de las mujeres cercanas a esas disciplinas.
“Me gustan los cuadrados blancos, todo lo que está despojado de artificios, ya sea vinculado a la moda, al interiorismo y al diseño en general. Intento que las prendas sean lo más parecidas a lo impecable” dictamina Ventura sobre sus premisas. Un recorrido por los percheros indica que se trata de una marca de básicos trazados en materiales nobles, enfatizando la buena realización y los precios sensatos. Abundan las tipologías de vestidos –ya en línea evasée, en corte princesa o en silueta cuadrada– sin otro artificio que bolsillos trazados con precisión geométrica, lazos en la cintura o estampas de cerezos que devienen de ilustraciones de Lola Goldstein. De esa serie con trazos rojos y blancos sobre negro, surgió una versión de lunares blancos sobre negro. Uno de los modelos omnipresentes en cada nueva temporada es el vestidito negro con escote en la espalda que surgió como homenaje al bañador retro que fuera de su abuela. Además hay buzos entallados en los algodones más amables, largas remeras de red, camperas cortas negras y como hit del invierno, una chaqueta de mangas cortas en color arena. El hilo conductor es el gusto por los azules marinos, el verde oscuro, aunque también asoman blancos, grises, estampas de rayas y algunos rosados. Los textiles siempre fueron un tema de conversación en la mesa familiar de Alejandra: sus abuelos búlgaros se radicaron en los años 40 en la Argentina y desde una fábrica de Villa Lynch hacían todos los procesos de las telas; la gabardina que prima en sus desarrollos de sastrería ready to wear son realizados por sus primos.
Sobre su aprendizaje del oficio, señala que comenzó a tomar forma en 2008, cuando una amiga modelista le ofreció asistirla en su marca de básicos utilitarios llamada Berenbaum vestimenta y luego de varias temporadas, el proyecto inicial mutó en Floresta. “Guiada por mi amiga y ex socia –quien desde su actual emplazamiento en Traslasierra en ocasiones colabora con algún desarrollo– fui indagando en las siluetas y las tipologías que favorecen a cada mujer. Al idear las prendas, pienso en compensar la rigidez que ofrecen las fotografías de moda, por diseños más posibles y que sigan siendo bellos. Reedito prendas, las repito en otras telas y las reformulo. No siento que tengo que imponer estética, prefiero escuchar los comentarios de las clientas para reflejarlos en futuras colecciones” concluye sobre su modalidad de trabajo.
En Floresta, otro centro de reunión tan concurrido como la mesa es el probador comunitario que funciona detrás de otro panel de madera: allí no hay divisiones y las clientas coinciden alrededor de su largo banco y el perchero con una docena de ganchos. Pero quienes buscan privacidad podrán refugiarse en el toilette vestidor.
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