ENTREVISTA
Directora de cine y máxima autoridad de la Academia de las Artes alemana, Jeanine Meerapfel dice que no puede olvidar su pasado y su lengua, ya que nació en Argentina y se fue a los 21 años para seguir la carrera cinematográfica. Los derechos humanos, la condición de las mujeres migrantes y la desigualdad de género son sus temas recurrentes y sobre ellos piensa seguir filmando cuando termine su gestión, de la que reconoce la necesidad de una fortaleza como la que tenía “nuestra ex presidenta”.
› Por Natalia Laube
La oficina de Jeanine Meerapfel tiene vista directa a la Puerta de Brandeburgo y al Reichstag, el parlamento alemán, con sus decenas de visitantes recorriendo como cada día la cúpula circular: desde lejos parecen hormiguitas por los pasadizos de sus hormigueros. Aunque, a diferencia de casi todas las metrópolis del mundo, Berlín no tenga un único centro neurálgico, la zona de Mitte en la que está emplazada la Academia de las Artes alemana es sin dudas una de las zonas de mayor afluencia de políticos y turistas. Aún quien no tenga idea sobre la historia de esta institución puede inferir su trascendencia pública por la ubicación de su edificio.
Desde el año pasado, Meerapfel, argentino-alemana y cineasta de profesión, preside esta Academia conformada por muchos de los artistas alemanes y europeos más destacados en seis rubros: música, literatura, arquitectura, artes audiovisuales, visuales y escénicas. Es la primera mujer y la primera latinoamericana en acceder al cargo máximo desde la fundación de la institución, hace 320 años.
Hija de alemanes judíos emigrados durante la época nazi –primero a Holanda, más tarde a la Argentina–, Meerapfel nació y se crió en Buenos Aires, y a los 21 años dejó su ciudad para mudarse a Ulm, Alemania, y cursar allá la carrera de cine que por esos años, mediados de los sesenta, dirigía Alexander Kluge (“con él aprendí a pensar tanto el cine como la vida: me enseñó a comprender y trabajar un guión, pero también a leer las interrelaciones entre un individuo y su sociedad”). A partir de entonces, volvió a la Argentina infinidad de veces para visitar a su familia o por trabajo, pero eso que suela llamarse “casa” se fue construyendo –lo fue armando– en el país del que había tenido que huir su familia algunas décadas atrás.
Casi todo su cine está atravesado por ese dato fundante o, en realidad, por la luz que entra a través de ese resquicio: las migraciones, los derechos humanos, la identidad, la memoria social y la individual, los encuentros –y los choques– culturales. Primero como artista integrante y ahora como presidenta de una institución que tiene como uno de sus objetivos principales el de producir exposiciones, charlas y diálogo con la sociedad a través del arte, Meerapfel también trae a colación esos temas que son, en gran medida, los más altisonantes de la Alemania actual, en la que la llamada “crisis de los refugiados” se lleva las tapas de los medios gráficos casi a diario.
Primero, una aclaración: yo no puedo decidir quién va a ser miembro acá, porque los miembros los eligen los propios miembros; cada una de las seis secciones vota anualmente si hará ingresar o no a nuevos integrantes. Hoy, la Academia tiene alrededor de un 30 por ciento de extranjeros, muchos austríacos, suizos e italianos. Pero, más allá de sus integrantes, sí me interesa abrir más las puertas en cuanto a los contenidos y al público receptor, mostrar trabajos de todo el mundo y abrirnos a temáticas internacionales. Desde que asumí como presidenta, hace casi un año, mi primer desafío fue traducir todos los textos y las exposiciones al menos al inglés, y también empezamos a abrir la Academia a más artistas de otras nacionalidades, que vienen a presentar sus trabajos o a dar charlas. Berlín se convirtió en una metrópolis cultural en las últimas décadas y me parece importante que la Academia también refleje la multiculturalidad de esta sociedad. Pero aún tenemos que seguir trabajando para ser más abiertos a otras culturas y otros pensamientos: no nos podemos quedar con un solo idioma ni con una sola manera de ver las cosas.
Esa voluntad de apertura y reflexión sobre algunos de los temas más actuales de Europa y el mundo se puede rastrear en sus exposiciones más recientes de la Academia: hasta fines de mayo se puede ver DEMO:POLIS, que indaga, a través de instalaciones, fotografía y video-arte, en las luchas por la apropiación del espacio público; a partir de junio se podrá ver Kinder im Exil (Chicos del exilio) que tematizará algunas de las problemáticas específicas de la infancia en los movimientos migratorios globales. “La migración es, si querés, el tema de mi vida”, dice Meerapfel. “Pero, además, es un tema que tiene que ocuparnos como sociedad, hoy más que nunca: desde la Segunda Guerra Mundial no existía una oleada migratoria tan grande como la que existe hoy, tanta gente moviéndose de sus lugares, buscando un lugar seguro donde poder sobrevivir. Ese es un tema al que no podemos ser ajenos. Tenemos que contar, hacer arte sobre eso, y ofrecer la mayor cantidad de información y perspectivas de estos conflictos como sea posible”.
Es que ese no era el lado B, no era un caso aislado, era más bien lo que predominaba: la mayor parte de la gente que había venido a “hacerse la Alemania” tenía una serie de conflictos muy grandes acá. Cuando, en los años 80, Alemania decide otorgar un dinero a los turcos para repatriarse, toda esa situación de emprender la vuelta resultó tan traumática para tanta gente que me pareció que había que contarla. En Melek encontré el personaje indicado para mi documental, y en el film voy contando todo ese recorrido burocrático que tiene que afrontar para volver a casa, los trámites de repatriación, los prejuicios de los empleados alemanes…
No, Melek y yo tenemos muy pocos puntos de coincidencia, salvo porque las dos somos seres humanos. La situación de una persona que viene con una beca a estudiar acá es tan privilegiada que no podés compararla a la situación de una trabajadora que migra para ver si puede conseguir un poco de plata y mandarla a su casa. Son situaciones muy distintas, no creo que haya punto de comparación.
Exacto, Melek no tenía nada de lo que alguien diría “es típico de una turca” y desde la elección del personaje hubo una búsqueda de contar eso, porque nadie es típico de un lugar, ¡no existe eso! Esa es siempre una idea construida.
Por supuesto que es un tema. Es un tema vivir en cualquier lado. Todo mi cine trata de eso, gira en torno a la pregunta de por qué uno vive donde vive, cómo es el lugar donde nació y dónde decide vivir. Uno tiene que poder describir su aldea, yo intento hacerlo a través del cine. Siempre va a ser un tema, para todos, pensar la sociedad en la que vivís.
Nunca.
No creo que lo haya entendido todavía. Después de como cien años de estar acá todavía no lo entendí. No voy a perder nunca mi identidad argentina, ni mi idioma. Eso no se va a ir nunca, o mejor dicho: se va a ir conmigo.
Sí, pero todavía falta mucho y no sé muy bien qué forma tiene, ni siquiera sé si es una ficción o un documental. Yo creo que uno hace siempre la misma película. Así que supongo que voy a hacer de vuelta la misma película de siempre, contada de otra manera. Cada quien tiene su cachito para contar, y yo voy a seguir contando mi cachito.
El exilio y los derechos humanos son mis dos grandes temas, y por supuesto son dos tópicos que tienen mucho que ver el uno con el otro. Para mis películas siempre acudí a formas narrativas clásicas, pero a través del trabajo en la Academia, en todos estos años, empecé a abrirme a algunas formas de realización cinematográfica nuevas para mí, más experimentales. El año pasado, por ejemplo, hice junto a Floros Floridis Confusión Difusión, un ensayo audiovisual que une cine, música y actuación en vivo. En noviembre vamos a llevarlo a Buenos Aires, a la Bienal de Imagen en Movimiento de la UNTREF. Ese es un nuevo camino para mí, una forma distinta de contar que estoy descubriendo.
Mmmmm sí, digamos que sí. A veces lamento que me saque de mi trabajo como creadora. Eso es duro, porque no quiero dejar de hacer cine ni quiero convertirme en un mármol. Quiero seguir contando historias. Pero, por otro lado, estoy aprendiendo tantas cosas… y además son tres años, no es un cargo vitalicio. Hay que ver qué pasa después.
Por la misma razón por la cual se tardó tanto en elegir mujeres en muchas instituciones: no existía la confianza de nosotras pudiésemos llevar adelante una institución. Eso empezó a cambiar, y era hora de que cambiara. No sé por qué pasó justo en este momento, eso se podrá analizar con el tiempo, supongo. Pero en el caso de la Academia, hubo un trabajo fuerte de Klaus Staeck, mi antecesor, que tenía muchas ganas de que las cosas cambiasen. Él me estuvo persiguiendo durante un año para que yo aceptara postularme para este puesto. Durante un año le dije que no. Los últimos meses, finalmente, logró ablandarme. Y acá estoy.
Creo que se está en un lugar muy avanzado respecto de otros países y que la presencia femenina en la cultura y la política son cada vez mayores –también en la Argentina, donde las mujeres pisaron siempre fuerte en la cultura y nuestra ex presidenta demostró toda la fortaleza de la que es capaz una mujer. Pero, a pesar de eso, sigue habiendo grandes diferencias y grandes injusticias. Hasta el momento en que una mujer que hace el mismo trabajo que un hombre no gane lo mismo que él, hay que seguir peleando.
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