PERFILES
Bárbara Vélez
› Por Flor Monfort
Hace unos días el culebrón que ocupa las horas de la tele “chatarra” tiene a la hija de la actriz Nazarena Vélez y al hijo de Carmen Barbieri como protagonistas. Los “chicos” estaban en pareja, una que venía con una alta dosis de exposición desde que ambos bailaron el año pasado en lo de Tinelli. Allí, Barbarita y Federico, confesaban ser muy celosos y haber habilitado al otro a sus claves de facebook y de celular, como para que no queden dudas de que la fidelidad es un valor muy alto para ellos. Se venía venir algo del desastre que ahora se desenvuelve con moretones y denuncias incluidas, con madres tan poderosas y “chicos” tan mediáticos el culebrón parece desenrollarse solo, como si fuera una consecuencia fatal del ADN que ambos llevan y que ponía en escena a una Nazarena temblorosa abrazando a su nena ahora mujer feliz porque entraba en el mundo de la convivencia formal. Pero ese era el principio, y a nadie le tembló el micrófono para dejar que sea, finalmente, el desastre que ahora es. No faltaron agoreros, fotos indiscretas de ellos con otros y algún que otro personaje que dijo “ojo que Bárbara está siendo golpeada”.
Lo que se pone en juego con esta trama es la frivolización de un tema que está instalado: la violencia machista ocupa las páginas de los diarios y noticieros pero la cifra de femicidios crece sin pausa. Mientras el doble femicidio de Ramos Mejía ocurría este fin de semana los panelistas de siempre se lustraban los colmillos con el ticket del hotel alojamiento que Federico Bal habría guardado de su infidelidad con una bailarina, hecho que habría desencadenado el desastre que terminó en la comisaría. ¿Cómo meter en una coctelera la traición, el glamour y los golpes y devolver una historia redonda? Otra vez, la tele lo hizo, y no perdió aliados cuando el mismo padre de Bárbara colaboró subiendo otros datos de la novela, que ya tiene varios días de aire y esa bruma por la que pasan las consignas cuando se enciende algún cartel que marca rating. En esa coctelera entra Ni una menos y también entra una periodista que cuenta que ella también fue violenta, que alguna vez le apagó un cigarrillo prendido en la cara a un novio. Porque pareciera ser que la única manera de echar luz sobre la violencia machista es siendo sinceras: si nosotras somos unas conchudas, también, vamos, no nos hagamos las buenas. Una versión más sofisticada y cruel del “algo habrán hecho”.
Por otro lado, la persistencia en el moretón y la actuación policial, la necesidad de sacar de mentira verdad al varón (“que es un encanto, quién hubiera dicho”) y la demencia de creer que cuando una mujer dice empujones tal vez está exagerando, o no, como ahora insinúa Jorge Rial, uno de los periodistas más visiblemente misóginos de nuestra pantalla, dándole carácter de entrevista exclusiva y solemne a la nota con Bárbara, es lo que terminan de revestir al fenómeno en uno que lejos de parecer positivo entraña oscuros intereses: la viralización es efectiva, como ocurrió con los videos de Mailén y Rocío, las chicas que denunciaron a José Miguel del Pópulo de La ola que quería ser chau, pero no es el tramo final de una historia. La justicia maneja otros tiempos que la tele y vaya a saber donde estén ellas cuando se las cite a declarar y su causa avance, cuánto le va a convenir a la maquinaria mediática volverlas a llamar, y sobre todo, cuánto le va a costar al frontman de una banda salir ileso de estas denuncias. A él y a tantos otros, indignados muchos cuando se los nombra como cómplices, o bien porque callan o bien porque ríen, o mucho peor, cuando en el mismo programa exponen la pancarta de la no violencia mientras la víctima está esperando para dar su testimonio al aire.
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