ARTE
La española Pilar Albarracín llegó a Buenos Aires para presentar su última muestra en el Macba en la que tematiza la violencia hacia las mujeres desde la performance consigo misma y en diálogo con la violencia ejercida desde una serie de rituales muy enraizados en el folclore de su pueblo. El casamiento religioso, las corridas de toros, la mujer objeto que desfila cual princesa muda son escenificados para volver sobre el patriarcado latiendo con fuerza en las venas de una sociedad con una altísima tasa de femicidios, pero también un amplio movimiento que lucha por volverlos visibles e ineludibles en la agenda pública y política. En ese contexto de creación y con Ni una menos gritando de fondo, Albarracín dialogó con Las12 y explicó por qué su obra la obligó a hacerse feminista.
“Yo antes no era feminista –confiesa la artista española Pilar Albarracín a Las12 en pleno montaje de su exposición en el Macba– pero llegó un momento en el que tuve la obligación de pronunciarme. Mis obras fueron delante de mí. Ellas fueron feministas ante que yo. A mí nunca me ha gustado clasificarme pero siempre en mi vida traté de ser coherente a pesar de temer al encasillamiento. Pero llegó un momento en que fue inevitable. Me tuve que hacer cargo de que mi obra encerraba una actitud política y tenía una difusión mayor a la que puede tener cualquier vecinx. Mi obra está preocupada por el género y por todas las manifestaciones del mismo”. Albarracín llegó a Buenos Aires para presentar su exposición ¡Viva España!, en el Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires, y desde el auto que la llevó hasta su hotel pudo palpitar el grito colectivo de Ni una menos.
Un corpus importante del trabajo de Albarracín desarma, valiéndose del humor y de la ironía, “una red de imágenes folclóricas vinculadas a la cultura andaluza, radicalmente sexualizadas, a través de la que se ha ido forjando, interna y externamente, el estereotipo de lo español”, como explican los críticos Xavier Arakistain y Lourdes Méndez en su ensayo, La mirada insumisa, sobre la andaluza. Efectivamente muchas de sus obras, siguiendo a los autores, parecen resucitar viejos fantasmas que algunxs piensan que desaparecieron con la dictadura franquista, pero a pesar de las décadas, siguen vivos. El estereotipo de “lo español” se reactivó políticamente en los noventa y se sigue reproduciendo en las cadenas televisivas, públicas y privadas, donde llevan años difundiendo imágenes folclóricas de mujeres casadas por iglesia, con toreros; de princesas, duquesas y fiestas taurinas; de procesiones seguidas con devoción por políticos de diferente signo; de bailadores y bailadoras de flamenco.
Si bien la obra de Pilar Albarracín nace de sus vivencias personales, trasciende lo español y habla de un estereotipo universal aunque sus mujeres representadas –en realidad la protagonista de sus obras es siempre ella misma– duerman con toros, se vistan de bailadoras de flamenco o muevan sus pies al son de esta música. “Yo me crié en un entorno rural donde matar a los toros es normal –explica a Las12–, donde esas celebraciones con la mujer clavada en un lugar siempre idéntico, eran cosa de todos los días”. Su lenguaje trasciende la etnicidad específica de una cultura, la andaluza, probablemente más evidentemente machista que la de otras culturas europeas. Sus andaluzas, ella andaluza, con su cuerpo presente en cada obra, logró la universalización de sus creaciones representando, más allá de animales de compañía y disfraces, a “la” mujer del siglo XXI. “Siento que a las mujeres como colectivo aún nos falta mucho para alcanzar la igualdad. ¿Qué puede ser peor que la violencia machista si terminamos muertas? Sin embargo tengo esperanza que con la educación, las nuevas generaciones, las de nuestras hijas o sobrinas, podrán tener un panorama mucho más esperanzador”.
Mantones de Manila, claveles, lunares y toros son los protagonistas de la muestra actualmente en curso. El video que registra La acción ¡Viva España!, la que da nombre a la muestra, exhibe durante varios minutos a una mujer vestida con un impecable traje amarillo –pollera a la rodilla y saco, cabello suelto y largo hasta el hombro– que es seguida por una banda de músicos por todo Madrid en lo que no se sabe si es una campaña política o exactamente qué. “Muchos decían que era la alcaldesa, cuando en ese momento no había una alcaldesa. A mí me interesa mucho que mis acciones tengan lugar en un espacio público. El visitante del museo ya llega a mirar una obra con un bagaje cultural específico pero el público que una toma desprevenido en la calle, ése es el público que a mí más me interesa”. Así en el registro de la acción no sólo se puede ver el estupor de lxs ciudadanxs a los que alcanzaba con su particular desfile sino también cómo muchxs se sumaban sin saber de qué se trataba. Había más seguidoras que seguidores, los cuales –se percibe en la obra– no miran sólo con estupor a la mujer de amarillo, también destilan desaprobación en su mirada, como no perdonando el atrevimiento de su color chillón y el sometimiento de una banda de músicos –todos hombres– a que acompañen su disparate. “Creo que tenemos, a veces, un poco apartado el mundo de la intuición, del instinto... –explica– y me gusta que la gente llegue, choque y vea algo que le remueva por dentro”.
En la acción “Bailaré sobre tu tumba” se presencia el duelo que tiene lugar en un baile. Un par de piernas de mujer calzados con zapatos de flamenco junto a las piernas de un hombre danzan al son de un flamenco con una violencia sutil. Sus piernas se mueven ante un reto, un desafío por el que quedará un único sobreviviente. El baile no es tal, sólo lo parece por la música que envuelve el movimiento de esas piernas que parecen ser cada par el representante de una riña de gallos. Habrá un cadáver y habrá un ganador. No haré spoiler para quien decida ir a ver la muestra.
En la acción “Lunares” observamos a Albarracín vestida con un inmaculado vestido blanco de bailadora. En su mano derecha lleva algo. Al principio no se consigue percibir de qué se trata. Pero arrima esa cosa indefinida a su cuerpo y ya no hay dudas. Es un alfiler –no la obviedad de un cuchillo o una navaja–, un supuesto inofensivo alfiler es el que se clava en su cuerpo. La fuerza con la que se lo clava debe ser intensa para que de ese gesto emane sangre, la sangre que estamparán los lunares del vestido blanco inmaculado que ya es historia. “Es sangre –nos confía Albarracín cuando le sugerimos que allí había un truco–. Es lo que se ve, es lo que represento. Si tú viste sangre, entonces es sangre”. Y es el dolor mismo lo que representa; la sangre de la herida es sólo una metáfora. La sangre como dolor infligido. “El artista de hoy tiene una gran responsabilidad de comunicar las situaciones injustas que están ocurriendo y debe hacer que la sociedad reflexione y se pregunte por qué”, explica Pilar para quien la inflexión del dolor es algo necesariamente evitable.
A partir de estas acciones podemos decir que su trabajo encarna la idea de Judith Butler de que “lo que consideramos una esencia interna del genero se fabrica mediante un conjunto sostenido de actos, postulados por medio de la estilización del cuerpo basada en el género. Lo que hemos tomado como un rasgo ‘interno’ de nosotros mismos es algo que anticipamos y producimos mediante ciertos rasgos corporales”. Desde esta posición teórica la identidad de género sería el resultado de la repetición de invocaciones performativas de la ley heterosexual y el cuerpo, el nada natural producto de las tecnologías sexuales. Para Butler la performatividad de género es “una repetición y un ritual que logra su efecto mediante su naturalización en el contexto de un cuerpo”, y vincula ese ritual con los hábitos corporales.
En ¡Viva España! Albarracín también expone fotografías. Entre ellas se encuentra quizá una de sus más famosas obras donde la artista aparece vestida de torera con una olla sostenida por uno de sus brazos. “La obra se llama ‘Untitled’ –nos recuerda– aunque ya todo el mundo la llame ‘La torera’. No quiero que haya confusiones. Yo no estoy en contra de las corridas de toros, nací con ellas, me crié con ellas y me parece una cosa natural”, se atreve a decir a pesar de los poderosos movimientos contra la tauromaquia que hoy recorren toda España y que incluso hacen de Madrid la “Capital animal” para pronunciarse contra todo tipo de crueldad ejercida hacia los animales. “Primero estamos las personas, luego habrá que ver a los animales. Me da miedo que se pierdan de vista la prioridades”, confiesa sin temor a levantar polémicas aunque luego se le escape “somos todos animales”.
Las obras que la representan durmiendo con un toro mientras fuma o vestida con un traje de matadora o las que la exhiben aprisionada en una taberna rodeada de toros como trofeos apuntan exclusivamente a su posición ante la exposición de la situación de las mujeres en este siglo. Le leemos el pensamiento: “Dejáos de joder con los toros. Las mujeres primero”.
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