EDUCACION
Una revisión por los libros de texto editados este año brinda un panorama poco alentador: no sólo queda develada la vigencia de los estereotipos de género más arcaicos, también se advierte un recorte de la historia, al parecer protagonizada por hombres –ese vocablo que se sigue usando para definir a la humanidad invisibilizando todavía más a las mujeres– públicos y señoras de su casa.
› Por Soledad Vallejos
Papá cuida una huerta
(que a fin de cuentas es productiva), mamá sus plantas (que son bien
decorativas). Francisco tiene una tienda de caramelos, Martina lava las papas,
su mamá cocina, su abuela amasa el pan y su hermano pone la mesa. La
maestra está contenta porque el mecánico ya arregló el
auto de su marido. Es que el hombre necesita vivir en sociedad y rechaza las
actitudes discriminatorias. La mujer no se sabe, porque está llevando
a su nena al médico, y anda bastante lejos de interesarse por el hombre
y las actividades económicas. Antes, claro, antes era diferente. En la
época de la colonia, por caso, ¿qué pasaba? Bueno, ellas
se ocupaban de la casa y los hijos, y sólo si faltaba el hombre tenían
que trabajar, porque trabajo es el del mundo público (y el que hace la
gente más o menos bien, no esas lavanderas, esclavas y mazamorreras chiruzas
y pintorescas). Pero cuando llegó el tiempo de las batallas por la Independencia,
ahí sí, las mujercitas se metieron de lleno a acercar su humilde
apoyo: bordaron banderas, donaron joyas y cocinaron para las tropas de su preferencia...
aunque se hayan llamado Juana Azurduy, vistieran uniforme militar –como
muestra el retrato– y combatieran cuerpo a cuerpo. Florencia tiene muñecas,
Ramiro autitos y a Macarena están por regalarle una cocinita de juguete,
mientras Pablo se prepara para una competencia de salto en largo. El sufragismo
fue cosa de obreros aguerridos y el voto femenino, en cambio, un derecho caído
del cielo que se sintetiza en una línea: “concedido por Eva Perón”.
El sistema endócrino es diferente en el varón y en la mujer –y
por eso son necesarios dos gráficos diferentes–, no como el sistema
urinario, que es unisex, como se ve perfectamente en el cuerpo de ese señor.
Claro que si hablamos de sistema reproductivo (¿cómo que educación
sexual no quiere decir reproducción biológica?) todo cambia: ellos
tienen pene, escroto y próstata; ellas, útero, ovarios y labios
(menores y mayores). (¿Clítoris?...) De alguna manera, el heroico
esperma entra, el óvulo espera para recibirlo, y al cabo de algunas semanas
los bebés salen de su madre. (No, las mujeres no paren.)
En estos momentos, educandas y educandos de la patria que cursan el EGB cultivan
sus tiernas mentes con estos elevados, delicados y altruistas principios que
pueblan sus libros de texto con imágenes del mundo real y los preparan
para el territorio en el que, dentro de algunas décadas, serán
adultas y adultos hechas/os y derechas/os. Sin asumir sus cabecitas como tabulas
rasas, sino apenas sospechando que sus primeras lecturas y su educación
inicial tendrán algo que ver en su formación posterior, el futuro
es –especialmente en estos momentos de incesante contraataque conservador–
cuanto menos inquietante en lo que a género refiere. O al menos eso parece,
a casi diez años de que la Constitución reconociera la necesidad
de procurar la igualdad entre hombres y mujeres. La Argentina de dentro de 15,
20 años será, tal vez, un futuro plagado de madres cocineras,
felices compradoras de supermercados, enfermeras, señoras de limpieza
(de la escuela, nomás), y cebadoras de mate, todas ellas dueñas
de cuerpos tan serviciales que han llegado a prescindir de órganos capaces
de depararles placeres para limitarse –el impulso natural y el amor al
prójimo así lo mandan– a conservar los que le permitan transportar
óvulos, bebés y carteras. Habrá, también, señores
que se tiran a mirar la tele apenas llegan de trabajar y esperan que su suegrita
les sirva la comida. Eso es, por lo menos, lo que vienen tratando de conseguir
casi en su mayoría los libros de texto destinados a la escuela primaria.
Socorro, esto puede asustar.
Un ser
muy especial: el hombre
Con una lógica y una coherencia envidiables, la Ley Federal de Educación
plantea que “el Estado deberá fijar los lineamientos de la política
educativa respetando”, además de valores como la soberanía
nacional y eldesarrollo, la “concreción de una efectiva igualdad
de oportunidades y posibilidades para todos los habitantes y el rechazo a todo
tipo de discriminación” (inciso f), así como “la superación
de todo estereotipo discriminatorio en los materiales didácticos”.
Pero, como no solamente de declaraciones principistas vive la educación,
la misma ley se encarga de aclarar que es preciso subrayar “la valorización
del trabajo como realización del hombre y de la sociedad y como eje vertebrador
del proceso social y educativo” (inciso j). Es ése, justamente,
el espíritu que ha inspirado a la mayoría de los manuales y libros
de texto que se encuentran en este momento en el mercado.
En un evidente esfuerzo por acompañar las políticas de igualdad
de oportunidades, algunas editoriales han demostrado que los empeños
son ingentes, y los resultados ídem. La Calesita. Areas y proyectos integrados
(ed. Puerto de Palos) de lengua, matemática, ciencias y tecnología
para el 1er. año del EGB, por ejemplo, nos cuenta que cuando Juan llegó
a casa con sus amigos –a los que invitó de sopetón para el
almuerzo– “descubrió que su mamá le había preparado
la comida que más le gustaba”, que los niños juegan a la
pelota en la plaza, pero las niñas –como son buenas– se esconden
en la habitación. Ellos tienen autitos, regalan galletitas a las niñas
y de vez en cuando las empujan durante los recreos. Una tarde de otoño,
un grupo de amigos decidió investigar de qué manera se podía
aprovechar el viento: “Manuel inventó el globo mensajero”,
“Gastón inventó las figus voladoras”... “A Lola
no le convenció mucho la idea. Ella prefirió inventar la vincha-pañuelo,
que no será un juguete pero sirve para no despeinarse”. Los padres
trabajan: son electricistas, arquitectos, pintores, albañiles, bomberos,
contadores, periodistas, violinistas, carteros. (Resulta lógico, en verdad,
puesto que vienen de una ardua tradición como reyes, soldados, gauchos.)
Las mujeres son maestras, enfermeras, bailarinas o, en pleno arrebato de equidad,
médicas y dentistas. Caminando por el barrio, descubrimos que los chicos
andan en bicicleta o van a la escuela; las nenas hacen las compras, las mamás
la sopa. Hablando mal y pronto: de 248 figuritas que acompañan los textos,
173 son representaciones de varones, 75 de mujeres, esto es, ¡se respeta
escrupulosamente la ley de cupo, con un 70 por ciento de muchachitos y un 30
por ciento de chicas!
En Picaporte 1 (ed. Santillana), las nenas tienen cartucheras más ordenadas
que las de los varones y se dedican a la cocina, mientras ellos juegan a ser
guitarristas. Cada 20 páginas, una madre lleva a un niño al médico
o al dentista –que inevitablemente son señores–, antes de asegurarse
de que “anotó en una lista todo lo que quería comprar”.
Los trabajos en el barrio ignoran puntualmente toda estadística o mirada
por la calle. Ellas pueden ser prácticamente lo que se les ocurra: médica,
ama de casa, peluquera o modista. Que se aburran ellos con las computadoras,
la música, las ferreterías, los almacenes, las relojerías,
verdulerías, oficinas o cualquier otro empleo. Porque, la verdad, nada
más lindo en este mundo que ser feliz por las cosas que importan: “Al
músico callejero se le ocurrió tocar su canción preferida
(...) El barrendero dejó reluciente la calle del colegio. Como si esto
fuera poco, la maestra recibió dos buenas noticias: el mecánico
le dijo que ya está arreglado el auto de su marido y el arquitecto le
aseguró que pronto estará terminada la construcción (...)
¡Ahora ella tendrá a sus sobrinos cerca de su trabajo!”. ¿Para
qué va a querer tener ambición, ser astronauta o dejar que se
queme la torta en el horno para que de una vez por todas su familia aprenda
a cocinar?
Si con este maravillosamente amable panorama las niñitas se han sentido
lo suficientemente estimuladas como para pasar de grado e ir haciendo el caminito
para ser las exitosas mujeres del mañana, quizás las espere en
su segundo año Un montón de alegría (ed. Kapelusz), en
el que, a pesar de encontrarnos con una madre trabajadora (a merced de su empresa,
que la traslada) y un padre desocupado, tenemos el placer de conocer a unaclásica
familia de papá, mamá, abuela y niños. Sugerente diálogo
cuando él vuelve de trabajar:
–Suegrita, ¿qué comemos de rico esta noche?
–Con esa pregunta te fuiste y con ella volvés... ¿Vos pensás
sólo en tu estómago, Federico?
–Es que me acostumbraste a esas comidas ricas que vos sabés hacer...
–¡Que no te escuche Clarita! (N. de R.: la hija de la señora
y esposa del señor.)
–Mejor, ¡que no me escuche mi madre!
–¡Federico! ¡Mirá lo que has hecho! ¡Qué
ejemplo das a los chicos!
–¡Estoy cansado, abuela! –grita él mientras prende la
tele y la suegra va recogiendo sus cosas por el living.
–Sí, pero da igual trabajo desparramar todo que colgar cada cosa
en su lugar.
(Entran en escena dos niños y una niña.)
Niña: –Papá, ¿me ayudás a hacer la tarea?
Niño: –Papá. Necesito tu cortaplumas para hacer un trabajo
en madera balsa.
Porque como todo el mundo sabe las niñas solas no pueden, y los varoncitos
son inquietos y habilidosos con las herramientas, gracias a esa energía
innata que los convierte en hacedores de todo. Será por eso que –como
reza el título de una unidad temática– hablamos de “un
ser vivo muy especial: el hombre”.
Afortunadamente, al llegar al 4to. año, descubrimos que en Haciendo números
(ed. Santillana) “Mi mamá compró duraznos”, “Laura
fue al supermercado”, Flora cebó mate, Ana sirvió jugo y,
finalmente, la equidad sirve porque “¡Nico quiere comprar la mayonesa
más conveniente!” “El hombre y las actividades económicas”
(Ciencias Sociales. Ciencias Naturales de ed. Santillana para 5to año
de ciudad de Buenos Aires), ustedes saben, son un mundo aparte. Ellos prefieren
usar el cálculo científico y racional (por algo, todos los libros
destacan a los grandes hombres de la ciencia, y eventualmente alguno se acordará
de Marie Sklodowska, aunque nombrándola como Curie, para que nadie se
olvide de su marido) en lugar de dejarse llevar por los impulsos del gen de
las compras. Y sí, somos diferentes, el mundo un lugar vasto y la vida
pura diversidad.
¿Para qué?
Como en las fantasías más rabiosamente conservadoras, los libros
de texto editados este año reproducen acríticamente cuanto estereotipo
se le cruza por el camino: las familias (con una única excepción,
en la que de todas maneras la madre supuestamente soltera queda desvinculada
del mundo adulto para concentrarse en el vínculo con su hijo, algo que
no le sucede al padre, capaz de conservar relaciones con otros adultos) son
típicas antes que tipo: hay papá, mamá y hermanos. Hay,
también, un mundo doméstico en el que reina el saber femenino
y la “colaboración” masculina: ellas ordenan, ellas lideran
el ranking de representaciones gráficas cuando el ámbito retratado
es la cocina, ellas despiertan a los hijos (notable: ni una vez en 14 libros
relevados un padre despertó a una hija o un hijo) y les sirven el desayuno,
aun cuando –excepcionalmente puede ser una palabra tan pequeña–
luego tengan que salir a trabajar. A fin de cuentas, el mundo de las relaciones
sociales, lo sensible y lo privado es lo suyo.
Si la división entre lo público y lo privado fue uno de los pilares
de la gestación de la socialidad burguesa y su forma de construir poder,
parece que la homologación de cada uno de esos territorios a cada sexo
goza de excelente salud: la vida comunitaria, la calle, el mundo del trabajo,
la política, la ciencia, la historia e inclusive el presente pertenecen
al hombre. Tal como se construye, la historia argentina es poco más que
la sucesión de nombres, batallas, guerras, grupos yenfrentamientos entre
hombres (los clásicos que vienen enseñándose desde el surgimiento
de Billiken y la fundación de la escuela pública como unificadora
y hacedora de la nacionalidad), y la actualidad está lejos de relacionarse
con las mujeres: se habla del Presidente, los ministros, los legisladores, y
se ilustra en consecuencia. Aun cuando la corrección política
lleve –en los libros destinados a los grados superiores– a tematizar
la pobreza, los derechos sociales y los derechos humanos, nada lleva a profundizar,
por ejemplo, en por qué las mujeres accedieron al voto solamente a partir
de 1952, ni a mencionar –no en todos los casos– de manera muy tangencial
al movimiento de mujeres sufragistas. Ellas no lucharon por el voto, no participaron
mayormente de la gestación de los partidos políticos, no fueron
anarquistas, sindicalistas o intelectuales.
Como si el hecho de que sean constituidas en clave androcéntrica (biografías
de “grandes hombres”, anécdotas de experimentos realizados
por hombres, retratos de hombres, fotos de varoncitos con delantal y anteojos
que señalan títulos de unidades a estudiar) fuera poca cosa, las
ciencias naturales arrastran el conflicto que empezó a despertar la semana
pasada en la provincia de Buenos Aires, cuando finalmente se dispuso que los
colegios católicos deben acatar las leyes del Ministerio de Educación:
¿educar o no educar sexualmente? En todo caso, y aun cuando en ese distrito
no se hayan aquietado aún las aguas, es probable que lo que siga entendiéndose
por “educación sexual” se rija por las normas de los contenidos
divulgados actualmente: el sexo como descripción anatómica (incompleta)
y actividad fisiológica que tiene por todo objetivo la concepción
y el consecuente (porque no se menciona la anticoncepción) nacimiento.
Ante semejante avalancha de evidencias de la excelencia masculina y la pequeñez
femenina, una pregunta se impone por sí misma: ¿cómo soportan
las niñas seguir yendo al colegio? O mejor dicho, ¿para qué?,
si nada les sugiere un futuro con demasiadas opciones o expectativas.
Cuestión de veto
“Históricamente, la escuela fue creada por y para varones, y en
este sentido las mujeres fueron y siguen siendo un agregado en el modelo cultural
vigente”, escribieron Gloria Bonder y Graciela Morgada en Educando a varones
y mujeres para el siglo XXI, un informe realizado para asesorar al Ministerio
de Educación en políticas de género que, por presión
de la Iglesia, fue desestimado a la hora de plantear contenidos y políticas
públicas con perspectiva de género, aunque la inquietud –de
manera subterránea y marginal– pareciera subyacer en otras normativas.
Mientras que la Ley Federal de Educación prevé la eliminación
de estereotipos discriminatorios y parece confiar en la buena voluntad de los
sectores involucrados en el proceso educativo para lograrlo (no existe, en realidad,
legislación o regulación de los libros de texto), durante 2000
se promulgó en la ciudad de Buenos Aires la ley 481, que creaba el “Programa
para la eliminación de estereotipos de género en textos escolares
y materiales didácticos”. Se trataba de una iniciativa que pretendía
“crear conciencia para la identificación y transformación
de los mensajes y pautas culturales que tienden a la discriminación por
razones de género” y “promover la progresiva superación
de estereotipos de género” en esas producciones. Para ello, se realizará
“una convocatoria anual a los editores de textos y fabricantes de materiales
didácticos” para recomendarles “la incorporación de
los principios constitucionales que garantizan la igualdad de trato entre varones
y mujeres”, alentaría la investigación y la capacitación
de docentes. Tamaña cruzada, por lo demás, iba a ser financiada
por la ciudad. Un mes y dos días después de promulgada, Aníbal
Ibarra vetó el artículo 5to, que aseguraba el financiamiento del
programa.
Graciela Morgade, coautora de Educando a varones y mujeres..., directora general
de Educación Superior del Gobierno de la Ciudad, y responsable porel
área Educación del Plan de Igualdad de Oportunidades y de Trato
-regido por la ley 474–, tiene una teoría sobre el origen de las
dificultades para implementar –más allá del presupuesto–
un plan que estimule la revisión de los libros para las escuelas:
–En la Argentina, la tradición es que los docentes eligen en el
mercado editorial y que la Secretaría de Educación se limita a
emitir diseños curriculares. Acá hay bastante cuidado con todo
lo que pueda parecer censura, entonces no hay evaluación anterior a la
publicación y mucho menos una sanción posterior. Teniendo en cuenta
esa tradición, lo más efectivo es trabajar con los docentes para
que seleccionen los libros teniendo en cuenta de qué modo son presentados
los roles de mujeres, de varones, las relaciones familiares y también
la participación de las mujeres en política o en economía.
Que se preste atención a qué riqueza de posibilidades aparecen
de las subjetividades, tanto privadas como públicas.
–¿El plan ya realizó cursos de capacitación para docentes?
–Cursos con perspectiva de género hacemos hace tiempo en la Escuela
de Capacitación, pero en general han tenido poco éxito los que
se llaman Género y Educación. En el futuro inmediato, el plan
se dispone a dictar cursos sobre educación, género y sexualidad.
“El sexismo en el currículo no se puede eliminar fácilmente
porque no es una capa superficial, resultado de la simple ignorancia y el descuido”,
escribió Marion Scott en Dale una lección: el currículo
sexista en la educación patriarcal (uno de los estudios del interesante,
aunque quizá demasiado optimista, Aprender a perder. Sexismo y educación,
editorial Paidós). Al tratarse del producto de una tradición enraizada,
capaz de arrastrar sesgos desde el uso del lenguaje y su manía de llenar
páginas enteras con falsos genéricos como “el hombre”
cuando de lo que se trata es de designar a la humanidad, el modelo del mundo
que se construye resulta, literalmente, construido a imagen y semejanza del
hombre. De acuerdo con
la investigadora española Carmen García Colmenares (en Educación
sexista, una publicación del Euro Women Resource Center), concebir a
la mitad de la humanidad como molde, “se manifiesta en la desaparición
del papel de las mujeres en el desarrollo de la cultura y el conocimiento dentro
de los contenidos escolares”, con lo cual el ciclo educativo terminaría
(termina) resultando un agente hiper eficaz a la hora de reproducir un mundo
que hace de las desigualdades y la discriminación por género su
lógica de funcionamiento.
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