RESISTENCIAS
La Justicia dispuso el desalojo de Casa Pantano, en el Pasaje Carlos Gardel, para el próximo viernes. Intentará llevarse puestas a unas veinticinco familias con jefas de hogar al frente que resisten con sus niñxs por el derecho a una vivienda digna, lucha que hace años sostiene la asamblea de inquilinas del edificio, organizadas en una colectiva que no está dispuesta a la expulsión arbitraria.
› Por Roxana Sandá
Esta vez va en serio. Eso le confirmaron a la asamblea de inquilinxs de Casa Pantano, el edificio derruido sobre el pasaje Carlos Gardel, en el corazón del Abasto, donde hace años resisten la expulsión. Este 12 de agosto, la policía y probablemente la Guardia de Infantería, como viene sucediendo en procedimientos similares contra lxs más pobres, intentarán concretar la orden de desalojo que emitió el Juzgado Civil 52° de la Ciudad de Buenos Aires. Las que resisten, en su mayoría mujeres solas o jefas de familia con hijxs a cargo, advierten que no les será fácil dejarlas de patitas en la calle desde que iniciaron un largo camino de aprendizaje de sus derechos, por la construcción de una sociedad solidaria e inclusiva. “Queremos que por lo menos nos dejen estar aquí hasta diciembre, para que nuestrxs hijxs puedan terminar el año escolar, pero que tampoco nos manden a paradores nocturnos, que no solucionan el verdadero conflicto, la falta de una política de construcción de vivienda social”, explica Aurora Morales, una de las impulsoras de la asamblea permanente del edificio.
Desde esa Asamblea Popular por el Derecho a la Vivienda (APDV) se oponen al desalojo de las 25 familias que viven en el Pasaje Carlos Gardel 3151 y se organizan para cumplir una vigilia el 11 de agosto, de resistencia y en defensa del derecho a la vivienda. “Buenos Aires está siendo consumida por la especulación inmobiliaria. Sus calles, parques, plazas, monumentos, patrimonios están siendo vendidos a empresas privadas que con su comprensión visionaria de las metrópolis, demuelen y explotan económicamente sus terrenos. Avanzando con esta lógica, nos encontramos hoy no sólo con una ciudad carente de espacios verdaderamente públicos, sino también sin espacios privados para la población con ingresos menores que los que pueda obtener la clase media. Uno de estos casos es la Casa Pantano”, detallan en un comunicado. “La expulsión de vecinos originarios del barrio para comprar los terrenos y construir viviendas de lujo, se ha vuelto una práctica habitual en la Ciudad.”
La Pantano fue patrimonio histórico, un edificio de renta del siglo diecinueve con largos patios, galerías y piezas con techos altos. Su dueña, Estela Pantano Macello, heredera del dueño original de la casa, de ahí el nombre, sólo se dedicó a alquilar las viviendas y a no hacer arreglos ni refacciones de ningún tipo que lxs inquilinxs reclamaron durante años, en estructuras que fueron empeorando y pusieron en riesgo las vidas de niñxs y vecinxs. “Al principio le pedíamos que hiciera los arreglos y ella nos contestaba que los hiciéramos nosotrxs, que después lo descontaba de los alquileres acordados, entre 750 y 1800 pesos por habitaciones descuidadas, que depositábamos todos los meses en el banco Credicoop. Le dijimos que ella debía venir a la casa y encarar los arreglos, pero siempre nos ignoró. Entonces, cansadas, empezamos a organizamos, pusimos un abogado y no pagamos más la renta”, cuenta Aurora. Peor aún, con la excusa de un enojo por la intervención de los abogados, Pantano Macello vendió la casa a un grupo inmobiliario que pretende hacer un edificio moderno y con aval de demolición parcial, resguardando la fachada original. “Lo resuelven de esa manera por tratarse de un edificio protegido por la Legislatura desde 2006”, explica, en referencia a la Disposición N° 1173/14 de la Dirección General de Interpretación Urbanística, que sostiene la medida.
La arquitecta y activista Daiana Aizenberg, de Emergente, acompaña a las mujeres en sus acciones y reclamos. Sostiene que la especulación inmobiliaria está transformando ciudades y sociedades donde por lo general las mujeres son quienes marcan el pulso de las acciones. “Se valoran más los metros cuadrados que sus habitantes. Los espacios públicos se privatizan, con ellos nuestros espacios de socialización, ideas, debates y luchas colectivas, mientras que los privados se vuelven un bien inalcanzable para aquellxs que no pertenecen a la clase alta de la población. ¿Para quién está diseñada la ciudad? Buenos Aires se maneja con políticas elitistas, de exclusión, dentro de las cuales gobierna la destrucción de nuestra unión. Las casas ocupadas en resistencia, las villas, las calles de barrios céntricos que funcionan de vivienda para miles de personas, son parte del paisaje por el que el Gobierno debe trabajar. Si queremos una ciudad inclusiva, que respete los derechos de todxs, somos nosotrxs mismxs quienes debemos juntarnos y luchar.” En Emergente, medio de comunicación y activismo, trabajan la conciencia desde las calles hasta las redes sociales y viceversa, ofreciendo espacios de expresión de voces y visibilidad para generar una mayor conciencia social. “Desde esa convicción acompañamos entre otras causas -asegura Daiana- a lxs vecinos de la Casa Pantano en su lucha, y entendemos que a su vez es nuestra lucha también.”
Según el último censo de 2010 y datos de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires, hay al menos 34.000 viviendas desocupadas en este territorio, miles de ellas ociosas por decisión de sus propietarixs o por litigios judiciales. Otro relevamiento de la Empresa Social Hecho en Bs.As y El Ceibo TB - Trabajo Barrial, ejecutada por la Red Hábitat Argentina, habla de dos millones y medio de propiedades desocupadas en la Argentina, “que no contribuyen a resolver de forma sustentable la acuciante crisis de vivienda que hoy alcanza a millones de familias”.
Felicidad Paredes usa un bastón que la ayuda a descansar su rodilla, tantas veces operada y deteriorada. Es de las vecinas “de arriba”, una de las pocas que bajan a tomar mate con Aurora, a pedirle que le compre algún remedio y a cuidarle dos hijas y una nieta de 8, 5 y 3 años cuando su amiga, el marido y el hijo salen a trabajar o tienen un contratiempo. Se llevaron bien de entrada y tejieron redes de contención y ayuda mutua “porque es la única manera de vivir”, concluye Felicidad, los ojos llorosos por el derrumbe de una estructura arenosa y por ese vínculo que le obsequiaba tranquilidad y ahora corre riesgo de esfumarse. “¿Dónde irán a parar todas las familias que siguen viviendo aquí, como la de Aurora? Si el Estado va a ejecutar el desalojo, debería garantizar también una solución. Pero no lo hace y eso duele, por eso vamos a organizar la vigilia de la resistencia pacífica el 11 de agosto. No queremos patotas que nos peguen y destruyan nuestras cosas con tal que nos vayamos: nosotras luchamos por una ley que suspenda los desalojos y por una ciudad solidaria e inclusiva. Siento que podemos lograrlo.”
Aurora la mira de frente y con apego, todas al calor de una mesa que suaviza la geografía dura de paredes chorreadas por la humedad, techos de bovedilla rajados de parte a parte y pisos con cráteres de cemento. Las niñas, Chiara, Aylén y Alma, se enredan en un mundo infantil donde jugar, amarse y pelearse es el único horizonte real. Por fortuna. Chiara está contenta porque la directora de la Escuela N° 8 del Distrito Escolar N° 2 a la que asiste, prometió a su madre “presentarse el 12 en Casa Pantano y hablar con el oficial de Justicia para pedirle que al menos nos dejen permanecer aquí hasta diciembre, para que lxs chicxs terminen el ciclo lectivo”, dice Aurora. “Para muchxs de nosotrxs es una iniciativa importante a la que podrían sumarse las autoridades escolares de otros establecimientos del barrio, a los que concurren lxs hijxs de mis vecinxs.”
La esperanza, definen Felicidad y Aurora, no es lo último que se pierde sino lo primero que se abraza con pasión. Será por ese optimismo en cascada que las quieren tanto las mujeres de otras agrupaciones. Ambas son bienvenidas en las asambleas de inquilinxs porque arengan pero también señalan amorosamente los modos de ver la lucha. Se lo deben en gran parte, aclaran, a Jorge “Abasto” Barone, dirigente histórico de la Coordinadora de Inquilinos de Buenos Aires (CIBA), amigo y maestro. “Nos enseña cómo tenemos que activar y no hacérselas tan fácil a lxs que nos quieren desalojar. Hace cinco años que asistimos a las reuniones semanales y a las convocatorias. El nos ayudó mucho.”
El CIBA nace en la década del setenta para defender los derechos de un numeroso grupo de inquilinxs que estaba por ser desalojado, como consecuencia de la aplicación de una ley que eliminaba las protecciones vigentes en el mercado de alquileres durante la última dictadura cívico militar. Hoy continúa luchando por el derecho a la vivienda en la Ciudad, denunciando y resistiendo los desalojos compulsivos, amparados por una ley de “desalojo inmediato”, que desconoce la problemática habitacional de las familias desalojadas. Barone suele repetir como un mantra la necesidad de movilizarse “por una ley que suspenda los desalojos, por la regularización del mercado de alquileres en la Ciudad, por la construcción de vivienda social destinada a todos aquellos que encuentran vulnerado su derecho a vivir en una vivienda adecuada y saludable en la ciudad, y por una sociedad inclusiva”.
“Nadie puede sacarte de tu casa compulsivamente ni allanar tu vivienda sin la orden de un juez, sin un proceso legal”, reprocha Felicidad, que sueña con armar una agenda con el Ministerio de Desarrollo Social en la que se discutan subsidios, modalidades de pago y alternativas de viviendas que preserven la unidad del grupo familiar. “Eso lo aprendí bien, pero parece que algunas y algunos prefieren emprender la retirada y buscar nuevos rumbos en forma individual. Muchas familias procuraron sus viviendas con absoluto egoísmo, sin siquiera compartir la información con aquellas a las que se les dificulta la búsqueda por no tener el dinero suficiente o por no poder cumplir con muchos trámites burocráticos que sólo buscan ahuyentar a lxs más vulnerables.”
Lo más triste, coinciden con otras compañeras de resistencia como Graciela y Marina, es que aún si lograran frenar el desalojo se va a seguir segmentando la unión. “Pero estamos dispuestas a permanecer a contracorriente, en resistencia y para seguir quedándonos hasta que solucionemos el problema habitacional. Apuntalar una lucha no sólo tiene que ver con la defensa de las paredes sino con la unión colectiva de las mujeres en un proceso permanente de construcción.”
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