ITINERARIOS
› Por Ann De la Fuente
Solía pasar mis tardes en una plaza de Recoleta con la bebé de una amiga observándola jugar en el arenero mientras mi cabeza volaba hacia otros tiempos y espacios y mi teléfono se colmaba de mensajes y fotos, de las aventuras ocurridas durante noches anteriores.
Entre tanto yo volaba, los otros nenes de la plaza se acercaban con intenciones de entablar diálogos tan delirantes como sinceros (como solo los niños saben hacerlo), seguramente por mi look fantasioso que evidentemente simpatiza más entre los infantes que entre las señoras del barrio.
Hace unas semanas, mi amigo más maduro (a quién a partir de ahora denominamos como Mamá) me llamó excitadísimo porque acababa de ganarse un premio importante y quería a salir a festejar.
–¿Pero a dónde querés ir un miércoles?
–Vos confía en Mamá, te paso a buscar a las diez...
La intriga se apoderó de mí hasta el anochecer. A la hora acordada, Mamá puntualísimo como siempre, me pasó a buscar en un taxi, y sonrientes partimos hacia nuestra nueva excursión nocturna.
El auto frenó sobre la calle Anchorena, la puerta se parecía a la de un hotel corriente. Una pareja entró de la mano entusiasmada. Enfrente, casi estratégicamente hay un telo llamado “Discret”. Sin dudas habíamos llegado a un club swinger.
–Buenas noches, ¿Conocen el lugar? Hoy es fiesta mixta y el dress code es lencería y fantasy así que van a tener que quitarse la ropa –nos dijo la recepcionista.
Mamá y yo nos miramos cómplices y entramos al ascensor del club, tapándonos las bocas para evitar las carcajadas. En un cuarto de luces tenues, dejamos nuestra ropa en bolsas de consorcio, custodiadas por una marica amargada encargada del guardarropa del sitio.
Subimos al piso principal donde había una mini discoteca y nos pedimos unas copas de champagne en la barra para entrar en clímax.
De pronto, comenzó a sonar una canción que nos gustaba y corrimos al medio de la pista a bailar. –Esto es como una película de Isabel Sarli –dijo Mamá feliz.
Estábamos viviendo lo que para algunos es una pesadilla recurrente, pero para nosotras era un sueño hecho realidad: ¡Bailar desnudas en una discoteca!
Un hombre se nos acercó sin dejarnos terminar nuestra coreografía improvisada y antes de que me diera cuenta, Mamá ya tenía sus manos posadas en el bulto del individuo.
–¿Querés tocar, bebota? Ofreció mamá generosa y como nunca resistí quedarme con las ganas de nada, yo también me puse a tantear el paquete del tipo.
–¿Son nuevos acá? Vengan conmigo que les muestro el lugar... –Y sin dejarnos responder nos arrastró hacia las profundidades del dark room.
–Aquí vale todo –susurró el tipo entre los gemidos del ambiente.
El cuarto estaba repleto de personas amontonadas en unas camas redondas, algunas participando de las orgías y otras observando.
Un chongo brasilero me sujetó fuerte del brazo y me sentó a su lado. –Hola bonita, dale unos beijihnos –me sugirió señalando su miembro erecto. Yo, recién llegada, opté por rechazar la invitación, mientras el hombre que nos estaba guiando, se perdió en una orgía.
En las penumbras, una pasarela de travestis desfilando de un lado al otro con atuendos mínimos y tacos altos me deslumbró.
Un piso más arriba, había una pileta climatizada con un cartelito que decía “Prohibido acabar en la piscina”, pero estaba cerrada y decidimos volver a la disco y zambullirnos en la pista, mientras los otros swingers nos miraban extrañados, ¡como si fuéramos los primeros habitantes del planeta que bailaban!
Entre los espectadores, dos jóvenes nos clavaron la mirada y decidimos acercarnos.
Mamá se fue al baño y uno de los chicos me empujó contra la barra y comenzó a besarme. Yo, a esa altura de la noche, no puse resistencia y me escabullí con el chongo hacia un cuarto oscuro, olvidándome de mi pobre madre. En el cuarto comenzó la acción mientras un grupo de voyeurs nos rodearon. En el punto más álgido de la noche, alguien me tocó fuerte el hombro. –Señorita, su marido la está esperando afuera... –me dijo un patova mientras Mamá se asomaba por la puerta del lugar haciendo señas. Avergonzada por la escena, me incorporé y salí corriendo del cuarto.
–¿¡Perdón!? ¿Qué fue eso nena?
–Sorry, me dejé llevar.
Antes de salir del club, entré al baño donde me encontré una mujer en estado catatónico, totalmente desnuda y despeinada, cual amazona salvaje, poniéndose alcohol en gel... ¡en los genitales!
Mientras me higienizaba, no pude evitar imaginarme por todo lo que habría pasado esa mujer para terminar en semejantes condiciones y pensar que al día siguiente cuando me encontrase en la plaza con los niños, las imágenes seguirán en mi mente enloqueciéndome...
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