Vie 26.08.2016
las12

ESCENAS

LO INEFABLE

Cada lunes a las 21 se presenta en Timbre 4 No daré hijos, daré versos, inspirada obra de la dramaturga uruguaya Marianella Morena que vuelve sobre la figura de la incomparable Delmira Agustini, precursora de la poesía erótica, referente de la Generación del 900, asesinada por la violencia machista en 1914. En charla con Las12, MM conversa sobre su aclamada pieza y sobre la poeta precursora, revolucionaria, de culto.

› Por Guadalupe Treibel

“Yo muero extrañamente... No me mata la Vida, / No me mata la Muerte, no me mata el Amor; / Muero de un pensamiento mudo como una herida... / ¿No habéis sentido nunca el extraño dolor / De un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida / Devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor?” Los versos, fatalmente premonitorios, responden a la pluma sin par de Delmira Agustini (1886-1914), a quien a menudo se señala como una de las fundadoras de la rica tradición de autoras uruguayas, en una genealogía lírica que ha ofrecido exponentes de singular talla (Juana Ibarbourou, Idea Vilariño, Marosa di Giorgio, Amanda Berenguer…). Referente de la generación del 900, apenas 27 años de vida le alcanzaron a esta muchacha precoz, refinada e inteligente, de familia adinerada, burguesa, para dejar un legado que desconcertó a la pacata sociedad de su época, amén de poemarios sensuales, de marcada carga erótica, donde el deseo femenino se manifiesta plena, exuberantemente.

Porque “no hay un baremo para la madurez”, como ofreció la escritora Cristina Peri Rossi el pasado año en charla sobre la poetisa con diario El Mundo, Agustini fue una mujer libre y revolucionaria, y, a decir de la mentada autora, una auténtica feminista. “Comenzó a publicar sus artículos en la revista Alborada. En estas páginas, cuando era muy joven, con 16 o 17 años, escribía retratos de mujeres de Montevideo que no eran floreros”, aportó CPR sobre DA, a quien tan tempranamente se le arrancó la vida... “Internaré mi neurastenia para lanzarme al abismo medroso del matrimonio”, escribió Delmira por correspondencia a su amigo Rubén Darío al casarse en el 1913 con Enrique Job Reyes, a quien abandona tras mes y medio de contraer malogradas nupcias. Es él, precisamente, quien la asesina de dos disparos al confirmase el divorcio, suicidándose después, en un femicidio prototípico que, aún a la fecha, enciende debates (en ocasiones, incluso lamentables justificaciones).

Feliz hallazgo, entonces, contar en la cartelera porteña con una pieza que se aproxima a la figura de Delmira, atractiva desde el título: No daré hijos, daré versos estrenó recientemente en el el 2° Festival Internacional de Dramaturgia Europa + América, iniciando luego exitosa temporada en Timbre 4 (Boedo 640), donde se presenta cada lunes a las 21 hs. Con inspirada y sensible dirección de Francisco Lumerman (dramaturgo y director de la altamente recomendable El amor es un bien, a partir de Tío Vania de Chejov, también en cartel) y destacables actuaciones (Diego Faturos, Iride Mockert, Jorge Castaño, Malena Figo, German Rodriguez, Rosario Varela), tres actos desnudan -con marcada intencionalidad- los límites entre ficción y realidad, lo inasible de una representación ciento por ciento fidedigna, proponiendo en cambio un acercamiento fragmentario al acontecimiento que fue Delmira. Desde distintos registros (presunto hiperrealismo, supuesta recreación histórica, etcétera), la estimulante puesta vuelve sobre el personaje libertario, y se hace carne por acumulación poética en cuerpos que se entregan de lleno a un texto repleto de aristas y matices.

Texto escrito por la multipremiada directora y dramaturga uruguaya Marianella Morena, dicho sea de paso, que ya había presentado en Buenos Aires piezas como Las Julietas (cruce de Shakespeare y fútbol, sobre la construcción de la masculinidad) o el unipersonal Trinidad Guevara (sobre la genial actriz rioplatense del siglo XIX). Y que tiene en su haber comprometidas obras como Jaula de amor (acerca de la violencia de género), Don Juan, el lugar del beso, Elena Quinteros, presente (sobre la maestra desaparecida durante la dictadura militar uruguaya), Los demonios, Antígona oriental, entre otras. Obras que, con crítica más que favorable, han pisado escenarios de Venezuela, Nicaragua, Brasil, Argentina, Paraguay, Chile, España, Estados Unidos... Morena es, además, docente, directora del área de Dirección Artística de la Intendencia de Canelones, columnista de la revista española de artes escénicas Artezblai, y de la edición uruguaya de Caras y Caretas. Haciendo generoso parate en su ajetreada agenda diaria, conversó con Las12 sobre No daré hijos, daré versos, su pieza.

Haciendo breve repaso por tu carrera como dramaturga, salta a la vista tu especial interés por rescatar mujeres históricas, literarias: desde la actriz Trinidad Guevara o Elena Quinteros, hasta Antígona, Fedra, Desdémona… ¿Qué te llevó a indagar en la vida y obra de Delmira Agustini?

–Es cierto que tengo especial interés en rescatar a las mujeres de la historia, trayéndolas al hoy, colocándolas en la actualidad para ver cómo siguen siendo transgresoras, y cómo sus discursos sobreviven en pleno siglo XXI. Ahora mismo, de hecho, estoy trabajando en un proyecto sobre Carlota Ferreira. En el caso de Delmira, ella tuvo la mala suerte de haber nacido en Uruguay, y si bien aquí es reconocida, otros países no están familiarizados con su obra. De haber vivido en otro lugar, en otro tiempo, Delmira hubiese sido Madonna –que ya es parte del mundo y se la conoce en cualquier barrio del mundo, en cualquier clase social, a cualquier edad–. Hay personas que son acontecimientos, personalidades que tienen la misión del acontecimiento, sucesos que trascienden la historia; me interesaba aproximarme a ella entendiéndola de ese modo. Entonces al cumplirse 100 años de su muerte (escribí la obra en 2014), sentí la necesidad de recuperar, subrayar a esta mujer, que fue una revolucionaria por haber pensado algo que no se podía pensar y, encima, escribirlo. Delmira fue la primera mujer que escribió literatura erótica en Hispanoamérica, ni más ni menos. Una adelantada del lenguaje que puso en evidencia el poder de la palabra ¿Y qué se necesita para hacer eso? Valentía y libertad. En lo personal, me interesa mucho este objetivo no tan rastreado del idealista como revolucionario; cuando el idealista es genuino, claro, y tiene el talento, el dolor, la fuerza, y, a pesar de todo, persevera.

Lo adelantada que sería Delmira que, aún en 2016, la apropiación del deseo, del propio erotismo, de la sexualidad femenina, continúan siendo parte de la lucha feminista…

–Y casi te diría que el erotismo sigue sin existir, porque lo que se vende y remacha es la pornografía, la exhibición, la sexualidad en su sentido más inmediato. Cuando, en verdad, el erotismo es inteligencia, es trabajo, es tiempo, es riesgo, es libertad. Y por libertad no me refiero a tener sexo con distintas personas a la vez; me refiero a permitirte jugar en tu cabeza, permitirte la fantasía. Eso es lo antisistema.

Visto y considerando que hablamos de una mujer de principios del siglo XX, doble, triple, cuádruplamente antisistema…

–Sin duda. Porque, en ese entonces, cuando la religión pesaba tanto, no solo era impensable: era demoníaco. Me parece admirable cómo ella se lo permitió, y ese fue uno de los aspectos que guió mi trabajo. Otro aspecto fue llegar a su dolor; porque estoy convencida que debió haber sufrido tremendamente. Es curioso: existe una fascinación por el artista que produce obra, una presión para que cree algo que aún no está inventado y genere emociones; pero, a la vez, se le exige que sea normal, que se comporte igual que todo el mundo y no se salga de la regla, cuando salirse de la norma es precisamente lo que le permite producir… Yo quería tocar ese viaje, rastrearlo en mis propias heridas de amor y en mis propias heridas sociales.

En el caso de Agustini, salirse de la norma le costó la vida. Recientemente se avivaron debates acerca de si se trató o no de un pacto suicida con su ex, pero queda claro que su asesinato en manos de Reyes es un femicidio prototípico, un tópico de triste resonancia actual, también abarcado por No daré hijos…

–Claro, y pienso que, en parte, se debe a que los hombres aún no saben lidiar con el dolor. Vivimos en una sociedad machista donde las que hemos aprendido a hacerlo somos las mujeres. Y aunque veo otra actitud en generaciones más jóvenes (tengo un hijo de 18, y me sorprende gratamente su poco prejuicio al momento de manifestar sus contradicciones emocionales), no tiene necesariamente que ver con las edades sino con los lugares rígidos de la sociedad, con la obligación de cumplir roles preestablecidos. Una persona rígida, independientemente de su género y de su sexualidad (el machismo, después de todo, no es excluyente de los varones hétero), es rígida para todo, y eso lo destruye. Por eso, en No daré hijos, daré versos trabajé el concepto de guerra: una guerra personal, propia, frente a lo que no se comprende. En mi puesta, le decía a los actores: “Ustedes no entienden, no entienden”, porque Reyes –un hombre común y corriente que vivía cosas comunes y corrientes– estaba en su tiempo; la desfasada, la adelantada a su época, era Delmira. Que ella le haya pedido el divorcio al mes de estar casados, le partió la cabeza. Y cuando hay una situación tan radical, tan extrema y dolorosa, no entender puede volverte loco, y esa incapacidad de comprender acaba volviéndose más tremenda que el mismo dolor.

Por cierto: qué avanzada la ley de divorcio en Uruguay, primera en toda América Latina, votada en 1907, ampliada en el 13, permitiendo que se concretase a pedido de una de las partes.

–Sí, de hecho Agustini fue una de las primeras mujeres en usar la flamante ley; y la representó el abogado que la había redactado. No hay mucho datos que expliquen por qué lo dejó a Reyes; al parecer, la razón habría sido que no soportaba tanta vulgaridad.

Volviendo al tópico anterior, que los hombres se permitan sentir y expresar su sensibilidad, su vulnerabilidad también ha sido una meta perseguida por el feminismo; esfera tratada en el segundo acto de la obra a través del hermano de Delmira, fantásticamente interpretado por Diego Faturos.

–Sí, incluso él dice: “Qué pereza me da la masculinidad”… Eso es absolutamente cierto: el hermano quedó opacado por ella en un contexto histórico-social donde el que debía destacarse y brillar era el hombre; para la familia, él era un desastre. Y quedó a la sombra de ella, algo inusual. Sus padres la ensalzaban constantemente, y en su casa, lo único que ella tenía que hacer era escribir y dormir, estaba criada como una niña rica. Es que Delmira lo tenía todo: era preciosa, talentosa, pintaba, tocaba el piano, escribía… Como si hubiera acaparado lo mejor de la genética; lo suyo era un combo extraordinario. Así y todo, no tenía consciencia de su valor como artista, de la dimensión de lo que estaba logrando. Algo propio de la voracidad de la juventud, cuando el tiempo se invierte en producir, no en reflexionar sobre la propia obra o meditar acerca de la trascendencia.

¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿Volviste a sus poemas, repasaste las biografías sobre ella publicadas?

–Leí prácticamente todo lo que hay disponible sobre ella, y de ella. Más como disciplina que por necesidad, para refrescar algunos datos. El tema es que, cuando trabajás sobre personajes o biografías, nunca llegás al punto original, esencial, porque lo que lees es el recorte, la visión de alguien más. Entonces está el riesgo de quedar impregnada de la mirada del otro. Por eso, los materiales hay que leerlos con cierta liviandad: acceder a la información sin que te roce la opinión ajena. En especial en un caso como el de Delmira, una artista en un contexto trágico, que da para tanto... Este texto tuvo una particularidad, algo que nunca me había pasado: de entrada, concebí la escritura antes que el contenido. Quizá relacionado con el hecho de que la escritura tiene que ver con el concepto, con lo fragmentado, la muerte, la guerra, la imposibilidad de reconstruir el pasado... Tuve una primera imagen -una bala que atraviesa el cielo, la ciudad-, y fui desarrollando imágenes matrices, ejercitando las referencias propias, para después traducirlas en la escritura. Intentando no apurarme con la palabra, con el desarrollo; trabajé mucho la pausa, que no me ganara la ansiedad.

En cierta oportunidad mencionaste que buscabas que triunfase la intimidad por sobre el ingenio…

–Francamente para lo único que tengo paciencia en la vida es para la creación. Tengo la intuición, el instinto o el dolor de que algo está por venir, y lo espero, preocupada porque no gane el intelecto, las ideas, por lograr un equilibrio. Después de todo, el teatro se hace y dice con el cuerpo, incluso el más político y contestatario.

Has sido muy crítica del ámbito académico, destacando su intento por monopolizar ciertas representaciones (la de Delmira Agustini, por caso). ¿A qué se debe?

–De verdad creo que ese intento por detentar el monopolio de la verdad lo está matando. El espacio académico está muy acartonado, preocupado porque se mantenga cierto pathos, cuando para otras disciplinas -el cine, el teatro, la tevé- eso no es fundamental. Finalmente, cuando te lanzás a representar, nunca llegás al personaje completamente, no llegás a ese cuerpo: es una fantasía, una ilusión. Por eso, para mí, lo importante es que nos podamos complementar, pensar qué podemos hacer para trascender o mejorar en un intercambio. El tercer acto de No daré hijos..., de hecho, está vinculado a la pregunta “¿Adónde va la historia?”, a interrogarse si la biblioteca sigue siendo el mejor lugar para guardarla. A mí se me ocurre que no, que habría que modernizar la memoria, la historia viva. También es una reflexión acerca de mi rol como artista contemporánea, porque no se trata solo de crear lenguaje con una formulación escénica sino de asumir una responsabilidad –incluso política– cuando trabajás con estos materiales.

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