VISTO Y LEIDO
El tercer libro de Alejandra Zina retrata personajes femeninos con un aura de vacilación, humorismo y dosis tolerables de drama.
› Por Daniel Gigena
En los nuevos cuentos de Alejandra Zina (Buenos Aires, 1973) ocurre algo similar a lo que pasaba con Barajas, novela de chick lit que escribió por encargo para un sello confiado en el crecimiento de un género pasajero. Los personajes y narradores de los siete relatos de Hay gente que no sabe lo que hace entrenan a los lectores en un ejercicio de humorismo y decepción. El humor, como se sabe, suaviza la decepción: con sátiras e ironías el drama ya no parece tan grave. Una situación compensa a la otra, una pérdida se atenúa con descubrimientos trascendentes o triviales, un recuerdo penoso se salva con la gracia del estilo. En “Falsa promesa”, el magnífico primer cuento, la vejez quisquillosa de una madre se suaviza con un cambio de peinado: “Te conviene este castaño, dijo, pero mamá acariciaba el mechón rubio. Rosa insistió, un tono oscuro tapa mejor. Mamá contestó con un bueno casi inaudible, así es ella: o se amotina o se entrega sumisa”.
“La primera selección de cuentos la hice yo -cuenta Zina-. Escribía, corregía y cuando llegaba a versiones que me gustaban los incluía en la colección. Armaba índices posibles, tachaba, dejaba afuera cuentos que me parecían que se alejaban de la atmósfera que se estaba imponiendo.” Esa atmósfera que los cuentos comparten posee siempre una intimidad envolvente, con pocos personajes captados en una situación cotidiana en la que se entreabren posibilidades, riesgos y bucles narrativos, como en “Negros famosos”, donde un grupo de amigas elabora a su modo la internación de una de ellas en una clínica psiquiátrica. “Bueno, todo no se puede, querida. O ganás. O tomás”, reflexiona Nancy durante la noche en la que juntas juegan a nombrar a negros famosos (sin mencionar casi a la amiga internada). A veces, como en “La princesa enamorada”, la fisura por la que se cuela el drama ha quedado atrás en el tiempo: “El cómo y el porqué eran un misterio tan callado que quizá todos se fueron olvidando”.
El efecto de proximidad que los cuentos provocan es uno de los logros de la escritura de Zina. “Ese narrador en tercera que parece la voz del protagonista o la voz de alguien muy cercano al mundo que narra me gusta mucho –dice la autora–, me permite contar muchas cosas, mirar con detalle, y a partir de esos detalles construir un fuera de campo. Todo eso que no vemos o no oímos pero imaginamos.” Las voces narrativas pueden provenir o estar cerca de hijas ya adultas o de parejas de un hombre con hijas, de madres de familia aparentemente satisfechas de las vidas que construyeron o de mujeres solitarias con libertades bien cuidadas. En un movimiento doble de introspección y distancia, la tensión entre lo que se narra y lo que permanece implícito motoriza las tramas, descoloca y parece acercar a los personajes a un abismo que ignoran. “Algunos cuentos del libro tuvieron ese camino de transformación. De la primera persona a la tercera. Y el resultado me pareció más potente. La voz en primera funcionó mejor en los cuentos donde había un trabajo más fuerte con mis recuerdos”, comenta Zina.
Después de Barajas, novela protagonizada por la tripulante de una aerolínea, la autora continuó escribiendo sobre mujeres. “La novela tiene un tono muy distinto de los cuentos, pero fue el impulso para querer seguir –dice Zina–. Por esa época empecé a escribir algunos textos más autobiográficos donde aparecían tías, abuelas, madre, amigas de mis padres, amigas de la infancia, hermanas, yo misma (crecí en una familia con muy pocos varones). Encontré un universo que subestimaba, o al que le tenía prejuicio y del que ignoraba bastante. Un universo que me pareció riquísimo, misterioso, casi inagotable.” ,
Alejandra Zina
Hay gente que no sabe lo que hace
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