CINE
No me mates es un documental sobre la historia que dio lugar a que por primera vez se usara la palabra femicidio en una sentencia, aun cuando la víctima sobrevivió.
› Por Marina Yuszczuk
Corina Fernández tuvo suerte: cuando su ex marido, Javier Weber, le apoyó el arma en el pecho para darle una muerte anunciada, la bala impactó en una costilla y se desvió. Solo por eso no está muerta. Fue una mañana de agosto del 2010 cuando el hombre, que ya tenía una orden de restricción, la esperó disfrazado en la puerta del colegio al que asistían las hijas de ambos y le disparó varias veces después de avisar, como si hiciera falta: “Te dije que te iba a matar”. Weber fue condenado a 21 años de prisión en un juicio en el que se usó por primera vez el término “femicidio” para referirse a las muertes ejecutadas en razón del género.
Pero la suerte tiene poco que ver con los asesinatos cotidianos de mujeres; la mayoría de ellas no están, no sobreviven, no pueden decir nada. Por eso No me mates, la película de Diego Arbós que trata el caso de Corina, constituye una oportunidad única, la de escuchar el relato de la violencia desde las primeras señales hasta esos disparos en la vereda de un colegio, de boca de la propia víctima. La película se basa en una decisión consciente de aprovechar ese testimonio único y por eso se plantea como un documental ficcionado en el que una serie de escenas interpretadas por Ana Celentano en el papel de Corina y Alejo García Pintos como su marido van ilustrando la historia tal como su protagonista la cuenta. Las actuaciones son correctas y, salvo algunas escenas que muestran el inicio del romance de una pareja con una serie de lugares comunes como atardeceres en la playa (como si el contraste con lo que viene después quisiera plantear a lxs espectadores alguna pregunta banal, del tipo “¿Cómo puede ser que el amor dé lugar a la violencia?”), todo lo que se ficcionaliza está abocado a ilustrar un progreso del maltrato que se quiere prototípico: el control, los celos, el avance sobre la intimidad de la mujer, la paranoia, las amenazas y finalmente la violencia declarada.
La búsqueda de méritos artísticos parece poco pertinente para un proyecto que tiene como primer objetivo dar a conocer una historia, pero hacerlo de modo que quien mira pueda experimentarla en alguna medida, tanto en la escucha del relato de Corina Fernández como en el desarrollo de la violencia a lo largo de los años en su relación de pareja. Pero esta forma de poner en escena la historia, ¿cambia algo con respecto al modo en que los medios suelen transmitir los femicidios, en la forma de noticias? Parecería que sí, porque allí donde la noticia recorta un resultado como excepcionalidad -el horror de que un varón asesine o intente asesinar a su pareja y madre de sus hijas-, la historia de Corina tal como aparece en No me mates vincula decididamente esa trayectoria que conduce a la violencia física con los abusos más sutiles que tantas veces se pasan por alto. Quiero decir: no todas las violencias machistas terminan en femicidio, pero casi toda estas violencia se resisten a ser puestas, hasta por las propias víctimas, en ese plano más general de lo que ciertos varones, como representantes de la cultura patriarcal en la que estamos inmersxs, hacen en sus relaciones de pareja o familias.
Hay ahí una razón para ficcionalizar un caso como el de Corina Fernández, aunque sea parcialmente, porque es un acierto poner en primer plano la voz de la Corina real, sobreviviente. Una mujer que tuvo suerte muchas veces: primero cuando esa bala no le entró en el corazón, después cuando le tocaron jueces que no cerraron los ojos al hecho de que estaban frente un tipo de crimen particular, y finalmente cuando su ex pareja murió en la cárcel y le ahorró el miedo a que los años lo tuvieran otra vez en la calle, buscando venganza. Todo lo demás (las ochenta denuncias inútiles de Corina, la orden de restricción que de nada sirvió, el desamparo de una mujer amenazada de muerte, la justicia que solo llega frente a los balazos) está mal, y No me mates es más que contundente al mostrarlo.
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