Vie 02.09.2016
las12

RESISTENCIAS

La llamada

La revista YoSoy es el resultado de un trabajo colectivo surgido en el marco de la organización YoNoFui, que está por cumplir catorce años y cuenta con más de 15 talleres de múltiples oficios, dentro y fuera de la cárcel de mujeres de Ezeiza. El taller de periodismo “Tinta Revuelta” comenzó en 2011 en el complejo IV y desde 2012 se desarrolla afuera con mujeres que estuvieron privadas de libertad, algunas con arresto domiciliario, otras que cumplen salidas transitorias y con muchas que no pasaron por la cárcel. YoSoy es un instrumento que les permite pensar en sus prácticas, compartir y reírse juntas de situaciones que viven a diario, algunas dramáticas. Y sobre todo les da sonido a sus voces y visibiliza el circuito de desamparo al que están sometidas mujeres sin posibilidades ciertas o reales de integración, social, económica, cultural y afectiva. Este texto forma parte del último número de YoSoy y retrata el llamado “chat telefónico”, una herramienta que despierta pasiones intramuros.

› Por Lucrecia Treviño

Cuando estás en cana, re en cana, hasta las manos, no te queda otra que tratar de ir esquivando obstáculos para sobrevivir y no morir en el intento. Por supuesto, en el camino te llevás muchos tropiezos que, en mi caso, reina tumbera de las metepatas, me costaron muy caros. En este capítulo les cuento uno de los principales motivos, un famoso embrollo: el chat telefónico, donde llamando al 5272-2244 ingresás a una sala de conversación y comenzás a charlar de manera inmediata con otro o varios usuarios.

Generalmente una empieza a conocerlo y a encariñarse con el chat recién después de algunos meses de encierro, ya que al comienzo, si tenés cinco minutos para hablar con tu familia es mucho. Esto pasa como a los seis meses de estar a la sombra, cuando te toca un pabellón tranquilo lleno de doñitas y no de mujeres en edad reproductiva, ¡sino fuiste, tendrás que esperar unos cuantos meses más para acceder con tiempo al teléfono!

El momento crucial es cuando comenzás a ver a tus compañeras todas cachondas y lanzando risitas boludas en vez de volver llorando después de usar el teléfono. Es una mala señal, porque te tentás y hacés la pregunta fatal: ¿qué pasó que venís tan contenta? “Es que estuve descolgando en el chat un rato”, te contestan y channnnnn, caés como mosca en la sopa:

-Ah, ¿sí? ¿Está bueno? ¿Me pasás el número?

No podés evitar caer en la tentación, gastás tu tarjeta telefónica, que te costó horas de fajina de pasillo -en mi caso- para entrar en ese mundo de fantasía.

Ahí conocés al George Clooney de Marcos Paz, al Chayanne de Devoto, al Cabré del Complejo 1, y por supuesto, vos te convertís en la Jennifer López de la Unidad 3, la de cachivaches, no como las de la 31 que son pupilas, y sí.... siempre hubo pica entre las dos, ¡lo dije!

Volviendo al tema, cuando pasa un par de semanas de charlas eróticas con el negro, flaco, ruso, peque o cualquier adjetivo calificativo que te tocó, te enterás de que capaz tu pretendiente es marido de alguna del Pabellón 9 y novio de otras 3 del Pabellón 5 y que, parece, una del Pabellón 1 te mandó a decir que te va a agarrar en la visita para cagarte a palos y dejarte horrorosa.

Y bueno, el cuero te enseña nomás, ahí llega el momento decisivo: si seguís buscando, soñando que aparecerá el príncipe azul, o es mas fuerte el miedo a las garroteadas que podés recibir sin siquiera conocer a estos giles.

Yo aprendí la lección, ¡pero entonces viene la parte de aguantar a las que recién empiezan en la hotline! Esto sucede aproximadamente al año y medio de estar condenada, cuando ya con mucha suerte y tras pasar por el Conet, Educación y talleres varios, te ingresan a un pabellón con gente que tiene más ganas de irse que de quedarse; hacés buena letra y tenés tu horario para llamar, ¡que suele ser ya de media hora! Estás contenta todos los días esperando tu turno, cuando aparece una enamorada embelesada a la que le importa muy poco si te toca a vos y decide quedarse perpetuamente hablando. ¡Otro momento decisivo! SI le decís algo se pudre todo, ya que lo más probable es que no corte y siga hablando más tiempo a propósito, o que corte y te grite, te diga que sos ortiva, mala compañera, envidiosa. En fin, cualquier cosa que te haga ver pésima delante de las demás y no solo ganarte una enemiga, sino quedar como una bruja delante de todo el pabellón.

Pero eso no es lo más triste. Si te pasa esto en el horario de recibir tus llamadas te agarra un ataque de locura, ya que sabés que a la persona que marca le va a dar eternamente ocupado. Para que no se angustie le inventás que andaba mal el teléfono o que la policía lo cortó, total una mancha más al tigre no le hace nada aunque muchas veces también es cierto.

Cuando ya te falta poco de condena y salís en transitorias empezás a comprender la situación, porque ya no tenés más interés en nada que no sea salir. El teléfono queda en segundo plano y hasta le cedés tus horarios a las demás, porque ya ves más seguido a algún espécimen interesante en el tren, en la combi, en el colectivo, y hasta agradecés que a algunas las llamen, porque están tan contentas sintiéndose diosas que se olvidan de los berretines tumberos aunque sea por un tiempo.

Uno de los casos que presencié en vivo y en directo fue el de Analía. Pasaba horas chateando, pero jamás imaginé que caería alguien en sus redes de chamuyos. Contaba por todos lados que iba a venir alguien a visitarla, ¡pero nadie le creía, pobre! Si es difícil que vayan a visitarte tus parientes, ¡imaginate un desconocido! Pero contra todos los pronósticos, el muchacho apareció en el mal llamado gimnasio donde se reciben las visitas. ¡Era como un pollito mojado delante de un montón de felinas hambrientas! ¡Cuando la vio! No pasaron ni 15 minutos que el hombre le estaba pidiendo por favor a la policía que lo deje escapar. Tenía la cara desencajada del miedo y alrededor todas estaban relamiéndose para ver si podían abalanzarse sobre él ante la primera sonrisa. Pero no ocurrió, creo que se compadecieron y lo dejaron ir porque estaba por sufrir un ataque de pánico, sino, tenía que esperar como cuatro horas más a que terminara el horario. Creo que ese muchacho nunca más en su vida se acerca a un teléfono después de la película de terror que vivió. Y la resignada Analía quedó en un rincón sin arrepentimientos: “Si pasaba, pasaba”, decía.

Que siga existiendo ese mundo virtual que nos ayudó a muchas a escapar por un momento, ¡aunque sea de la realidad!

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