Vie 23.09.2016
las12

CINE

El mundo es nuestro

En El muerto cuenta su historia las vampiras son mujeres y sus víctimas, misóginos de toda calaña. Lástima que el final no está a la altura de esta buena idea.

› Por Marina Yuszczuk

Se sabe que el terror como género tiende al castigo moral: al que miente, roba, coge o al menos mira con deseo lo mata un asesino serial, un vampiro lo acosa para tansformarlo o el mismísimo Diablo se siente habilitado para entrarle en el cuerpo (aunque el guiño del cine tenga que ver con darle al espectador todo lo que quita a sus víctimas). Pero si por lo general ese tipo de escarmientos reafirman un orden establecido, ya sea social o religioso, en El muerto cuenta su historia lo que se castiga, a mordiscones de vampiras vengadoras, es el machismo. La última película de Fabián Forte se suma a El eslabón podrido de Valentín Javier Diment para conformar una pequeña línea de cine argentino que apostó este año a transformar en relatos de terror ese estado de consciencia sobre desigualdades de género que nos ocupa a todxs. Muy al estilo de esas películas gore con ejércitos de muertos que resucitan para cobrarse antiguas venganzas como en la saga Evil Dead de Sam Raimi, El muerto cuenta su historia elige un tono de comedia para representar al tipo canchero y explotador de mujeres en la figura de un directivo publicitario llamado Ángel.

Ángel (Diego Gentile) está casado con Lucila (Moro Anghileri) y es el padre cariñoso de una nena pero eso no le impide cultivar una adicción al sexo que tiene en su trabajo la mejor proveeduría: rubias, morochas, pelirrojas y cuanto tipo de aspirante a modelo se pueda imaginar desfilan por la empresa con el sueño de verse retratadas en la pantalla, y a veces dispuestas a hacer algún favor al jefe, que las califica del uno al diez según lo gordas o arruinadas que están. Lo que no sabe es que una tribu de diosas celtas planea dominar el mundo de la mano de la líder Macha, y para despertar a la antigua deidad necesitan ofrecerle la sangre de varones. Tres vampiras sedientas (Emilia Attias, Viviana Saccone y Julieta Vallina) no tardan en ajusticiar a Ángel, que estará muerto durante la mayor parte de la película, muy a tono con el humor negro de La muerte le sienta bien (1992) y tratando de averiguar si hay alguna salvación posible.

Fabián Forte construye un relato nocturno, lleno de sombras y pesadillas que son divertidas para todos menos para Ángel, donde las víctimas son varones que terminan grotescamente reunidos alrededor de una mesa para compartir un asado muy particular mientras hablan de fúbol: es ese estereotipo -en el que ni siquiera todos ellos se ubican con comodidad- y su contraparte de hipocresía, de marido que no puede no coger a mansalva porque el cuerpo se lo pide y está tranquilo mientras sepa que la mujer lo espera en casa, lo que la película toma como objeto de risa para contraponerle el poder de las mujeres unidas en la venganza, es cierto que con explicaciones al respecto más explícitas que sutiles. Quizás esa voluntad de exponer discursivamente lo que está más que claro sea el mayor lastre que tiene que soportar El muerto cuenta su historia, en la que por otra parte todo lo que es comedia está más que bien y funciona gracias a los actores (Gentile, Anghileri y Damián Dreizik en el papel del amigo muerto están perfectos pero hay sorpresas como la de Elvira Onetto, que es puro cine), que sostienen el relato escena a escena a pesar de que el conjunto resulta algo desparejo y confuso.

Quizás lo más decepcionante de una película que se juega por cierta radicalidad en la elección del género, de una historia de mujeres vengadoras y varones que son invariablemente ridiculizados, sea un pequeño gran volantazo final que asimila todo el relato a la visión del feminismo como dominación de una raza nueva y resentida, la de las mujeres, sobre varones a los que someterán replicando por la inversa a la cultura machista, con su subsecuente llamado implícito a la cordura y el equilibro. Como opinión es pueril, y como broche de una película que merecía un epílogo mejor, resta intensidad al coronar con una pobre moraleja todo lo divertido del festín sangriento.

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