Vie 14.10.2016
las12

XXXI ENM

EL FUEGO SAGRADO

› Por Roxana Sandá

“Al volver a casa ya no serás la misma.” El murmullo dulzón sorprendió a quienes esperaban recostadas sobre el césped rosarino de Plaza San Martín el comienzo de la marcha, en un soplo de descanso por tantas emociones juntas. La predicción que había sonado a sus espaldas fue hecha por otra mujer en cuclillas, sombrero andino y sonrisa gozosa del comentario oportuno. Una chamana en el Encuentro Nacional de Mujeres, se dijeron ellas, 18, 20 años la más grande. Era su primer Encuentro: intuyeron que el conjuro no les recayó por azar y además ese sábado se sentían especialmente agradecidas de la vida. Los talleres donde discutieron sus creencias y deseos, los abrazos más largos del mundo con otras mujeres, las celebraciones al calor de las madrugadas seguían latiéndoles en la piel. Aceptaron la frase con devoción, si al cabo buscaban transformar sus mundos para que nadie les diga qué, cuándo y cómo hacer las cosas. “Nuevas libertades contra viejos poderes”, una de las pintadas que marcaba el pulso de señales impetuosas, las cautivó. Supieron que las convocaba a hermanarse con miles de mujeres de diferentes organizaciones sociales o agrupaciones políticas aunque no confluyeran en ideas parecidas siquiera. Porque la marcha, a lo largo de cuarenta cuadras que fueron embellecidas por banderazos únicos y preciosos, siempre las interpeló para mantenerse unidas aun en sus disidencias. La prueba de esa alianza sobrevino al final, cuando los gases y las balas policiales quisieron lastimarlas para que el miedo les ganara el cuerpo. No lo lograron. Los que mandaron a reprimirlas nunca entendieron que la línea de fuego no la trazaron sus protocolos de actuación en un despliegue aceitado de violencia institucional sino los corazones encendidos de unas 90 mil rebeldes, las insumisas que encresparon “al ciudadano de a pie” y a decenas de policías de civil distribuidos a lo largo de la avenida Pellegrini y en cada arteria transversal que desembocara en las veredas elegantes de la calle Santa Fe, a metros de unos veinte zombies que esperaban en la Catedral rezando a quién sabe qué dios. “Somos villeras, somos hermanas, somos las negras paradas de mano”, “Queremos misoprostol en las farmacias”, “No están perdidas, son desaparecidas para ser prostituidas” fueron algunos de los clamores que la embestida disciplinante no pudo silenciar. La que va por primera vez no lo olvida nunca más. Vislumbran casi en un reflejo ancestral que los Encuentros están hechos de la materia de los sueños colectivos. La volatilidad de la pólvora nunca podrá hacerle mella a esa potencia de vida que hace 31 años empodera para seguir peleando por todas las libertades que faltan.

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