Vie 16.04.2004
las12

DEBATES

El uniforme prolijo, la verdad sin arrugas

El último fin de semana se reunieron en Córdoba mujeres de toda Latinoamérica para reflexionar sobre los fundamentalismos y cómo afectan la libertad y la capacidad de las mujeres. Como reflejo de ese encuentro reproducimos un fragmento de la ponencia de una integrante de Católicas por el Derecho a Decidir, ONG responsable de la convocatoria.

Por Marta Alanis

Podemos decir que los fundamentalismos son movimientos político-sociales que consideran al poder como venido de Dios, caracterizados por hacer una lectura de los textos sagrados como si fueran absolutamente reales y pretende aplicarlos como si la Biblia y todos los libros semejantes en otras religiones fueran supraculturales. Tienen formas de pensar rígidas, adhieren a estructuras puramente legalistas, se resisten ante todo cambio, intentan imponer la propia perspectiva como la única aceptable, rechazan el pluralismo, desconocen la evolución en todos los ámbitos, aferrándose a formas de autoridad acentuadamente impositivas y rechazando toda novedad.
Pretenden volver a los “fundamentos” con la idea de que en ellos encontrarán las claves para construir un estado perfecto en el mundo actual. Desde un supuesto espiritual y religioso, lo que pretenden realmente es poder social y político. Y aunque hablen en nombre del bien del pueblo son grupos ideológica y organizativamente autoritarios, antidemocráticos, con una autoridad que les “viene de Dios”, interpretando las escrituras a través de líderes autoelegidos exclusivamente masculinos. Desde hace aproximadamente 20 años hay un resurgimiento del fundamentalismo en muchas religiones: catolicismo, hinduismo, islamismo, confucionismo y budismo, con las similitudes señaladas. Pero si bien todos quieren conservar sus valores tradicionales y culpan a la modernidad por todos los males del mundo, no se oponen a la tecnología, al contrario, la usan muy bien, especialmente la de los medios de comunicación y con mucha eficiencia. En general, los fundamentalistas quieren regresar a un estado religioso, a una sociedad y Estado en que la ley religiosa sea la ley de la nación.
Una de las características más comunes y compartidas entre todos los fundamentalistas es el deseo de imponer control sobre las mujeres, de regresar al estado de absoluta subordinación. Su hostilidad y miedo hacia la sexualidad de las mujeres son manifiestos, igual que el deseo de restringir la sexualidad libre fuera del matrimonio. Los fundamentalistas, en general, quieren restaurar una ideología de complementariedad entre los géneros hombre y mujer, como realidades inmutables. Rechazan ideas modernas de igualdad de mujeres y hombres con capacidades semejantes.
Ante un embarazo no deseado no se podrá pensar en un aborto, porque hasta un feto tiene, desde esta concepción, más derechos que la propia mujer.
¿En qué se basan? ¿Por qué sostienen esta posición misógina? Para sostener el poder masculino en la sociedad recurren muchas veces a los mitos fundacionales de las diferentes religiones.

Como humanos y humanas somos seres racionales, somos los únicos seres que tienen conciencia de la muerte y que aspiramos a la inmortalidad. Es por eso que somos mitológicos. En la mitología conviven la mentira y la razón. El mito es una ficción, el relato de algo irreal. La razón, en cambio, es lo que se puede explicar, lo que tiene una lógica. “Si bien el concepto colectivo de Dios –dice Claudio Fantini, licenciado en Ciencias Políticas– puede responder a la necesidad razonable que las personas tienen para luchar contra la desolación existencial que les provoca saber de la muerte, la religión puede entenderse como la construcción colectiva de normas y doctrinas que el ser humano necesita para convivir con otros en armonía. Esto equivale a decir que la religión junto con la fuerza constituyen el primer instrumento político surgido en el origen de la sociedad humana para imponer un orden en el caos.”
Los mitos no sólo dieron legitimidad al poder y a los poderosos de esos momentos históricos sino que construyeron un relato de todos los misterios y dilemas de la vida, una cosmovisión determinada que condicionó la cultura, las leyes, las artes durante más de cinco mil años. Las variantes de los mitos fundantes en las diferentes religiones son significativas en algunos aspectos pero refuerzan de un modo u otro el patriarcado. El dios único todopoderoso es reflejo del poder concentrado en una sola persona, es reflejo de un mundo pensado desde las jerarquías, desde la dominación de clase, de género, de razas, etc. Es por eso la gran lucha de las religiones contra la modernidad.

Cuesta creer que las semejanzas de los fundamentalismos en diferentes regiones del planeta sean una casualidad. Tal vez se fueron dando las condiciones para el resurgimiento del fundamentalismo como expresión genuina de algunas culturas o sectores religiosos. Pero sobre esas condiciones sospechamos que está actuando un proyecto fundamentalista con objetivos claros. Promover la intolerancia es promover la guerra y con la guerra todos sabemos quién gana. En la lógica de la guerra siempre gana el más fuerte, el que tiene más armas, más especialización y el que vende las armas. También hay guerras que se pierden políticamente, pero la intención fundamentalista, desde mi lógica, está ligada al militarismo y al dominio del mundo.
En América latina una de las voces más fuertes en este proceso es la de la jerarquía conservadora de la Iglesia Católica. Vale la pena recordar cuando, en la Navidad del año 2000, Juan Pablo II habló de la cultura de la muerte mencionando la violencia terrorista, la guerra, la eutanasia y el aborto. En relación con el terrorismo y las guerras hay consenso en la condena, pero no ocurre lo mismo con la eutanasia y el aborto. Sin embargo, equiparó fenómenos absolutamente repudiados con aquellos que están en debate pretendiendo imponer una vez más una creencia como única verdad.
Pero su denuncia navideña del 2000 y su prédica posterior pusieron en evidencia algunos olvidos del Papa: no se acordó de la pena de muerte ni del fanatismo religioso. Si lo hubiera hecho, habría sido más coherente en su planteo.
Para los fundamentalistas, los dilemas de la vida y el destino de los pueblos tienen que ser resueltos desde la religión, y cualquier diferencia o concesión en cuestiones sagradas, más que traición a la patria, es traicionar a Dios. Por eso cuando Dios entra en la disputa terrenal, la consecuencia es la “guerra santa”. Fanatismo viene del latín fanaticus, adjetivo que en la antigüedad señalaba al que defendía apasionadamente una posición religiosa, mientras que diálogo implica más de un logos, o sea más de una razón. Por eso para dialogar hay que salir del templo, o sea aceptar que existe otra razón además de la mía, y que debe ser respetada y atendida como la mía.

Si analizamos lo que viene pasando en la Iglesia Católica, tenemos que durante el Concilio Vaticano II se generó un debate con la participación de diferentes tendencias del catolicismo, que tuvo como resultados:
d elevar a un primer plano el papel pastoral de la Iglesia;
d suprimir las formas anacrónicas de culto;
d establecer un firme compromiso con los más pobres;
d impulsar el distanciamiento del clero con los partidos políticos y los gobiernos, y
d abrir por primera vez el diálogo con otras religiones.
Juan XXIII no se quedó en el espacio de los cardenales y llevó la doctrina al debate más amplio y pluralista con la convocatoria al Concilio Ecuménico Vaticano II. En cinco años marcó a toda la iglesia con la renovación. Pablo VI continuó relativamente en esta línea del Concilio Vaticano II, pero fue el responsable de cajonear el resultado de las investigaciones donde el consenso católico del Concilio había dado validez a la anticoncepción.
Juan Pablo II impuso bajo su reinado una visión filosófica en toda la Iglesia que es su propia convicción. Sin embargo, esa convicción personal adquirió el rango de doctrina y marcó las posiciones de la Iglesia en los temas de la vida, el sexo, la muerte y la moral. Y fueron posiciones duras y excluyentes, nunca expuestas a debates en las bases de la institución sino surgidas de la convicción de un hombre, confirmadas en el ámbito cerrado de sus propios asesores y, luego, impuestas con la verticalidad que permite una estructura monárquica.

En América latina, a pesar de las diferencias en los modos de actuar, los fundamentalistas católicos, en general, tienen todos fuertes relaciones entre los sectores afines de diferentes países, a la vez que un fuerte apoyo a todos ellos por parte del Vaticano y de sectores ultraderechistas de Estados Unidos, identificados con el gobierno de Bush. Ejemplo de ello es Human Life International (HLI), coalición de grupos provida de varios países, impulsada por poderosas fuerzas conservadoras de Estados Unidos y apoyada por la jerarquía católica, a través de organismos como el Consejo Pontificio para la Familia.
En el catolicismo, el grupo español Opus Dei tiene mucho poder dentro del Papado actual y está dirigido al sector socio-económico más alto. Juan Pablo II le dio carácter formal al Opus Dei en 1982 luego de que la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santa Inquisición) aprobara los estatutos de la organización. El Opus Dei se ha especializado en el ocultamiento de la información, característico de logias, sociedades secretas y sectas. El papa Juan Pablo II simpatizaba con el Opus Dei ya en 1978. Una de las actividades más importantes del Opus Dei ha sido captar y capacitar a quienes ocuparán puestos de mando en el futuro próximo. Es así que dirige importantes universidades en la mayoría de los países donde se ha radicado. En la Argentina ha fundado, entre otros, el Instituto de Altos Estudios Empresariales dirigido a formar directivos y otorgar Master Profesional en Dirección de Empresas. Para las mujeres, en cambio, tiene un centro de capacitación para formar exclusivamente a sirvientas de los dirigentes de empresas. Está en Bella Vista, oeste del Gran Buenos Aires, y se llama Instituto Integral en Estudios Domésticos.

Por otro lado, y desde el norte, entidades como el Instituto Republicano Internacional apoyan a grupos conservadores para que a su vez fortalezcan a opciones derechistas en sus respectivos países.
Hay también un fundamentalismo económico y político, de libre mercado, de capitalismo libre de cualquier regulación del gobierno, unido a un fuerte nacionalismo de EE.UU. Es por eso que hay apoyo de la policía y el Ejército. En los ochenta hubo una fuerte politización del fundamentalismo protestante con la organización de los imperios de los medios de comunicación por grupos protestantes conservadores. Los fundamentalistas accedieron al poder en el Partido Republicano.
Este avance del fundamentalismo se refleja en la política internacional de Bush en las Conferencias de Naciones Unidas quitando todo tipo de apoyo a los derechos reproductivos. Un claro ejemplo está siendo la posición oficial de EE.UU. en todo el proceso de Cairo+10. Frente a la crisis del sida, Bush ha prometido una gran donación de dinero, pero lo poco que ha dado está restringido a políticas que recomiendan la abstinencia. Entonces también ante el aumento de muertes en Africa a causa del sida, Bush impone su ideología de sexualidad o no sexualidad.

Será entonces que los fundamentalismos en todas las religiones han resurgido con tanta fuerza en los últimos 20 años de manera silvestre, tal como plaga que se extiende frente al caos de las libertades sexuales... ¿o estamos ante un proyecto fundamentalista-militarista para sostener o ser funcional a un único poder?
Si recordamos el fenómeno de las dictaduras militares en América latina, si hacemos memoria y recordamos la cantidad de conflictos entre países vecinos que han llegado a la guerra y siguen en peligro de guerra; si tenemos en cuenta que los talibanes fueron entrenados por la CIA en otro contexto político y que muchos cuadros iraquíes eran también agentes de la CIA; y si no nos olvidamos quién ha sido el instructor silencioso en estos procesos, bien podemos imaginar que hay un proyecto fundamentalista militarista que sólo puede “beneficiar” al poder hegemónico del mundo a pesar de los costos colaterales que le implica. Poder que no sabe hasta cuándo tendrá EE.UU. y porque el surgimiento de los fundamentalismos religiosos y violentos le está permitiendo producir y vender más armamento, entre otras cosas, y preservar un tiempo más su poder aunque el mundo se desplome. Eso sí, poco sexo y en pocas oportunidades y de la misma manera y con la misma persona. En un proyecto militarista debemos estar todas y todos bien uniformados.

Las ilustraciones que ilustran este texto
son el logo de la campaña internacional
"Tu boca es fundamental contra los
fundamentalismos", presentada en el anteúltimo Foro Mundial Social, en Porto Alegre.

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