Vie 15.03.2002
las12

REPORTAJES

Soledad prueba otracosa

Soledad Villamil es una actriz conocida por sus trabajos en televisión, pero que además ha cultivado una buena carrera cinematográfica. Buena, a la medida argentina. En eso piensa en estos días ella, recién concluida la filmación de “El oso rojo”, bajo la dirección de Adrián Caetano, en la que encarna a un personaje crudo, diferente de los que hasta ahora la han hecho sentir cómoda.

Por Sandra Chaher

Si uno dice que Soledad Villamil es una de las caras más impactantes del cine argentino no recurre a una frase hecha. Su rostro es asombroso en pantalla. Trazos fuertes, ojos verdes, labios gruesos. Pocas actrices cuando aparecen en escena logran que lo demás quede en segundo plano. Y lo mejor es que como es muy buena actriz, con su imagen apenas empieza el goce del espectador. Es un día húmedo, denso; las chicharras parecen estar en el living de su casa, aunque los gritos lleguen desde la copa del palo borracho que está unos metros más allá de la ventana. Recién levantada de la siesta, y sin la magia cosmética, tiene las mismas ojeras que todos trajinamos en días tan porteños. Pero mientras habla y se mete en un tema, después en otro, tratando de ser lo más honesta que la protección de su privacidad le admite, su cara muta. Las ojeras se oscurecen cuando reflexiona; el verde de los ojos resplandece cuando se relaja; le brillan en medio de alguna ironía sutil y la sonrisa se agiganta cuando aparece su hija Violeta.
Hasta hace pocos días un camarógrafo tuvo el privilegio de tenerla del otro lado de su lente. Fue en la filmación de El oso rojo, la última película de Adrián Caetano, el director de Pizza, birra, faso, y de la aún no estrenada Bolivia. Es la primera vez que Caetano trabaja con actores profesionales (sólo Enrique Liporace tuvo un papel en Bolivia). Pero ahora, el protagonista es Julio Chávez, y Soledad es Natalia, su ex mujer. El Oso estuvo siete años en la cárcel, sale y quiere recuperar a su familia, al menos a su hija. Natalia es la albacea de la puerta a ese reencuentro. A Caetano le gusta definir su película como un western urbano. Habrá tiros, delitos, pero principalmente estarán los mismos personajes de sus films anteriores: marginados, desclasados.
“Natalia es una tipa de clase trabajadora, que pertenece a una clase social marginada, pero no es que haya elegido eso... el Oso en algún punto elige. Ella trabaja por horas, su pareja actual está sin trabajo y ella trata de salir adelante y de sacar adelante a la hija. Me interesó porque es un color que nunca me habían ofrecido, una mujer de clase baja, y por las circunstancias del personaje, por cómo estaba escrito, por lo que se adivinaba que se podía hacer. Pero cuando Adrián me convocó yo le dije que no daba las características del personaje, porque me doy cuenta de que no las doy, y sin embargo él creía que podía. Y a partir de eso trabajé de determinada manera que él fue aceptando, corrigiendo en algunos casos. Pero el personaje me presentó dificultades concretas, su manera de hablar. Yo trataba de alejarla un poco de mí, o de acercarla a la idea que tenía de ella. Hubo momentos en que encontré cosas y sentí que podía divertirme con lo que hacía, en el sentido de jugar. Y hubo momentos que no.”
–¿Cómo fue la experiencia con un director que trabajó por primera vez con actores profesionales?
–En un punto fue diferente de otras. El es muy simple para pedir las cosas, quizá no se mete tanto con cómo vos deberías llegar a determinado resultado, sino que te dice “Mirá, el resultado debería ser éste, al personaje acá le debería pasar tal cosa”. Y con el tiempo nos fuimos entendiendo, pero no fue de entrada un diálogo superfluido, supongo que por el poco hábito de él de trabajar con actores y por el poco hábito nuestro de escuchar... él tiene un estilo muy fuerte, una personalidad muy fuerte, como director, como artista. Algo muy definido y particular que hasta que entendés... pero bueno, creo que está contento con el resultado (risas).

Argentina, cine y despuEs
–En los últimos años, el cine argentino de nuevos directores está siendo muy reconocido en el mundo, pero a la vez se filma poco. Quizá por este desaprovechamiento varios actores están intentando hacer carrera en el exterior, sobre todo España. ¿Lo pensás como opción?
–Y sí, se te cruza la idea porque una vez que medianamente estás insertado en cierto ámbito de trabajo uno supondría... qué sé yo, yo tengo 32 años, estoy en el momento de la vida en el que tendría que producir, y yo leo, no sé, dos, tres guiones por año. El año pasado creo que leí sólo El oso rojo, con lo cual uno se cuestiona, es un cuestionamiento muy profundo, que en mi caso tiene que ver con la Argentina en general. Y lo de España es como una especie de lugar mítico que se ha armado entre los actores y cierta clase social que siente que podría desarrollarse de otra manera. Pero una cosa es trabajar y otra hacer proyectos que artísticamente te interesen, y en ese sentido yo no tengo idealizada a España ni a ningún otro país. Me parece que el cine argentino es buenísimo y artísticamente yo quiero trabajar acá. No es que me encantaría ser estrella de Hollywood (risas). No tengo mi ambición puesta ahí. Por supuesto que si un director, en otro lugar del mundo, piensa que puedo hacer un personaje en su película, me encantaría. Pero yo quiero trabajar acá, y ahí entra la contradicción porque acá no se hace cine. Yo no lo tengo resuelto...
–Tuviste el privilegio de hacer dos películas con protagónicos femeninos –La vida según Muriel y Un muro de silencio–. ¿Te fijás en el rol de las mujeres cuando leés un guión?
–Depende de cada proyecto, si un guión está bien escrito, es interesante y lo protagoniza un hombre, yo no pienso ¡ay, otra vez protagoniza un hombre! No mido eso dentro de una propuesta de trabajo. Un personaje femenino visto de una manera esquemática tampoco es interesante aunque sea protagonista. Me importa que los personajes sean ricos, que tengan matices, contradicciones. Y en general, en el cine, lo femenino está para darle color a la película, para cortar... es un mal del cine en general, no del argentino en particular.
Villamil tiene una carrera actoral seria y planificada. Ni aun rastreando archivos remotos es fácil encontrarla en un producto malo, quizá ni siquiera mediocre. Desde la Ofelia que hizo en el ‘90 para el Hamlet dirigido por Ricardo Bartis, no dejó de filmar, hacer teatro y televisión. El despegue cinematográfico probablemente se lo debe a Un muro de silencio, dirigida por Lita Stantic, donde interpretaba a Ana, la compañera de un desaparecido, y la tele le llegó en los últimos años. Hizo dos ciclos de “Vulnerables” y el año pasado integró el elenco de “Culpables”, que probablemente siga en 2002, pero con menos tiempo en el aire.
–¿Sos muy exigente en la profesión?
–(Se demora.)... Sí. Este es un trabajo muy autorreflexivo, donde uno actúa y se evalúa. Como trabajás con vos mismo, tomás todo el tiempo partido sobre qué hacer. Es bastante fácil que un actor se enganche con “no me encuentro, no me sale, ¿y si hubiera hecho esto?”.
–Aun en cosas muy placenteras como Glorias porteñas parece haber una parte tuya que no se relaja, que está tensa.
–Sí, puede ser. Tengo una tendencia a la rigurosidad, a pensar la totalidad, como cierta tendencia a la dirección.
–¿Esto se te potencia si no hay rapport con los otros actores?
–Totalmente, porque a mí me importa mucho con quién trabajo, no puedo estar bien si el resto no está conectado. Vos jugás en la medida que jugás con el otro.
–En este sentido, en El mismo amor, la misma lluvia, se veía entre Darín y vos una conexión fortísima.
–Sí, nos divertimos un montón haciéndola. Por otra parte esto es algo que te va a decir cualquier actor que haya trabajado con Darín. Y es cierto que había una química especial entre nosotros. Los dos entendimos algo de lo que la película necesitaba bastante rápido, y él es muy buen compañero en esto del contacto, le gusta trabajar con el otro, divertirse, encontrar cosas. Y además Campanella es muy buen director, y todo el clima de la película fue muy propicio para “jugar”.
–¿Te resulta fácil “jugar”?
–Depende mucho de cada experiencia. Yo siempre lo busco. Estando más grande y habiendo hecho un poco más, me doy cuenta de que lo que vale siempre es el momento, tu día a día, y eso tiene que ver con cómo la pasás trabajando, con hacer florecer los momentos, y no tanto con el resultado final. Entonces sí, eso es cada vez más un objetivo para mí.
–¿El florecimiento siempre se ve en la pantalla?
–Depende, a veces sí, a veces no. A veces la cámara no lo ve, o el director. A veces uno está yendo por un camino que después a la película no le sirvió.

QuE me han hecho tus ojos
–Tu cara es muy fuerte en pantalla, llenás el espacio. ¿Esto te juega a favor o te condiciona para actuar?
–Sí, tengo rasgos fuertes, pero ni pienso en eso, no me acuerdo de mí cuando trabajo.
–Pero debe quedarte el registro.
–(Piensa.)... Cuando me veo pienso en tantas cosas... Me fijo en lo físico, si salió el grano que tenía ese día, pero pienso en la escena, en muchas cosas del trabajo. Sí sé que si me pinto los labios es un escándalo, cómo tengo que maquillarme si quiero determinada cosa, pero no me lo cuestiono en cuanto a la gestualidad.
–¿Te preocupa cómo se ve tu cuerpo? En “Culpables” aparecías rellenita, supongo que por el nacimiento de tu hija.
–Sí, sí, me molestaba, horrible. Traté de bajar de peso antes, pero (risas)... tenía unas tetas enormes. Sí, me preocupa en general el tema del peso, batallo día a día. Conmigo en mi vida, como cualquier mujer, y se potencia con mi trabajo. Me engancho con que si no estoy flaca me siento enorme porque soy alta y grande, y como en general la cámara agranda más... Y entonces quisiera estar consumida, y es algo que no consigo siempre y tampoco vivo para eso.
–Hiciste varios desnudos, ¿te resulta natural o es sólo rigor profesional?
–No, no me gusta, preferiría no tener que hacerlos. No me siento cómoda. En la medida en que tengas algo para contar y actuar, es menos incómodo. Pero tampoco me gustan los besos (risas)... yo qué sé, son cosas muy íntimas, me cuesta relajarme. Cero exhibicionismo.
–¿Qué simbolizan para vos como espacios actorales el cine, la televisión y el teatro?
–Lo que más me gusta es el teatro. Si pudiera vivir del teatro no haría ninguna otra cosa. ¡No! Haría cine también (risas). ¿Te digo mi plan ideal? Dos películas por año y una obra cada dos años. El teatro es claramente el lugar donde me siento más cómoda, es también la vida que más me gusta hacer. Me gustan los tiempos de ensayos, la función que se repite todas las noches, y me gusta tener tiempo durante el día para estudiar, para hacer otras cosas. La tele es un espacio que a mí me resulta estresante. Son muchas horas de grabación, pero básicamente exige en el actor mecanismos como la repentización, la velocidad, con los cuales yo no me siento cómoda. Me siento mejor cuando puedo ensayar, pensar, corregir. Es más difícil para mí jugar en la tele. Y además es un lugar de mucha exposición, lo que viene de afuera, la prensa, la gente, lo que se genera alrededor. No es un espacio de intimidad creativa. Y yo no sé pilotear muy bien todo eso (risas).
Ahora mismo Soledad está ensayando La venganza de Don Mendo, “un clásico español de comienzos del siglo XX que les toma el pelo a los clásicos españoles. Es una sumatoria de escenas de teatro clásico español escritas de una manera muy cómica, toda en verso”.
–¿Es más difícil actuar en verso?
–¡Ay, me encanta! Es la primera vez y es bárbaro. Con el verso hay que resolver una cosa técnica para la cual uno no tiene mucho entrenamiento. Si a un actor inglés le das verso, después de haber hecho todo Shakespeare, tienen otra relación. Nosotros quizá lo tenemos más asociado con esa cosa envarada, solemne. Pero es muy interesante porque es bien teatral. La gente no habla así, ni se mueve así, ni le pasan esas cosas.
–¿El nacimiento de Violeta te modificó la mirada, la forma de encarar un personaje?
–Y sí, te cambia, muchísimo, pero yo todavía no lo puedo objetivar mucho, ella tiene un año y cuatro meses. Es un amor tan grande, tan primario... un vínculo que yo no conocía.
–Federico, tu pareja, dijo cuando estaban embarazados que esperaban acomodar a Violeta a los ritmos de ustedes, ¿lo consiguieron?
Federico Olivera, que está en la cocina, contesta: “¿Yo dije eso? Es mentira”.
“Es una intención –completa Soledad riéndose–. Los dos queremos seguir con lo que hacemos, pero obviamente es desde otro lugar y otra manera... Es muy grande un hijo... es inversamente proporcional a su tamaño.”

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