Vie 15.03.2002
las12

INTERVENCIONES

Arte callejero

El Grupo de Arte Callejero concretó su obra “Invasión” –10 mil soldaditos de juguete fueron lanzados desde lo alto en el microcentro, colgados de paracaídas rosados, cayendo entre los bancos– justo el 19 de diciembre. Premonición, intuición o azar, las chicas siguen sorprendidas por la exactitud de su intervención urbana.

› Por Marta Dillon

No podían preverlo, tampoco era su intención hacer una premonición apocalíptica. Pero así son las cosas. Hicieron su “Invasión” el 19 de diciembre, el miércoles en que empezó a cambiar la historia del país. Ese día las chicas del Grupo de Arte Callejero arrojaron desde una terraza del microcentro 10 mil soldaditos de juguete que volaron entre los bancos, colgados de sus paracaídas rosas. Era una más de sus intervenciones urbanas, se buscaba “homologar los iconos militares a las estrategias de los grandes grupos económicos”, por eso, además, pegaron sobre las marcas conocidas un calco con un tanque encerrado en un banco, cerca de los “mass media un misil también en su blanco” y donde se detectaba la seguridad privada un soldadito apuntado su arma. No sabían que al otro día esa misma zona estaría militarizada y que el blanco que señalaba al HSBC, por ejemplo, sería testigo de las balas que se dispararon desde adentro, las balas que acabaron con la vida de Gustavo Benedetto. No era su intención adelantarse, pero de hecho lo hicieron.
“Fue alucinante, sobre los restos de la ciudad, el día después de la represión, todavía estaban los blancos sobre los vidrios rotos, sobre las cabinas de teléfonos destrozadas”, se atropella Carolina Golder, autodefinida como “histérica y obsesiva por el trabajo”. Fue una casualidad que la “Invasión” desembarcara el 19, ya habían hecho alguna prueba, arrojando los soldaditos desde la Torre de los Ingleses, el 2 de abril. Pero a fin de año estaban preparadas y aquel día fue el único en que pudieron coincidir los extraños horarios de los integrantes del GAC, todos docentes de Bellas Artes. Cuatro mujeres –con Vanesa Bossi, Lorena Bossi y Violeta Bernasconi– y un varón –Pablo Ares– que nunca llega a seguir el ritmo que marca aquella obsesión que describe Carolina. “Esa acción formaba parte de un proyecto que veníamos realizando con la intención de hacer evidente la relación que existe entre la estrategia de mercado y la estrategia militar”, y de la funcionalidad mutua de una y de otra. Una alianza que también las obsesiona. Guiadas por el movimiento que los medios han llamado globalifóbico y por su “biblia”, el libro No Logo de la canadiense Naomi Klein, el GAC ya había hecho una intervención en México haciendo flamear en el lugar de la bandera nacional de ese país, en el Zócalo de Monterrey, un trapo blanco con una R rodeada por un círculo, el símbolo de la marca registrada.
La intervención es su método –irrumpen en espacios públicos no habilitados para las expresiones artísticas– y su recurso apropiarse de “los códigos visuales callejeros y subvertirlos, así para delatar que está oculto”. ¿Un ejemplo? Utilizar la señalización vial, sus colores, su formato, su tipografía para señalizar, por ejemplo, centros clandestinos de detención o los domicilios de represores que actuaron durante la última dictadura, han quedado en libertad por las leyes de impunidad y habitan la ciudad enmascarados como buenos vecinos.
El modo de expresarse es certero, su arte no existe sin mensaje. Para el Gac las dos palabras son inescindibles en la identidad de su trabajo. “La intención fue ésa desde el principio, empezamos imaginando una manera de defender la lucha de los maestros desde nuestro lenguaje. Entonces éramos muchos y pintábamos murales con guardapolvos blancos para trabajar en conjunto con la carpa docente.” Y aunque después tuvieron diferencias con la famosa carpa, rápidamente encontraron nuevos aliados. Desde 1998 trabajan con la agrupación H.I.J.O.S. señalizando los escraches o imprimiendo sobre el asfalto el nombre de los asesinados el 20 de diciembre. Algo que tienen que volver a hacer una y otra vez porque las corporaciones insisten en borrarlos. “El nombre de Gustavo Benedetto, frente al HSBC, lo borran siempre, pero la gente vuelve a dibujar su figura en cada cacerolazo.”
Ninguno de los integrantes del Gac produce obra por separado, la obra es la militancia, y otra vez podría hacerse la pregunta sobre el huevo y la gallina. Repudian el circuito de galerías por el que un artista tiene que transitar para mostrar, al menos eso quisieron decir cuando ocuparon los exhibidores municipales de publicidad con sus propias obras. O el lugar destinado al escudo de la Ciudad, con portarretratos familiares.
Como gnomos que de noche cambian lo que se hizo durante el día, con una mínima financiación del Centro Cultural de la Cooperación –400 pesos mensuales–, de forma autogestiva e independiente, el GAC siempre encuentra algo que decir –sostenido, dicen, por minuciosas investigaciones– y soportes cada vez más sofisticados. Los afiches en los que usualmente se ofrecen maestros particulares de pronto facilitan el teléfono de un torturador para ser escrachado por esa vía. O la típica leyenda comercial “liquidación por cierre” puede servir para ser colgada frente a la Casa Rosada. Está todo ahí, en la calle, sólo hace falta mezclar y dar de nuevo.

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