PREMIOS WOMEN IN SCIENCE
Saber algo más
Algo que todavía nadie sabe. Hacer un descubrimiento, entender un mecanismo. Eso persiguen las cinco científicas premiadas y las diez jóvenes investigadoras becadas por el Grupo L’Oreal y la Unesco en la última edición del Women in Science, un galardón dedicado a estimular la presencia femenina en las ciencias. Desde la biología molecular hasta la genética, estas mujeres que pasan sus días en sus laboratorios son responsables ya de avances que han cambiado lo que se sabía del ser humano.
› Por Sandra Russo
Desde Paris
Bajan. Tienen la amabilidad de bajar. Están en París, en un París deslumbrante bajo el sol de marzo, han venido aquí después de recibir una buena noticia: habían ganado o bien uno de los cinco premios mayores de los Women in Science, destinados por el grupo L’Oreal y la Unesco a científicas reconocidas internacionalmente por sus hallazgos en biología molecular, neurociencias, inmunología o genética, o bien alguna de las diez becas para jóvenes científicas que vienen abriéndose camino en disciplinas tan dispares, este año, como bacteriología, biodiversidad, biotecnología, nutrición o bioquímica. Digo que se nota que bajan al mundo ordinario y a veces trivial en el que se habla de maquillaje, de tours turísticos y de la ropa apropiada para la gala que se celebró el 7 de marzo en la sede parisina de la Unesco, porque aunque, entre copas de champagne y delicias francesas ellas ensayen una versión de sí mismas más liviana y divertida, destilan concentración, rigor, disciplina. Son mujeres que pasan la mayor parte de su vida entre pipetas, microscopios, cubetas, reactivos. Algunas vienen de lejos, de muy lejos, de laboratorios a veces desprovistos de lo indispensable, y aun las que no han sido favorecidas con un nacimiento en un país del primer mundo han sido dotadas, igual, de un ansia pura y clara por saber. Saber algo más de lo que ya se sabe. Unas y otras, consagradas y prometedoras, han debido pelear no sólo por ese dato, por ese fenómeno en el microscopio, sino también por el tiempo que les demanda su investigación y que por ser todas ellas mujeres no siempre pueden robarles a sus parejas, a sus hijos, a sus casas. Ellas bajan dulcemente a este mundo ordinario, porque estos premios les facilitarán las cosas, les darán un respaldo. Bajan desde las alturas de sus propios pensamientos, de sus especulaciones, de esa vida cotidiana que pasan persiguiendo la lógica de un mecanismo celular, la comprensión de un comportamiento nervioso, el hallazgo de un gen. Aunque bajen y una hable con ellas, esas alturas en las que viven permanecerán intocadas, pero ellas transmitirán, todas, la intensa pasión que las domina: tienen una relación carnal con el conocimiento.
Un premio por cada continente y un sistema de jurado igual al que sirve para entregar cada año los Nobel: el presidente de ese jurado, el adorable profesor Christian de Duve –que cada año es el encargado, en la ceremonia de la Unesco, de pasar en limpio para oídos profanos la importancia del trabajo de cada premiada– recibió el Nobel de Medicina en 1974. El resto del jurado es internacional: directores o profesores de institutos de investigación de Estados Unidos, Rusia, Alemania, Canadá, Suiza, Brasil, Corea, Francia, China, Chile, Bélgica, España y Japón.
Este año, el coro lírico y la soprano de la Opera de la Bastilla precedieron al anuncio de los cinco premios mayores. El presidente de L’Oreal, Lindsay Owen-Jones, y el director general de la Unesco, Koichiro Matsuura, describieron cada uno a su turno, desde el gigantesco escenario, por qué son necesarios los estímulos a las mujeres en las ciencias. Cada año ingresa a las escuelas de ciencia de todo el mundo un porcentaje cada vez mayor de mujeres, pero a medida que sus carreras avanzan y suben la pirámide de las especializaciones, las respectivas trabas culturales se ocupan de que muchas desistan. No hay horario en los laboratorios. No hay entrega parcial. La investigación avanzada exige una dedicación absoluta. Las mujeres todavía, pese a todo el camino recorrido, muchas veces no son dueñas de decirle que sí a un tipo de dedicación de esta naturaleza. Sin embargo, en cada continente, hay muchas mujeres formándose y formando discípulos. Por ejemplo, las cinco ganadoras de este año:
Por Egipto, la profesora Nagwa Meguid, que sigue manteniendo contacto clínico y directo con sus pacientes, niños con retardos mentales o malformaciones genéticas, casi todas ellas producto de las costumbres endogámicas del país. Meguid ha realizado investigaciones clínicas y bioquímicas sobre algunos raros síndromes genéticos vinculados al cromosoma 21. Ha descubierto, por otra parte, algunas habilidades cognitivas en las que esos niños con cierto retardo son más avanzados que otros niños.
Por Estados Unidos, la profesora Shirley Tilghman, una genetista de las más célebres de su generación. Es la primera mujer en haber sido nombrada presidenta de la Universidad de Princeton. Ha trabajado sobre la impronta genética de los mamíferos y ha demostrado que, durante el desarrollo embrionario, algunos genes se expresan a sí mismos de diferente manera según hayan sido transmitidos por el madre o por la madre. Por ejemplo, Tilghman demostró que sólo el gen maternal H19 se expresa, mientras el paterno guarda silencio. El desarrollo embrionario normal depende de que estos mecanismos funcionen correctamente.
Por India, la profesora Indira Nath, inmunóloga, quien con su bindi en la frente y su sari de seda recibió alborozada su premio, pero a quien en las imágenes del video que registró su trabajo se la pudo ver con su guardapolvos blanco, haciendo el trabajo que la ha hecho reconocida en todo el mundo como la mayor especialista en lepra. Nath descubrió que no todos aquellos que contraen el bacilo de Hansen desarrollan la enfermedad en su misma variante y también comprobó que la lepra en su forma más grave está asociada a una deficiencia en el sistema inmunológico.
Por Europa, ganó su premio la profesora alemana Mary Osborn, bióloga celular. Es una de las pioneras de una técnica de testeo llamada “de microscopio inmunofluorescente”, actualmente usada en laboratorios de todo el mundo. Esa tecnología identifica proteínas en la estructura celular, revelando a través de colores contrastantes diversos mecanismos hasta ahora misteriosos.
Finalmente, por America latina, ganó la profesora Ana María López Colomé, especialista en neurociencias, con la que este diario sostuvo el siguiente diálogo y que acaso permita un acercamiento más próximo a ese mundo complejo y fascinante en el que viven estas mujeres. López Colomé, una mujer menuda, elegante y mundana, es una de las mayores expertas mundiales en retina.
–¿Cuál es su especialidad y cómo llegó a ella?
–Podríamos decir que lo mío es la neuroquímica. Estudié la carrera de Biología y, al terminarla, me dediqué algún tiempo a la docencia, pero decidí que no me podía quedar con eso. Siempre me había llamado la atención no tanto la descripción de los seres vivos, sino el porqué los seres vivos son de determinada forma, por qué tienen determinadas conductas, cuáles son los mecanismos que llevaban a esos seres a ser lo que eran. Bueno, pues, y eso es química. La vida es química.
–Esa diferencia abre aguas en la ciencia, ¿verdad? Están los que se inclinan a describir los seres vivos y quienes prefieren estudiar los mecanismos que hacen tales a esos seres.
–Exactamente. A mí, realmente, mientras estudiaba biología, nunca me interesó clasificar animales ni plantas. Yo quería saber cómo funcionaban, por qué eran como eran. Me orienté hacia la bioquímica, hice la licenciatura y trabajé en investigación con algunos enfoques nuevos. Luego ingresé al posgrado, pero en ese tiempo no existía en México un posgrado que me diera una formación acerca del sistema nervioso. A mí me interesaba mucho cómo era posible que un conjunto de células que aparentemente son simples pudieran estar tan especializadas como para combinar todas las funciones de un ser humano. Y como todavía no existían las neurociencias en mi país, hice la maestría en química. Cuando terminé, ya había un tema que me interesaba muchísimo: la retina.
–¿Cómo llegó a la retina? ¿Por qué ese rumbo?
–En aquel momento, la retina se consideraba como un modelo en el cual se podía estudiar la constitución del cerebro. Para estudiar el cerebro, en aquel entonces –ahora hay muchos otros métodos– lo que se hacía era estudiar rebanadas de cerebro, y en ellas se estudiaban los mecanismos químicos a través de los cuales se comunican las diferentes células nerviosas. Sin embargo, en el caso de la retina, se podía manejar una rebanada de un espesor ínfimo, pero se podía aislar con mucha más facilidad y sin lesiones, de modo que se solían usar cortes de retina para estudiar mecanismos cerebrales. La retina tiene el mismo origen embriológico que el sistema nervioso central. Empecé estudiando cómo se comunican químicamente las neuronas de la retina, y a lo largo de los años nosotros hemos demostrado que la retina es un modelo sólo para ella misma, que su función es muy diferente de la del cerebro, y hemos descubierto que el principal neurotransmisor a través del cual de transmiten los mensajes entre las neuronas de la retina tiene receptores que son diferentes a los del cerebro. Eso explica por qué algunos fármacos que se han usado para evitar la muerte neuronal en algunas enfermedades de la retina –enfermedades que llevan a la ceguera– no surten efecto.
–Cuando se trabaja en un campo como el suyo, ¿se piensa en la aplicación del descubrimiento, o se trata sólo de querer saber más?
–A mí siempre me interesó cómo funcionaban las células nerviosas. ¿Un ejemplo trivial? Si no sabes cómo funciona un auto, cuando se rompe no puedes arreglarlo. Bien: yo estudio cómo funciona el auto. Hemos desarrollado un modelo in vitro para estudiar algunas patologías severas de la retina, como la retinitis pigmentosa o la vitrorretinopatía proliferativa, causas frecuentes de ceguera.
–Cuando habla de “nosotros”, ¿a quiénes se refiere?
–Trabajo en el Instituto de Fisiología Celular de la Universidad Nacional de México, donde estoy tratando de armar equipos de trabajo. Equipos mixtos. Estas son observaciones subjetivas, claro, pero creo que las mujeres, en ciencia, estamos mucho más atentas a los detalles y que nos satisface mucho más el producto de nuestra investigación, mientras que los hombres son más competitivos y están más pendientes de la proyección que puede tener una investigación. Combinar ambas cosas no está mal. Eso es lo que trato de hacer ahora desde la dirección del Departamento de Química de la Facultad de Medicina de la Universidad de México: grupos, equipos, hombres y mujeres. En investigación, veo más mujeres que hombres trabajando, y trabajando bien, pero al sistema de becas, por ejemplo, llega una mujer por cada cinco hombres. ¿Qué es lo que pasa? ¿El sistema las rechaza o ellas no buscan entrar al sistema? Hemos avanzado, claro, pero falta.