RESISTENCIAS
Porteña residente en Neuquén, Marina Schifrin recibió en 2001 una condena judicial por haber participado de un piquete en 1997, en Bariloche. Desde entonces, apeló el fallo en distintas instancias hasta lograr que su caso llegara a la Corte Suprema. Desde Salta, la abogada Mara Puntano representa a cerca de 600 luchadores y luchadoras sociales que recibieron imputaciones judiciales. De las protestas y la vida cotidiana de las militantes hablan en esta nota.
Hace 22 años que Marina Schifrin enseña ese mundo
poblado de problemas que es la matemática. Pero en la Argentina enseñar
es un problema en sí mismo y por más cuentas que hiciera a ningún
docente el sueldo (de 300 pesos) le alcanzaba el 21 de marzo de 1997, cuando
ella y 300 maestros, padres y alumnos (que, además de mejoras salariales,
también reclamaban por las condiciones edilicias, la copa de leche y
la continuidad de los talleres extracurriculares) cortaron la Ruta 237, a la
altura del puente Ñireco, a la entrada de Bariloche. El corte de ruta
duró dos horas. En 2001, a Marina la condenaron a tres meses de prisión
y le prohibieron volver a participar en cualquier marcha. Siete años
después, apelaciones mediante, Marina espera que el mayor órgano
judicial del país, la Corte Suprema de Justicia, ratifique o rectifique
su condena. Por eso, su causa –que tendría que tener sentencia
en menos de tres meses porque prescribe en septiembre– es el caso testigo
que va a sentar jurisprudencia sobre la posible condena o absolución
de más de tres mil luchadores/as procesados actualmente por el delito
de manifestarse.
Hoy Marina va a participar de un alegato público frente a las escalinatas
de Tribunales, y en una presentación ante la Secretaría de Derechos
Humanos de la Nación, en el marco del encuentro “La protesta social
no es delito”, organizada por Alerta Salta y el sitio de información
alternativa lavaca.org. “Yo creo que es un triunfo de la lucha estar en
la Corte Suprema”, enfatiza Marina, que apeló todos los fallos
en su contra –que avalaron la condena de primera instancia– junto
al abogado Darío Rodríguez Duch y el Comité de Acción
Jurídica de la CTA. En su decisión de no renegar de su derecho
a cortar la ruta, incluso optó por no aceptar una probation que la invitaba
a ir a pintar el frente de un hospital público –como la penitencia
benévola de Tom Sawyer– a cambio de la promesa judicial de olvidar
la causa. Marina decidió pisar fuerte y no pedir perdón por pedir
más y mejor educación: “Hay que pelearla porque no puede
ser que en democracia reclamar por derechos fundamentales sea un delito”.
–A mí me condenan por obstruir el tránsito y el transporte
público. Me pasaron el video que era la prueba del delito. Y el fiscal
cuando me acusó resaltó que había una turista española
que decía “A Bariloche no venimos nunca más”. En realidad,
a esa turista un remís la llevó hasta una parte del corte y después
la fue a buscar a la otra punta y llegó perfectamente a tomar el avión.
Pero el fiscal dijo que el turismo es un bien de toda la comunidad y que era
terrible lo que yo había hecho porque no iba a venir más turismo.
A mí me juzgaron el 20 de septiembre del 2001, a pocos días del
11-S. Cuando me pidieron que diga mis últimas palabras alegué:
“Seguramente los turistas españoles van a elegir Bariloche antes
que NuevaYork” porque realmente me pareció muy ridículo.
Pero, en realidad, el juez federal Leónidas Moldes quería criminalizar
la protesta social.
Luchadoras
Marina nació en Buenos Aires y se fue a vivir hace 22 años a Bariloche.
No bien llegó, empezó a trabajar en una escuela y el primer día
de clases se afilió a la Unión de Trabajadores de la Educación
de Río Negro, integrante de Ctera y al segundo día fue a una reunión
gremial. Nunca llegó a ser dirigente. Sin embargo, cuando se le pregunta
si tuvo miedo por estar condenada a tres meses de prisión (que no tuvo
que cumplir efectivamente sólo porque no tenía antecedentes),
ella responde que para nada. “No, porque para cuidar que mis hijos (Malena,
de 19 años, y Pablo, de 11) no se hicieran problemas tampoco me hice
problemas yo”, explica con la lógica de la razón pura que
aplica en su casa y como docente del Centro de Educación Media Nº
45 y de las materias de álgebra y geometría I y II, en la carrera
de ingeniería de la Universidad Nacional del Comahue. Mara Puntano es
la abogada de 600 imputados por participar de alguna manifestación social,
entre ellos, José “Pepino” Fernández, referente de
UTD Mosconi. Vive en Salta, el otro extremo del país que Marina, pero
las dos se entienden en un idioma sin geografía y con un territorio claro:
el de calles, rutas, puentes, el de los caminos que se cortan como forma de
protesta, de barrera a los abusos de un país sin siquiera banquinas sociales
para los excluidos. Mara también tiene un hijo (Nahuel, de 11 años)
y comparte con Marina las charlas sobre el equilibrio entre la lucha, la vida,
la culpa por el tiempo que se quita a los hijos para darle a otros, aunque se
sepa que las causas son justas, la mesa, la comida, la ruta, la justicia, la
vida en donde todo se hace.
–¿Es casual que sea una mujer el leading case argentino de la criminalización
de la protesta social?
Mara: –No me parece casual. Para la Justicia si sos una maestra subversiva
no podés estar con los niños.
Marina: –Nunca lo pensé, pero la verdad es que en el corte de ruta
éramos más mujeres que hombres, pero después hasta con
el lenguaje hablamos en masculino. Nosotras mismas nos definimos como luchadores
sociales. Y la verdad es que somos luchadoras.
Mara: –Y, a la vez, la discriminación es muy grande. Yo la siento
todos los días, primero, por ser mujer, después por ser negra,
por ser petisa. En la mesa de entradas si va un hombre con un portafolio le
dicen “doctor” y si va una mujer le dicen “señora”.
–Marina, ¿si vas a una marcha la policía te puede meter
presa?
Marina: –No sé, es muy arbitrario y anticonstitucional. Eso muestra
la hilacha de lo que quieren. ¿Cómo me van a prohibir un acto
lícito? El Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) se presentó
ante la Corte como amigo de la causa para repudiar esta argumentación.
Mara: –La Justicia lo que quiere es amedrentar. En Salta también
ponen como medida preventiva la prohibición de participar en asambleas
y no concurrir a la ruta. Ahí dejan a descubierto que el objeto de su
persecución es la organización del pueblo.
Marina: –El juez Leónidas Moldes dice que la única manera
de expresión en democracia es el voto. Todo lo demás es sedición.
Eso fue ratificado por la Cámara de Casación. Ellos están
convencidos de que ninguna protesta es legítima. Es una locura. Pero
no la única. En el juicio los testigos se presentaban directamente como
integrantes del servicio de inteligencia de Gendarmería. Para el juez
habrá quedado probada otra cosa, pero para mí quedó probado
que hay una práctica de los servicios de inteligencia de mandar infiltrados
a las marchas para marcarnos. No me parece que sea la función de la Gendarmería.
–Muchas veces, ante la preocupación social por la inseguridad,
se propone darle más funciones a la Gendarmería. ¿Sería
peligroso para la protesta social?
Marina: –Sería gravísimo que le den más poder a la
Gendarmería con la excusa de la inseguridad.
Mara: –En Salta hay cinco muertos (Orlando Justiniano, Matías Gómez,
Aníbal Verón, Oscar Barrios y Carlos Santillán) por pedir
trabajo digno y la zona ya está militarizada. Desde el 2000 hay norteamericanos
cuidando la frontera con el pretexto de combatir el narcotráfico cuando
la droga no pasa por la ruta, sino en pistas privadas de aviación que
no tienen razón de ser en el medio del campo. Se está cuidando
el petróleo de Salta, pero no para la Argentina, sino para afuera. Sin
embargo, los 20 mil habitantes de Mosconi no tienen condiciones dignas: están
desocupados desde hace 12 años y una garrafa que te dura 15 días
cuesta 45 pesos. No hay agua potable porque las petroleras tiran los desechos
a cielo abierto y contaminan las aguas y el medio ambiente. Hay un altísimo
índice de diabetes, pancreatitis, cáncer, chicos defectuosos,
celíacos. Eso es a causa del envenenamiento del agua.
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