Vie 11.06.2004
las12

CINE

3 velocidades

Delia, Greta y Paula son los personajes protagónicos de Intimidades (Velocidad personal, según el título original), el premiado film que dirigió Rebecca Miller sobre su propio libro de relatos. La hija del dramaturgo Arthur Miller y de la fotógrafa Inge Morath está encontrando una voz personal al abrirse camino en el cine y la literatura.

Por Moira Soto

Hay que ser hija de dos grandes artistas y no fracasar en el intento de hacer carrera en el mismo territorio. Rebecca Miller (1962) lo está intentando desde la adolescencia, época en que rodó algunas peliculitas experimentales; más tarde estudió pintura y expuso sin demasiado suceso sus cuadros en Nueva York; a continuación estuvo como actriz de reparto en producciones como Una segunda oportunidad (1991, protagonizada por Harrison Ford) o La señora Parker y el círculo vicioso (1994, con Jennifer Jason Leigh). Así, ensayando, probando, tanteando, sumando experiencias, en los ‘90, Rebecca tomó partido por la realización cinematográfica: primero un corto, Florence (1991), después un largo, Angela (1995) con el que ganó más de un premio en muestras de cine independiente. Este último film presenta a Miranda Stuart-Rhyne como una adolescente dispuesta a salvar a su madre actriz, Anna Thomson, de la locura. Personaje éste en el que ciertos críticos creyeron entrever el fantasma de Marilyn Monroe.
Porque la ya cuarentañera Rebecca Miller es hija del enorme dramaturgo (también autor de ficción) Arthur Miller (La muerte de un viajante, Panorama desde el puente) y de la no menos talentosa fotógrafa Inge Morath. Nacida en 1923, Morath integró la mítica agencia Magnum, con Robert Capa a la cabeza, única entre un grupo de hombres en el que logró infiltrarse mediante una treta (dio vuelta su nombre para que no sonara femenino, no dijo que unas fotos eran suyas hasta que fueron aprobadas). Extraordinaria artista, Morath hizo memorables reportajes gráficos (sus imágenes de la España franquista de los años ‘50 son fenomenales en su agudeza, poesía y diversidad) y se especializó en rodajes.
Fue precisamente en la filmación de Los inadaptados (1960) cuando conoció a Arthur Miller, por ese entonces todavía marido de la quebradiza Marilyn Monroe y guionista de esa película de John Huston (que cada tanto pasan por la señal de cable Retro). La verdad es que Inge apenas si reparó en Arthur, lo vio muy dedicado a la actriz, le pareció que eran más o menos felices. Pero se produjo la separación a poco de estrenarse el film y, unos meses después, él la invitó a cenar. Ella en principio se resistió (“lo vi transido de tristeza y pensé que no me necesitaba a mí sino a la Cruz Roja”), pero aceptó casi por compasión. Le alegró esa noche, y después la vida por casi cuatro décadas. Se casaron, Inge quedó embarazada, murió la desdichada Marilyn, nació Rebecca. Sólo la reciente muerte de Inge Morath separó a la pareja.

Yo la escribo y yo la vendo
En los últimos años, Rebecca Miller se ha movido a alta velocidad en su vida personal y en su vida artística: se casó con el sobreactor habilísimo con el pie izquierdo Daniel Day-Lewis (con el que acaba de hacer su tercera película, The Ballad of Jack and Rose), tuvo dos hijos, escribió el libro de relatos Velocidad personal que rápidamente llevó al cine con el mismo título, ganándose el Gran Premio en Sundance y el John Cassavetes de los Independent Spirit Awards. Así es que la rizada Rebecca (cuya mirada miope da misterio a esos ojos claros que con tanto amor fotografió su madre), cuando no corre a filmar o a atender a sus críos, vuela a Irlanda, país de donde –como se sabe– es oriundo su sobrevalorado marido (sí, el mismo que dejó por e-mail hace unos añitos a su novia francesa Isabelle Adjani, provocándole honda depresión). Ella dice que logra repartirse bastante bien; aunque remarca que entre las cosas que todavía diferencian culturalmente a hombres y a mujeres, está la tensión que sufren ellas “entre lo que consideran su vocación, o el trabajo que realizan para ganar dinero, y la responsabilidad de hacerse cargo de la crianza de los hijos: ésta es la fase en que yo me encuentro actualmente”, según reconoció al suplemento “Babelia” del diario El País.
El estreno local del segundo largo de Rebecca Miller está anunciado para muy pronto. Deplorablemente se ha modificado su acertado título original, Velocidad personal (que es el que también lleva la traducción del libro de cuentos editado por Anagrama, el año pasado) por Intimidades, por considerarlo quizás, equivocadamente, más sugestivo.
Cuando Gary Winick, de la productora InDigEnt, ofreció a Miller que filmara sus propias historias cortas, en realidad sólo conocía dos de las siete que integran el volumen: Delia y Greta, a los que luego se añadió Paula (los que se quedaron –por el momento, al menos– en el papel impreso son: Louisa, Julianne, Bryna y Nancy). Veloz para los mandados, Rebecca puso manos a la obra: sería filmada en digital y la verdad es que tuvo un trabajo relativo al adaptar los cuentos; no sólo porque obviamente no iba a traicionar su propia obra sino porque sus descripciones tan visuales, sus diálogos cortos y sustanciosos parecen haber sido escritos pensando en la pantalla.

Un trío ideal
Con la ayuda de la directora de casting Andy Tolan –su colaboradora en Angela–, Miller eligió a sus actrices protagónicas: Delia –la mujer sexy y fuerte que, sin embargo, soporta años a un marido abusador al que ama en los momentos de bonanza– fue confiada a la versátil Kyra Sedgwik (“me impresionó su franqueza; Delia debe ser atractiva y a la vez ruda. Kyra fue la opción perfecta”, dice la directora). Greta –la oscura editora que sale a la luz del éxito gracias a que un autor de best-sellers la pide en exclusividad– quedó a cargo de la estupenda Parker Posey, gran favorita de los/as cineastas independientes; uno de los hallazgos de este relato es que Greta, experta en suprimir líneas o parrafadas innecesarias en textos ajenos, se conduce de manera semejante en la vida, con las personas (“de repente, un pensamiento terrorífico apareció, claro y cruel, en su mente. Lágrimas de vergüenza llenaron sus ojos. Iba a deshacerse de su hermoso marido como de un párrafo redundante”, se lee en el libro Velocidad personal). Finalmente, el papel de Paula –la chica de 21, embarazada, que zafa por puro azar de un accidente mortal y luego recoge a un adolescentito golpeado en su coche– fue para la bellamente extraña Fairuza Balk, la de la mirada felina, montaraz, que fulguró en Jóvenes brujas y en Nafta, comida, alojamiento.
En el momento de su aparición, Velocidad personal fue considerado el mejor libro del año por el Washington Post (“relatos perfectos, sorprendentes, grotescos, reveladores”, según el citado diario) y mereció loas de The New York Times Book Review (“una escritora de talento sumamente visual”) y, entre otros medios, de The Guardian (“libro excelente que será galardonado, si los dioses son justos”). En su transposición al cine, Rebecca Miller siguió el desarrollo de los cuentos casi al pie de la letra, manteniendo esos flashbacks evocadores que completan a los personajes, y otorgan celeridad y pinceladas certeras a cuentos de finales expansivos que, en vez de cerrarse o redondearse, parecen recomenzar en el punto final. Incluso, la realizadora ha mantenido la voz narradora en off, y lo que en todo caso llama la atención es que, inexplicablemente, esa voz que representa a la escritora sea masculina.
Cada personaje del libro, de la película, tiene su propia respiración, su ritmo mental y físico: “En general –sostiene R.M.–, las mujeres tienen distinta velocidad que los hombres, empezando por la propia biología; también pienso que el envejecimiento ocurre de manera diferente. Es una experiencia humana muy diversa ser hombre o ser mujer, y esto tiene que reconocerse. Para mí, velocidad significa una especie de espacio espiritual y físico. Tiempo literal, y tiempo entendido como un viaje personal en el que se pueden recorrer muchos años en un minuto al tomar conciencia de una misma. Eso es lo que les ocurre a mis personajes. Acaso así puedan tomar decisiones y no ser simplemente arrastrados por la vida. Al cabo, de lo que se trata es de ser un poco más consciente de una misma”.

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