LIBROS
Elogio de la oportunidad
Carla Guelfenbein –bióloga, diseñadora y ex directora de arte de la revista Elle en Chile– acaba de publicar su primera novela –Desde el alma, editorial Alfaguara–, generando un revuelo en su país directamente proporcional a la pacatería que sigue imperando sobre todo en la clase alta, blanco sobre el que la autora quiso apuntar deliberadamente.
› Por Sonia Santoro
La bióloga chilena, diseñadora y ex directora de arte de la revista Elle, Carla Guelfenbein, decidió un día convertirse en escritora y pronto logró que su primera novela, Desde el alma, fuera publicada por Alfaguara y apreciada por otras dos grandes editoriales. Azar y necesidad, piensa ella, por haber encontrado el hueco en el momento adecuado. Hueco que necesitaba de temáticas –sexo, bulimia, represión– que aquí en Buenos Aires pueden sonar a destape tardío, pero que en Chile han provocado más de un revuelo.
Todo gira en torno a la vida de tres mujeres. Ana, una fotógrafa que vuelve a Chile después de dos décadas de vivir en Londres; su cuñada, Cata, que representa todo lo más repudiable de la pacata clase alta de Santiago; y su hija Daniela, enferma de bulimia.
“Poto de gallina” se lee en una escena crucial y una tarda pero llega al fin de un par de párrafos a descubrir que la autora se refiere a un tipo de culo especialmente parado. Los chilenismos se cuelan también en su conversación cuando las eres suenan como eles cantadas (entendel-lo, sabel-lo) y los tiene bien reconocidos en su cabeza: mientras unos dicen “tomar el té”, el 90 por ciento de los chilenos se refieren a “tomar la once”; cuando unos dicen “pollera”, los otros pronuncian “falda”; o “anteojos” en lugar de “lentes”. Ella opta por lo más popular en un acto de rebeldía sólo atendible si, como dice ella, en Chile, las palabras todavía trazan una línea que define rigurosamente quiénes pertenecen y quiénes no a esa mínima pero antiquísima clase que marca el paso.
Y lo de marcar el paso lo ha sentido hasta en las uñas esta chilena exiliada diez años en Inglaterra cuando volvió su país. “Escribí esta novela para vengarme de todas las ‘pijas’ chilenas que me hicieron la vida imposible”, ha dicho alguna vez. Y explica:
–Eso lo dije en España, en Chile no lo puedo decir. Me refiero específicamente a un personaje, Cata. Pensé: tengo que poner un personaje que sea una mujer parte del sistema, llena de prejuicios, que funciona en la vida a través del control, que juzga a través de una mirada muy sesgada a los otros. Porque cuando yo volví a Chile a los 26 años había adquirido los códigos de comportamiento ingleses, que son muy diferentes de los chilenos. Allá se funciona con la verdad, sin concesiones: tu dices ‘eso me gusta’ o ‘eso no me gusta’ y no se hieren los sentimientos; en Chile se confunde el yo con el pensamiento, si yo te digo ‘no me gusta tu pensamiento’ te estoy diciendo ‘no me gustas tú’. Y yo me metí en el mundo de la moda, de las revistas, porque era diseñadora, y en ese mundo las que dominaban eran estas mujeres.
–Cata, con sus confesiones al analista, es el personaje más logrado.
–Es que este personaje, que iba a ser la venganza a todas estas mujeres, empezó a sorprenderme. Para mí fue la prueba más fehaciente de lo que significa que un personaje se haga a sí mismo. Porque si yo lo hubiera guiado, hubiera terminado siendo exactamente lo que empezó siendo porque yo no quería salida para ella, yo quería destruirla y mostrar cuán vil puede llegar a ser un personaje de esa naturaleza.
–También es muy fuerte la institución familia. Algunas críticas chilenas dijeron que esto era estereotipado. ¿Sigue siendo así?
–Sí, es que Chile funciona a partir de prejuicios. De hecho soy víctima de muchos porque yo describí a este mundo, al cual no pertenezco, porque soy de una familia inmigrante judía, una familia que tuvo que salir al exilio, una mamá que estuvo presa... o sea, no pertenezco a la oligarquía chilena en absoluto. Sin embargo, cuando saqué el libro, los críticos me identificaron con ese mundo y dijeron cosas como “los ricos también lloran” o “la idolatría del status”. Entonces me parecía interesante porque corroboraba todo lo que yo había dicho en la novela en torno a cómo funciona la sociedad chilena. Ahora, yo te diría que en los últimos tres o cuatro años Chile está experimentado una apertura inmensa. Hoy día se están hablando temas que nunca se han hablado antes, ha habido casos como el de una jueza lesbiana que ha llevado a que en la prensa se hable de lesbianismo...
–Igual no le fue muy bien...
–Pero se habló. Esto era impensable hace tres años, cuando yo escribí esta novela... Ahora, esta estructura familiar permanece, la familia es un núcleo de poder, que mantiene las tradiciones.
–Es la familia que a los argentinos nos legaron los inmigrantes italianos y españoles.
–Con una fuerte presencia de la Iglesia Católica.
–¿Y cómo está reaccionando la Iglesia ante estos avances?
–Lo de la Iglesia es bien paradójico porque durante la dictadura jugó un rol maravilloso, la única institución que defendía los derechos de los desaparecidos era la Vicaría de la Solidaridad. Personas que nunca se habían acercado a la Iglesia le dieron crédito. Y, sin embargo, con la llegada de la democracia es como que volvió a su cuartel. Abandonó esta actitud combativa, abierta, y empezó a plantar de vuelta sus semillas de tradición y de conservadurismo.
No es que Guelfenbein se haya levantado un día para descubrir que mágicamente había adquirido la destreza y la necesidad de la escritura. Escribió diarios mientras estudiaba Biología y Diseño, mientras trabajaba, mientras tenía hijos.
–¿Qué aparece de la biología en tu escritura?
–En esta novela hay una frase que me quedó de la ciencia: hay un personaje que habla de que todas las leyes de la vida están regidas por dos principios que son el azar y la necesidad. Por ejemplo, todas las mutaciones genéticas se producen por esos dos factores. Hay cambios genéticos que tienen que ver con el azar y luego se asientan en la naturaleza por necesidad. Y eso también tiene que ver con la vida.
–Volviendo a la novela, ¿por qué metiste a una bulímica? ¿Esta enfermedad es recurrente en Chile?
–La bulímica entró como bulímica, no me propuse escribir un libro sobre la bulimia. Pero la bulimia y la anorexia son metáforas. Yo creo que, básicamente, todos los seres humanos funcionamos bulímica o anoréxicamente con relación a la vida. O lo absorbemos todo con avidez, y la especificidad de la bulímica es que no es capaz de absorber el mundo que quiere porque la intoxica, por lo tanto tiene que botarlo y en ese botar se produce nuevamente el vacío y vuelve la necesidad de absorber el mundo. O, como el ser anoréxico, que observa el mundo y le es tan ajeno, tan agresivo, que se abstrae y se mata a sí mismo porque se aísla.
–Se va “autodigiriendo”.
–Exactamente. Luego, también yo fui anoréxica, por lo tanto entiendo lo que es una relación problemática con la comida. Para hacer la bulímica estudié bastante. Y hay una escena, que es la inicial del libro, en el que ella come, come, come, que es la única escena a la que no le corregí una coma, me salió tal cual terminó.
–Como un vómito.
–Y cuando terminé de escribir, dije: “¿Qué es esto, de donde salió?”. Y me han comentado ex alcohólicos que es un proceso similar al del alcohólico, o sea de las adicciones. Con respecto a la anorexia y a la bulimia en Chile, no hay ni más ni menos que en el resto del mundo.
–¿Se sigue, como acá, el modelo de mujer hiperflaca como ideal?
–Sí. Están todos esos modelos a los que las chicas jóvenes quieren aspirar y la única manera es dejando de comer. Ahora yo creo que es bastante superficial juzgar a una bulímica por el hecho simplemente de querer ser flaca. No creo que eso sea lo que las lleve a un estado que pueda llegar al borde de la muerte.
–Los personajes se podrían plantear como dos opuestos: Ana, la liberada; y Cata, la mujer de su casa y tradicional.
–No es mi intención hacer una novela feminista porque no parto de premisas básicas de cómo tiene que ser una mujer. Porque el feminismo, como cualquier posición que tiene un concepto filosófico o teórico, no puede ser el fin de la novela. Detesto los textos en que te encuentras a un autor hablando de lo que piensas. Hay una frase de Proust que me encanta: “Una obra que tiene teoría es como un objeto al que se le ha dejado el precio”.
–¿Quiénes son tus lectores?
–La base inicial fueron mujeres. Pero se empezó a correr la bola por esta cosa de poder conocer el mundo de la mujer crudamente. Hay cosas que en Chile todavía no se han escrito –yo no puedo decir que las escribí, pero sería mi objetivo– y que dan cuenta del mundo interior de la mujer sin efectismos, sin decirlas como se supone que tienen que decirse. Por ejemplo, hay pocas autoras que han hablado de sexo.
–¿Por qué crees que la novela ha sido exitosa en ventas y no la han recibido muy bien los críticos?
–Básicamente tiene que ver con lo que te decía anteriormente. Es mi primera novela, aparecí de la nada y con mucho nombre porque presenté el manuscrito simultáneamente a Sudamericana, Planeta y Alfaguara, y a los 15 días me llamaron las tres. Fue de las cosas más lindas que me pasaron, no podía creerlo.
–Azar y necesidad.
–Exactamente. Estaba cumpliendo un objetivo de necesidad de la editorial y el azar me hizo ponerme en el punto donde tenía que estar.