TENDENCIAS
Big Mother
Desde monitores que permiten escuchar a distancia el llanto de un bebé o sus latidos, hasta cámaras web ubicadas en casas o jardines de infantes que permiten espiar a los hijos en todo momento, o celulares para seguirlos donde vayan, la tecnología se ofrece como un gran ojo para garantizar la omniprescencia materna. ¿Adelanto o retroceso?
› Por Luciana Peker
Cuando dejan el cuarto de los padres, el baby call (dos walkie talkie que intercomunican el moisés con la cama de los padres) amplifica el llanto y, ahora, también trasmite en vivo y en directo los latidos del corazón (¿alguna madre puede irse a dormir en paz con un equipo digno de ER Emergencias taladrándole el oído?). Cuando van al jardín maternal, el desprendimiento no es –al menos– virtual: ya hay en la Ciudad de Buenos Aires guarderías con cámaras web para ver a los chicos mientras hacen caca, juegan con sonajeros y empiezan con los primeros arañazos.
Cuando se quedan solos –o al cuidado de alguien que los cuida–, es fácil espiarlos –¿controlarlos?– a través del teléfono celular. “Para que lo que pase en tu casa pase en tu Movicom”, ofrece el aviso del teléfono celular que puede conectarse a una web cam doméstica. Pero cuando los chicos crecen ya pueden tener su propio teléfono para estar comunicados. Siempre. El marketing de la idishe mame paranoica arrasa. “Todo cambia cuando tus hijos crecen. Todo, incluso el baby call. Con Personal Light, vos y tus hijos están siempre comunicados. Vos tranquila y ellos también”, propone el nuevo servicio “¿Me llamás?”.
Aunque el cordón umbilical extendido por una antena parabólica no es, claro, un fenómeno local. En Suecia casi toda la población adolescente tiene telefonito (y los padres y colegios lo usan para monitorear que sus hijos no se hagan la rata), mientras que en Japón ya inventaron una tarjeta para que el “presente” escolar suene directamente en la computadora o el celular de sus padres. En la Argentina, eso todavía no. Pero por e-mail llueven las ofertas de web cam hogareñas y escolares (por ejemplo, en www.mijardinonline.com) y programas (que se venden como protectores) para espiar el correo electrónico de los hijos.
Hay demanda para esa oferta. En la actualidad, hay padres que les pagan 1000 pesos a agencias de detectives para que controlen qué hacen, qué toman y a quién besan sus hijos cuando van a bailar. En los setenta la dictadura increpaba: “¿Usted sabe qué está haciendo su hijo ahora?”. Casi treinta años después, la inseguridad, el descontrol, las adicciones y los abusos sexuales son el pretexto para increpar a los padres: “¿Cómo usted no sabe qué está haciendo su hijo ahora?”. No hace falta decir que, con toda la tecnología a su disposición, si no sabe, es porque no quiere.
El Truman Show no es sólo una película y los realities tampoco apenas una época televisiva de voyeurs compulsivos con control remoto. La vida íntima en vivo y en directo ya está al alcance (un click o un send) de cualquiera. ¿Déme dos? “Me parece siniestro. Este fenómeno ejerce una vigilancia asfixiante. Todos, incluidos los chicos, necesitamos momentos de privacidad”, sentencia Adriana Conti, psicóloga de niños y adolescentesespecializada en la orientación a padres. Diana Liniado, psicóloga infantil y autora del libro ¿Cómo era ser niño? enfatiza: “Las nuevas tecnologías no pueden reemplazar la comunicación humana. No es que no ‘deban’ en un sentido moral, es que se trata de un imposible. Los padres que confían en sí mismos, en sus hijos, en la relación con ellos y en la educación que trasmiten no necesitan recurrir a mediaciones digitales”.
Conti remarca: “Uno procura que los chicos se separen de los padres y sean adultos independientes y responsables y que el vínculo con ellos sea a través de la palabra. Es siniestro mirarlos y controlarlos permanentemente. No pueden estar capturados en la mirada del otro. Incluso los adolescentes necesitan mucha mirada de los padres, pero mirada quiere decir escuchar, hablar, comunicarse, no espiarlos”. Liniado agrega: “No es verdad que esta tecnología garantice seguridad. Además, si la vigilancia obsesiva de una madre produce en sí misma una dosis importante de agresividad y necesidad de escapar de esa maternidad ‘devoradora’, cuánta más violencia puede despertar la mirada omnipresente e hipertrofiada”.
Pero las madres no son sólo potenciales usuarias/victimarias de esta tecnología. Tal vez pocos piensan en que ellas (siempre las más presionadas como responsables de la salud de sus hijos) son también víctimas de la fantasía de poder estar donde no están ni pueden estar. Si la gran batalla de la independencia femenina fue salir del hogar, la nueva conexión permanente con el hogar ¿no es un retroceso encubierto de progreso?
De ahora en más, la imagen de los problemas domésticos puede instalarse en el imaginario femenino como una ventana abierta en la PC –en la oficina– o en la calle –a través del teléfono–. Para una mamá que trabaja ya no se trata sólo de superar la culpa por cerrar la puerta a la mañana. La inquisición de las presiones sociales o la fantasía de una superwoman no tendría más treguas. ¿Cómo se va el remordimiento materno (un sentimiento todavía imperante) si hay que decidir permanentemente entre ver gatear al hijo en el jardín o redactar un escrito? ¿Cómo se logra la autonomía profesional si en el camino a atender un paciente dos hermanos se tiran piñas a la vista de una madre que no puede ni separarlos ni separarse del problema?
Hace cincuenta años las mujeres conquistaron la libertad cuando dejaron el hogar. ¿Ahora ya no tienen forma de dejarlo?