SALUD
Elecciones personales
A pesar de que en los últimos años el mandato de dar la teta durante el mayor tiempo posible se ha convertido en una verdad revelada, cada mujer tiene el derecho a decidir de qué modo alimentar y ayudar a crecer a sus hijos e hijas. Claro que estas decisiones suelen estar condicionadas por la ausencia de redes sociales y por políticas públicas que abundan en publicidad –culposa– y hacen poco por la salud y el trabajo de las madres.
› Por Sandra Chaher
Durante esta semana (hasta el 7 de agosto) se conmemoró en el mundo la Semana de la Lactancia Materna. El slogan pensado por la WABA (Alianza Mundial para la Acción de la Lactancia materna) para este año es Lactancia materna exclusiva: segura, saludable y sostenible. Quienes promueven el tema –la OMS y la OPS, además de múltiples ONG e instituciones científicas y médicas– sostienen que lo imprescindible para las necesidades psicofísicas del bebé es el amamantamiento hasta los 6 meses, y lo ideal hasta los dos años; y promueven que en cada país los niños amamantados alcancen al 60 por ciento de los lactantes (en la Argentina, algunos cálculos informales hablan de un 20 por ciento).
La promoción y difusión que se le está dando en los últimos años al tema se apoya en los numerosos beneficios del amamantamiento para los bebés –y para las madres–: es leche “diseñada” para el cachorro humano (no para la vaca), se adapta a las necesidades de nutrientes de cada etapa evolutiva –razón por la cual disminuye la aparición de enfermedades propias de cada edad– y, si bien tiene poco hierro, su asimilación es completa. Es gratis, higiénica y está siempre disponible, colaboraría en la creación de un vínculo intenso con la madre, contribuye a disminuir en las mujeres las posibilidades de desarrollar cáncer de ovario y de mamas; y varios más.
Todos estos pros se transformaron en mandamientos en los últimos años. En la actualidad hay un discurso casi hegemónico por parte de las instituciones científicas que no deja lugar a ambigüedades o cuestionamientos. Las madres de todas las edades, clases sociales y condiciones socioculturales deberían amamantar. Y sobre todo las de sectores populares porque, en un momento de pobreza extrema, la leche materna sería una de las pocas herramientas para combatir la desnutrición infantil.
La lactancia, promovida como un beneficio placentero y como el punto de contacto más alto posible entre la madre y el hijo, se transformó para muchas mujeres en un mandato que genera culpa desobedecer. Sin embargo, hoy se hacen oír otras voces que cuestionan esta “norma” de las instituciones científicas. En septiembre del 2003, el Equipo de Atención de Lactantes del Servicio de Pediatría del Hospital Tornú dirigió una carta a las autoridades de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), sentando su posición sobre el amamantamiento, en discrepancia con “el discurso hegemónico y autoritario que percibimos, en el que no hubo lugar para el disenso” durante el Congreso de Pediatría Social y Lactancia Materna que se había realizado en mayo de ese año. En esa carta, el equipo interdisciplinario integrado por ocho mujeres, que está a favor del amamantamiento como elección y así manifiesta promoverlo en los Grupos de Crianza del Tornú, reflexionaba sobre tres aspectos de la lactancia: la crisis social y el amamantamiento; la lactancia materna más allá de los 2 años; y la lactancia como método anticonceptivo. Sobre el primer tema señalaban que “el planteo que anuda el amamantamiento como respuesta obligada de aquellos que son pobres frente a la crisis es peligroso, discriminatorio e ideológicamente autoritario, en la medida en que es funcional a reforzar la sumisión que requiere el sistema para seguir reproduciendo la pobreza”, y exigían la presencia del Estado con políticas sociales para que las madres que lo desearan pudieran darles el pecho a sus hijos. Se manifestaban en contra de quienes propiciaban el amamantamiento más allá de los 2 años, argumentando que no beneficia la autonomía e individuación del bebé, y que, en relación con las mujeres de bajos recursos, refuerza el círculo que las sumerge en la pobreza. Y se oponían a la recomendación del amamantamiento como método anticonceptivo: por ineficaz, por interferir en la intimidad de la pareja y porque, existiendo una Ley de Salud Reproductiva, debía quedar a cargo del programa pertinente el suministro de anticonceptivos.
Esta carta llevó a la pediatra Lidia González a interiorizarse. Para ella –cuya propuesta es acompañar a las mamás en su deseo de amamantar o no, explicándoles que, si quieren hacer una crianza con lactancia materna, habrá un período en el que deberán estar más quietas, más dentro de la casa, pero que tampoco es tanto tiempo y que deben decidir acorde a su deseo–, el discurso que se está imponiendo “está muy influenciado por factores culturales y económicos: al Gobierno le conviene que las madres amamanten para no tener que dar leche para los recién nacidos, pero la lactancia no elimina la desnutrición de esas mamás. Y tampoco se está contemplando la situación de los diferentes grupos sociales. Yo veo desde mujeres pobres que viven en Tigre, trabajan en Capital, y cuando vuelven agotadas tienen al bebé prendido toda la noche a la teta, con lo cual no descansan nunca; hasta ejecutivas que tienen que volver al trabajo a los dos meses de parir y entonces se compran toda la parafernalia para poder sacarse leche e igual se sienten mal. Esto muestra una clara ausencia del Estado, que promueve la lactancia materna, pero no da apoyo como contrapartida”.
Quienes promueven el amamantamiento acuerdan en que la ausencia de redes y sostén familiar, social y estatal conspira contra el mismo, pero tienen una posición voluntarista. “El eje es la información, que las mujeres sepan que todas pueden amamantar. Es cierto que una mujer que amamanta y no está bien alimentada se va a quedar sin nutrientes porque se los va a llevar el bebé, pero entonces hacen falta planes sociales que contemplen la alimentación de esas madres y no que les den leche para los hijos. También faltan guarderías, licencias por maternidad y paternidad extendidas, y un sostén social para que las mujeres puedan ver claramente cuál es su deseo, que suele ser el de amamantar. La lactancia debe ser enfocada desde las necesidades del bebé, que son las de tener a su mamá dándole el pecho al menos los primeros seis meses de vida.”
Anteponer las necesidades del bebé a las de la madre, una nueva forma de control sobre el cuerpo de la mujer, y la manipulación política de un acto que puede ser extremadamente gozoso para madre e hijo, son algunos de los ejes para empezar a reflexionar sobre este nuevo mandato que se impone a las mujeres. La socióloga Hilda Habichayn –directora de la maestría Poder y Sociedad desde la Problemática del Género de la Universidad Nacional de Rosario– concluye en su trabajo La lactancia materna y los factores socioculturales: “Decir que la lactancia materna es más adecuada porque evita muertes infantiles, pero no hacer de manera urgente algo para implementar un sistema de apoyo a las madres que desean amamantar y no pueden hacerlo a causa del estudio o del trabajo, es una actitud que deja mucho que desear. Relacionar desnutrición con destete prematuro, pero no hacer nada más que campañas de divulgación de las bondades del pecho materno, es negarse a ver que las mayores interferencias de responsabilidad política son las socioeconómicas”.