Vie 27.08.2004
las12

MúSICA

Pop lady

Después de cuatro años sin gente, como ella define al tiempo que pasó a la vera del Camino Real, en Córdoba, Hilda Lizarazu volvió a la gran ciudad y al mercado discográfico con un montón de canciones inspiradas en las musas de las sierras. Gabinete de curiosidades es la obra personal, transparente, de esta dama del pop tan acostumbrada a moverse entre hombres que agradece cuando tiene a quién pedirle un tampón.

› Por Mariana Enriquez

Hilda Lizarazu estuvo viviendo durante cuatro años en una vieja pulpería reacondicionada de Sinsacate, un pueblo en medio del Camino Real cordobés, la ruta que unía el puerto de Buenos Aires con el Alto Perú. Ella lo llama “el monte”, y recuerda sobre todo el silencio. “Era horadante. La gente que nos visitaba decía ‘no entiendo cómo pueden vivir con este silencio’. Después descubrís que está lleno de sonidos, las cotorras, el viento entre los árboles. Pero al principio es verdad que te apabulla.” Cuando dice “nosotros” se refiere a su pareja, Pablo Folino, y a su hija de tres años, Mia, que nació allá. “Uno piensa que un niño nacido en el monte va a ser tranquilo, apacible... pero la pequeña salió una bandida rural”, se ríe. “Me cambió el eje de mirada, me amplió la paciencia y es una experiencia que quería tener como mujer. Tenía esa curiosidad, o esa necesidad. Hice casi todo lo que quería hacer hasta este parate. Ahora tengo dos desafíos: por un lado el cuidado de Mia y por el otro el cuidado de este retorno a la música y al medio.”
En el retiro –apenas sonaba el teléfono en la casa de Sinsacate, y el amigo más cercano vivía a tres largas cuadras de campo de distancia– a Hilda le empezaron a salir canciones. La primera fue “Camino Real”, que en su recién editado primer disco solista Gabinete de curiosidades tiene programación y trompé de Juan Namuncurá. Es una pequeña postal de apacible romanticismo, casi pastoral: “Miro el atardecer/ En mi nueva vieja habitación/ una luna plateada, suspendida/ entre nosotros dos”. Y la inspiró un ventilador: “Estaba atornillado al techo, a una vara, la casa era muy antigua. El ventilador, en velocidad mediana, reverberaba en la madera, y el silencio era tal que en ese tono del ruido del aparato empecé a buscarle la melodía. Es como una foto, me acuerdo estar mirando por una enorme ventana colonial, la habitación era nueva para mí, y veía el atardecer y un árbol. Namuncurá le puso el sonido de un yaguareté. La música no tiene nada que ver con el folklore, pero ese contacto con la tierra que sí aparece en otras canciones ya estaba presente, supongo”.
Los trece años de carrera con Man Ray –la dupla Lizarazu-Tito Losavio grabó ocho discos–, los cinco años en la banda de Charly García, los inicios como fotógrafa en Cerdos y Peces y Humor, todo la llevó a una saturación que no era exactamente hartazgo, pero sí necesidad de una interrupción. “Paré para parir”, canta Hilda en “Primera flor”, la canción dedicada a su hija, y así fue. “Me fui a un lugar desolado y agreste, pero maravilloso. Había llegado a un punto de saturación, y hacía falta el descanso para que brotaran cosas. No me costó desconectar. Tengo un costado de mi espíritu muy desarraigado, no soy de atesorar. Tal vez sea como el reflejo de que a los once años me fui de Argentina a Estados Unidos, hice la secundaria en Long Island, y mis hermanas habían quedado acá; venía de estar pupila. En lo emocional y lo afectivo tengo ese fusible que me permite no sufrir tanto los cambios. También coincidí conmi pareja: sola me hubiera costado mucho más irme al monte. Con un compañero, todo el proceso fue más fluido.

La musa en el monte
Las canciones fueron saliendo en la vieja pulpería, casi espontáneamente. Hilda se llevó la computadora, la guitarra eléctrica y la criolla. “Pero no quería comprometerme con un plazo, estilo: ‘dentro de un año tengo que’. A los dos años y medio, cuando Mia tenía seis meses, unas chicas de Córdoba capital me llamaron de la nada. Querían convocarme para cantar. Me tomaron por sorpresa. Contesté: ‘No te voy a decir que no, llamame a la noche’. Colgué y anoté los temas que había armado, los que podía salir a tocar sola con la guitarra. Eran quince, y acepté salir a cantar. La pasé bárbaro, y la gente también. Mia estaba al costado del escenario, era un lugar pequeño. Empecé a hacer shows, me contacté con músicos cordobeses, armé bases electrónicas. Así, naturalmente, surgieron las canciones que terminaron en el disco.”
Muchas de ellas son claramente autorreferenciales. Es un disco muy personal, con el pop fresco que se espera de Hilda Lizarazu, pero también ciertos aires folklóricos, muy sutiles, y un cover, “La reina de la canción”, el éxito de La Joven Guardia de Roque Narvaja. Pero el monte y la intimidad aparecen una y otra vez. “Uriel, de San Telmo a Salsipuedes”, una historia de amor con personajes que se llaman Lola y Uriel, pero podrían ser Hilda y Pablo: “Se fue a vivir al pueblo de Salsipuedes/ Hace unos años atrás/ Se enamoró de Lola de Sinsacate/ Y juntos fueron tres/ Y la distancia no le afecta en nada/ Con el paisaje en los ojos no se puede aburrir/ Su oficina es ahora una cabaña/ Su medicina una siesta junto a Lola y el bebé/ Uriel cruzó el río Guanusacate/ con su caballo Saguaipé/ Compró unas hierbas, oriundas de Salsacate/ Para tomarse un té”. Además de las ganas de poner en canción su historia, Hilda quería homenajear los nombres de la región: “Son nombres muy musicales y simplemente quería nombrarlos en una canción. Es un pequeño tributo a esos pueblos: en lengua indígena ‘sacat ‘significa poblado”. Otra canción, “Acuarela de los montes”, está dedicada a Fernando Fader. Dice: “Pintó con devoción/ La pasionaria enrollada en el poste/ Pensó en regresar/ Cruzó la ruta solitaria del monte”. Hilda se ríe: “Fader en la puta vida pintó una pasionaria, pero me encanta la flor y quise ponerla. Escribo así, desde lo lúdico, pensando en imágenes, y me permito caprichos. Como hacerme llamar ‘Lizarazu’, sin el Hilda. Me parece que tiene más fuerza. Me gusta el apellido, es musical, como Sinsacate”.
Pero hay otras canciones que no están tan cerca del monte. “Amapola”, la hermosa apertura, es pop delicioso, con una letra vagamente surrealista, con algo de honesta curiosidad e inocencia. “Juntos separados”, con trombón y bandoneón, es juguetona pero se trata de una separación: “¿Por qué no me decís que no querés seguir?/ ¿Será vagancia, arrogancia o desamor”. “El Pulso”, con Leo García como invitado y el bandoneón de Fernando Samalea, es otro ejemplo del pop cristalino que Hilda trae de Man Ray y “Esperanza de fútbol” –un tema donde Hilda se hace cargo de todos los instrumentos– trata un tema poco frecuentado por el rock nacional: la violencia en las canchas: “Huele a hombre necio, hombre violento, animal” canta con inesperada dulzura. Y el final, “La reina de la canción”, es pura energía. “Es raro, porque ese tema tiene vigencia aunque fue escrito hace treinta años. Yo estaba en el monte, y en Capital aparecía este fenómeno de Operación Triunfo y Escalera a la fama, la concepción comercial de la música que a las discográfica multinacionales les cierra: a partir de la bancarrota lo único que vendió fue Bandana. La canción me recordó a eso. No sé si Roque Narvaja la concibió de esa manera, pero a mí me resultó muy contemporánea y honesta.”

Una dama en el rock
Hilda Lizarazu empezó su carrera en los años ‘80. Ahora acaba de cumplir cuarenta años y cuando se habla de mujeres en el rock nacional sigue siendo una de las pocas. “No tengo respuesta para esa falta de mujeres en la escena. Quiero destacar a Flopa, Mimi Maura, incluso Daniela Herrero, que tiene un buen instrumento. Pero es cierto, hay pocas. El rock local no es especialmente machista, tal vez lo sea el público. Personalmente, nunca quise hacer un grupo de chicas, también me parece sexista; es más natural tocar con varones. Eso sí, siempre tuve manager mujer porque a veces viajás con quince machos y necesitás un tampón y la verdad es que está bueno tener complicidad con alguien. Con Charly García o Man Ray a veces eran dieciséis chongos y yo, ninguna par hembra a quien acercarse.”
–¿Alguna vez sentiste que los músicos varones no te tomaban en serio?
–La verdad es que siempre me respetaron. Ahora trabajo con Black Amaya, Juan del Barrio, y siento que estamos en la misma. Como soy la guitarrista de la banda, siento que tengo que practicar un poco más, como si tuviera que entrenar tenis. Pero siemrpe sentí respeto, será que me respeto a mí misma y sé cómo posicionarme, siempre en el camino de la intuición, porque mis herramientas siempre fueron autodidactas. A veces me frustro cuando no puedo explicar la melodía que quiero hacer. Pero como esto está relacionado con la creación, no hay una escuela para escribir, podés arreglarte con tus herramientas. Por ahí no soy una enorme compositora, pero estoy en el campo de la acción, y eso me da un poder. No me siento menospreciada. Y creo que hay muchas mujeres en ese camino: mezclé el disco con una ingeniera de sonido. Se está saliendo de la óptica machista que entinta este país y gran parte de América latina. Además, hay que pensar que en otros lugares es mucho peor. En México o Venezuela las minas todavía están agarradas al escobillón.
–¿Sentís nostalgia de los años ochenta?
–Ninguna. El revival me pasa por el costado. La pasé bárbaro, estaba en mis veinte, pero no tengo nostalgia del tiempo que pasó. Me conecto con la nostalgia de un día nublado, no de revivir viejos tiempos. Estoy más grande, tengo cuarenta, pero me siento mejor. No creo que esa insistencia por los “míticos” años ochenta sea nostalgia, es queja. Este país está sembrado en un campo de queja y es importante que estemos despiertos para revertir esa realidad.
–¿Qué balance hacés de Man Ray, y el momento de gran éxito del grupo?
–El balance es óptimo. Duramos trece años, mucho más que la mayoría de los grupos. El éxito lo disfruté, pero en ese momento no estaba consciente; es raro cómo se vive el éxito o la repercusión de las cosas desde adentro. El segundo disco, Perro de playa, donde estaba “Caribe Sur”, lo hicimos con un fan. Nos acababan de echar de Sony, junto con Babasónicos, Andrés Calamaro y Divididos. Qué astutos, ¿no? Estábamos sin horizonte y empezamos a tocar por cualquier parte. En un bar de Ramos Mejía apareció un fan que tenía unos ahorros y quería hacer algo con nosotros. Grabamos el disco, y después ‘Caribe Sur’ empezó a sonar en todos lados. Yo no me daba cuenta de la magnitud de esa repercusión. La otra ventana fue ‘Todo cambia’, el tema de apertura de Montaña rusa. Después de eso la prensa supuestamente especializada nos tildó de livianos, que habíamos transado, típica discusión argentina. No me enrosco en eso. Viví el éxito trabajando. Para mí es mejor no estar tan conectada con lo que pasa afuera, en lo comercial, o por lo menos es lo que me salió en ese momento. Ahora que volví estoy más conectada con el funcionamiento de las cosas, aprendí cómo es este negocio o lo que queda de él.
–¿Y cuál fue el detonante para volver?
–La naturaleza es intensa, pero hay que bancársela. Nos fuimos, no sé si cansando, pero cambiamos. Fue un “ya está”. Lo bueno es que a mi pareja le pasó lo mismo. Además tenemos que laburar, la verdad es esa. Ninguno delos dos tenemos vacas. Las distancias se me empezaron a hacer largas, necesitaba conectarme con músicos, con gente. Cuatro años de sin gente es muy raro. Sentía que me iba a convertir en un espinillo. Y no estaba con ganas de ser un liquen.

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