CINE
El poder (sexual) de la palabra
Dos mujeres aparentemente opuestas hacen un insólito pacto en Nathalie X, film francés estrenado ayer. La morocha Fanny Ardant contrata a la rubia Emmanuelle Béart para que levante a Gérard Depardieu, su marido infiel, y después le cuente TODO. El arreglo tiene derivaciones sorprendentes y perturbadoras ligadas a la potencia erótica del lenguaje hablado.
› Por Moira Soto
Cuántas mujeres, francamente, han fantaseado alguna vez con contratar a una profesional para que se levantara a un novio o un marido sospechoso de alta traición, a fin de obtener pruebas concretas para escarmentar al infiel o, mejor aún, hacer estallar la venganza?... Catherine, la protagonista de Nathalie X, estreno de esta semana, es una elegante y madura señora burguesa, ginecóloga, casada hace veinte años con Bernard, viajero frecuente (por razones laborales) que está cumpliendo años al comenzar este film de Anne Fontaine. Con la fiesta organizada, los amigos reunidos, sólo falta que llegue el homenajeado, que se hace desear. Suena el teléfono, Catherine atiende: su marido ha perdido el vuelo. A la mañana siguiente, él ya está de regreso y se percibe una distancia tensa entre los integrantes de la pareja. Bernard se olvida el celular, Catherine duda un instante pero la curiosidad la puede y escucha el mensaje grabado: una mujer le agradece a Bernard lo bien que ayer lo pasaron juntos.
Hasta aquí el prólogo de una historia que suena banal, ordinaria. Los reflejos cinematográficamente condicionados pueden llevar a pensar que todo va a seguir por la vía del desenmascaramiento del adúltero, sobre todo cuando Catherine entra al club nocturno que funciona a un paso de su consultorio y contrata a un gato espectacular para que seduzca a su marido y después le pase el reporte. Pero es entonces cuando entran a tallar la mirada personalísima de Anne Fontaine, su espíritu subversivo, esa originalidad de enfoque que desde su primer largo, Les histoires d’amour finissent mal... en general (1992) –otro triángulo, figura geométrica favorita de la directora–, viene trasgrediendo convenciones y machacando tabúes.
Años más, años menos, Fontaine integra una generación de cineastas francesas –Claire Denis, Brigitte Roüan, Claire Simon, Catherine Breillat– que comenzaron a soltar inopinados ratones hacia fines de los ‘90, desestabilizando a muchos críticos (incluidos los locales, varios de los cuales no supieron ver la poesía táctil de Denis en Nenette y Bonis, o no se bancaron la búsqueda de la protagonista de Romance, de Breillat). “Las realizadoras son más osadas que sus colegas masculinos”, tituló a toda página el diario Libération en 1997, aludiendo a esta eclosión de agitadoras.
La trastocadora
Nacida hace 43 años en Lisboa, desde los 16 instalada en Francia, Anne Sibertin-Blanc eligió cambiar su apellido por Fontaine sin imaginar que iba a coincidir con el nombre de una pequeña pero prestigiosa casa de ropa instalada en el centro de París, cerca de la Place de la Concorde y de los locales de las grandes marcas, en la exclusiva rue Saint Honoré. De todos modos, Anne Fontaine, la directora, es una mina tan elegante, de un aliño tan característicamente parisino, que bien podría pasar por una estilista de moda (tendrían que ver ustedes el corte del abrigo oscuro con estratégicos botones que luce en el making off de Nathalie X, en pleno rodaje callejero, acompañado de una espléndida écharpe de chiffon, con dibujos art-déco en grises y negro, apenas irisados con toques de verde y morado). En realidad, ella tuvo que ver durante un tiempo con este mundoporque entre sus múltiples oficios –bailarina clásica, actriz, guionista, puestista teatral, también licenciada en Filosofía–, Anne fue mannequin chez Loris Azzaro.
Codirectora en 1986 de la versión teatral de Viaje al fin de la noche, de Céline, que protagonizara Fabrice Luchini, Fontaine, en su breve y juvenil etapa de actriz, llegó a interpretar a la gitana Esmeralda en una aparatosa puesta de El jorobado de Notre-Dame, perpetrada por Robert Hossein. Después de actuar en algunas películas olvidables, decidió apartarse de esa profesión pero no del cine. Como tenía a mano un gran cuaderno en blanco, empezó a escribir el guión de Les histoires d’amor, “sin la menor formación técnica, salvo lo que había observado en los rodajes, sin haber hecho ningún corto. Hoy me doy cuenta de que esa inconciencia era un handicap, pero también un aliciente”, declara la cineasta. “Quería narrar a mi manera ese estado de fragilidad de la adolescencia, donde nada es seguro. Por eso imaginé la historia de Zina, la chica que quiere probarlo todo, tenerlo todo –incluso dos hombres bien distintos–, vivir en el filo de la navaja.” El debut de Fontaine como directora fue bien recibido por la crítica, que elogió la frescura y la vitalidad del film, la comprensión desprejuiciada del universo juvenil. Les histoires... mereció un lugar en la Semana de la Crítica en el Festival de Cannes ‘93 y el Premio Jean Vigo. Tres años después, la guionista y realizadora tuvo la peregrina idea de hacer Augustin, un mediometraje con su hermano Jean-Chrétien Sibertin-Blanc en el cómico rol de un fronterizo en busca de trabajo. Esta producción –recientemente proyectada por la señal TV5 del cable– alterna escenas de raro lirismo con otras francamente desopilantes. Augustin fue seleccionado para la sección Un Certain Regard, de Cannes ‘95 y estuvo en otras muestras.
Empero, el auténtico destape de Anne Fontaine llegó con Nettoyage à sec (Limpieza en seco, 1997, no estrenada localmente), intranquilizadora historia acerca de un matrimonio dueño de una próspera tintorería en provincias, tranquilo y feliz, que por azar conoce a un ambiguo joven que de noche se traviste de Sylvie Vartan sobre un escenario. Jean-Marie y Nicole se enamoran de él y lo incorporan a su vida, lo instalan a su casa. “La sexualidad está la mayor parte del tiempo categorizada”, comenta A. F. “Por un lado está la heterosexualidad y por el otro, la homosexualidad, como si a toda costa fuese necesario definirse de un lado o del otro. Nunca he entendido por qué un hétero no podía ser más que hétero. Nettoyage... no es un film sobre la homosexualidad sino más bien sobre los límites de la heterosexualidad. La idea es que todos podemos caer del otro lado, con todo lo que eso implicaría, siempre me ha fascinado. Mi film reposa sobre el fantasma que alimenta el imaginario de todas las parejas: el fantasma de la tercera persona, el fantasma de la privación.”
Ya envalentonada, Fontaine vuelve sobre el personaje de Augustin en un largo, siempre con su hermano de protagonista. Además, en Augustin le roi du kung-fu (1999) se da el lujo de contar con la magia de Maggie Cheung. Tres años más tarde comienza la filmación de Cómo mate a mi padre (estrenada el año pasado en la Argentina), con Charles Berling (que ya había trabajado en Nettoyage...) y el grandioso Michel Bouquet. Trastocadora como de costumbre, en esta oportunidad Fontaine presenta a un padre que carece de sentimiento de paternidad, que abandonó sin culpa alguna a sus hijos cuando eran chicos y que regresa cuando son adultos. Al respecto dice la cineasta: “Culturalmente, socialmente se supone que un padre debe amar a su hijo. Se puede llegar a aceptar que un hijo no quiera a su padre, pero en el sentido inverso es un tabú. En mi film, el padre le dice: No estoy obligado a quererte. A alguna gente le resultó muy dura la frase, pero a mí me pareció que liberaba algo en los personajes”.
El oído que espía Nathalie X, la película de Anne Fontaine presentada ayer, con guión que le pertenece en colaboración con Jacques Fieschi y Francois Olivier Rousseu, está interpretada por Fanny Ardant (Catherine), Emmanuelle Béart (MarlèneNathalie), Gérard Depardieu (Bernard), Vladimir Yordano (el amigo putañero que coquetea con Catherine), Judith Magre (la caprichosa madre de la protagonista) y Rodolphe Pauly (el hijo de Bernard y Catherine). Confiesa la directora que desde el vamos pensó en Ardant, que nunca se pudo imaginar a otra actriz en el rol de la trémula burguesa que advierte que su marido se ha vuelto un extraño para ella y sigue el impulso de traspasar la entrada del club nocturno y hacer un pacto con Marlène, la bella puta que acepta el nombre de Nathalie para enganchar a Bernard: “Siempre he pensado que Fanny tiene la dimensión novelesca de una Ava Gardner. Las emociones circulan por su rostro, a través de gestos y miradas apenas perceptibles, con una increíble fluidez y profundidad. Fanny es una mujer hermosa que aporta su personalidad única a este personaje que no reacciona como la mayoría frente a un episodio de infidelidad. Porque Catherine hace un insólito arreglo con otra mujer, que inesperadamente la llevará a conectarse con sus propios sentimientos, su propia sensualidad. Es como si ella estuviese aprendiendo a vivir a través de las experiencias de esta persona que ha contratado”.
En el making off de Nathalie X se ve el proceso de maquillaje de Marlène (nombre que ya suena a alias, a nom de guerre), la prostituta que trabaja en ese exclusivo club nocturno poniendo en escena las fantasías de los clientes, actuando el deseo y el placer que obviamente no siente. El delineador y las sombras subrayan los ojos, el rouge magnifica los labios: una máscara para la representación de cada noche. Tanto es así que cuando Catherine la encuentra en un bar a la luz del sol, la cara lavada, tarda en reconocerla. Marlène (o como se llame) acepta llevar otro nombre -Nathalie– para interpretar el papel que le propone esta inusual clienta. Dice Fontaine que eligió a Béart porque le pareció “la actriz ideal para encarnar a este personaje en apariencia liso y sensual, pero que deja adivinar un misterio, una complejidad. Emmanuelle se ha vuelto una actriz cada vez más interesante en su ambigüedad. Esta fisura, esta herida interna que ella trae consigo era perfecta para el personaje de Marlène. Creo que con Fanny Ardant forman la suma ideal de la femineidad, lo que las ayuda a ambas a crear el personaje imaginario de Nathalie”.
Luego de Les histoires d’amour y de Nettoyage..., Anne Fontaine estaba interesada en trabajar sobre otra variación del triángulo y también del voyeurismo: “Una mujer madura que experimenta el sexo a través de los relatos de otra persona, una esposa que contrata a una prostituta para que seduzca a su marido y la mantenga informada”. Nathalie X es un film sobre deseos y fantasías, y muy especialmente, sobre el poder de las palabras. Todo sucede en la imaginación, nada es mostrado. El poder erótico está en el lenguaje: Marlène, la puta, usa un vocabulario bastante crudo, para nada poético o metafórico. Nathalie X también es un film sobre la manipulación y el suspenso que genera el devenir de esta atípica situación. Poco a poco, Catherine, que le está pagando a Marlène por los relatos de sus citas con Bernard, advierte que sus propios deseos son despertados, pero cree que todavía está controlando la situación. Después de todo, ella es la que paga y su marido no sabe lo que de verdad está sucediendo, “pero las cosas empiezan a írsele de las manos, y es esta pérdida de control lo que me interesa. Esta conexión cada vez más perturbadora que se va creando entre ellas, la rubia y la morocha, la puta y la burguesa”.
En cuanto a Gérard Depardieu, “cuyo rol no tiene otro lugar que el de un objeto”, remarca Anne Fontaine que se trata de un actor incorporado al imaginario colectivo, cuya sola presencia habla de una historia detrás de Bernard: “Su personaje es el espejo en el que se reflejan, de diversomodo, las dos mujeres, pero nunca conduce la acción. Son ellas las que pisan el acelerador de la historia. Seguramente, algunos espectadores varones se van a sentir incómodos frente a esta situación. En el fondo de esta extraña historia está el enigma al que casi todos nos enfrentamos alguna vez: ¿cómo convivir con una persona que nunca conoceremos del todo?, ¿cómo amar manteniendo vivos nuestros deseos y sueños?”.