Vie 03.12.2004
las12

A MANO ALZADA

La sangre derramada

(sobre la literalidad de la imaginación reaccionaria, o cómo cerrar un debate antes de que se abra)

› Por María Moreno

Hay un viejo chiste tonto que ni siquiera llega a ser un chiste: Un hombre le pregunta a otro ¿Tiene hora? Y el otro le responde sí. El primero se queda esperando. El segundo hace silencio: él no ha hecho más que responder con amabilidad, sólo que literalmente. No tenía por qué dar la hora. Hace algunos días, luego de que el ministro de Salud, Ginés González García, afirmara que la despenalización del aborto evitaría los riesgos de las operaciones clandestinas, el presidente Kirchner ha dicho que rechazaba esa práctica. No que jamás abriría un debate sobre el tema. Alberto Fernández dijo que su gobierno no está trabajando en ningún proyecto que contemple la despenalización, no que jamás lo haría. Declaraciones van, declaraciones vienen, el presidente del Consejo de Justicia y Paz del Vaticano, cardenal Renato Martino, se enojó, habló, escuchó y se sintió consolado.
Lo cierto es que el aborto suele funcionar como una carta en la manga. Cuando se objetaba la elección de Carmen Argibay como miembro de la Corte Suprema de Justicia, las objeciones se centraban en su declaración a favor de la despenalización del aborto en un contexto de defensa de los derechos de las mujeres que tradujeron, según la tradición conservadora, a la declarante como “abortista”. Nuevamente se situaba la cuestión del aborto en coyuntural chicana ante la perspectiva de una decisión producto de una votación, como cuando Duhalde y Menem la usaron contra la Alianza en las elecciones de 1999. Cuando el embajador argentino ante el Vaticano, Carlos Custer, presentó sus credenciales, el papa Juan Pablo ll matizó sus felicitaciones por la negociación de la deuda externa con su tema insistente: la sexualidad humana, exigiendo un aval a la condena del aborto, el casamiento de homosexuales y la clonación humana.
Entre el anunciado alivio del enojo del cardenal Martino por las declaraciones del ministro Ginés González García, luego de las aclaraciones de Kirchner y Duhalde, y su afirmación de que la negociación de la deuda externa debía considerarse éticamente, teniendo en cuenta la “corresponsabilidad de los acreedores” parece haber una relación de causa efecto. Desde Los Roldán hasta el más astuto analista político no verán ninguna garantía en la prohibición de abortar y una supuesta piedad del FMI. Pero hay una sangre derramada que siempre será negociada: la de las mujeres que mueren en abortos clandestinos.
En la Argentina, cualquier avance progresista parece tener un lado perverso.
Cuando la Izquierda Unida presentó a Legislatura un proyecto de aborto no punible que proponía la reglamentación para que hospitales públicos, obras sociales y prepagas se hicieran cargo de las excepciones a la penalización del aborto contempladas por el Código Penal, la prensa difundía imágenes de niños desnutridos y de madres que difícilmente puedan formar parte de las que la OMS considera “saludables”. ¿Se trataba de que alguien asociara el proyecto a evitar el nacimiento de más pobres? De modo igualmente perverso se necesitaron las imágenes del cuerpo asesinado de Alicia Muñiz para que se considerara la necesidad de establecer leyes sobre violencia doméstica. La Unión Civil se otorgó en un marco de crisis que parecía invitar a la asociación “Nos estamos muriendo de hambre pero vamos hacia un paraíso de derechos”. Menos el del aborto legal, claro. ¿Sepermitirá la adopción a parejas gays, a fin de que se hagan cargo de los niños nacidos a causa de la penalización del aborto? La imaginación reaccionaria suele ser literal.

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