MODA
DOS CHICAS AL RESCATE
Lejos del caos característico de los negocios de ropa usada, en el Salón Muaré –creación de Carolina Merea y Madre Tierra Evans– las prendas de casi todas las épocas, desde 1910 en adelante, se lucen como verdaderos hallazgos, listas para crear mundos particulares e inmutables al paso del tiempo.
› Por Victoria Lescano
La expresión muaré designa tanto a un tejido de estampas similares a las vetas de la madera, venerado para la confección de vestidos de noche y trajes de fiesta, al efecto que dejan la piedras al caer en el agua y, en la jerga cinematográfica, alude a un inconveniente técnico, temido por los directores. Haciéndose eco de esas acepciones, la vestuarista Carolina Merea y su socia, Madre Tierra Evans, una experta buscadora en rarezas de moda, decidieron denominar Salón Muare a su flamante productora de vestuario.
El salón en cuestión está situado en un departamento dúplex de Uriarte 1345, donde el interiorismo conserva rasgos de los ‘50, aunque remixados con detalles barrocos y existen tres salones de exhibición del stock de cuatro mil prendas disponibles para ser alquiladas.
El rasgo más excéntrico en el modo de exhibir las prendas lo aporta la simple contemplación de miles de atuendos –vestidos, pantalones o camisas– ya en muaré, gasa de seda, jersey, terciopelo, chiffon, crêpe, voile de algodón, gabardinas, cuero, plush, matelasé, cloqué, lamé, batista o, lúrex, envueltos en fundas de plástico transparente que confieren al conjunto un raro clima de asepsia.
Existe también una pequeña boutique con paraguas, juguetes, anillos y fetiches retro o chinos, una oficina donde se preparan pedidos para productoras (allí un perchero absolutamente contemporáneo aguarda ser buscado para vestir a las protagonistas de un comercial de detergente en tonos pastel) y una cocinita de la planta alta devino salón de costura y enmiendos a medida de ciertos personajes.
Un breve perfil de las fundadoras de Muaré indica que Carolina Merea se graduó en indumentaria en la UBA, pero prefirió la labor en producción de moda en medios gráficos y luego vestir personajes o para cine publicitario y largos –el listado de films contempla desde Diario para un cuento, de Jana Bokova, diversas producciones para Pol-Ka y también films de directores experimentales como Juan Flesca, Alejandro Chomsky y Mariano Galperín–. Madre Tierra fue fundadora de Salamanca, la tienda precursora en el vintage y los tesoros de feria combinados con muestras de arte en el circuito de Palermo (y de la cual se desvinculó hace ya un año).
Sobre la modalidad de trabajo actual y las señas particulares de Salón Muaré, dicen: “Quisimos despegar de lo que está instalado como ropa usada, canastos en los que hay que revolver ropa, que generalmente no está en buen estado. Nuestra intención en las búsquedas es que prevalezca lo único, los hallazgos, las rarezas, seleccionadas por telas, estampas y detalles. Nos gusta comprar sin un guión predeterminado, armar una colección de prendas de distintas décadas y encontrar el zapato que va con ese otro vestido. A lo que tiene una manchita, aunque mínima, lodescartamos. La procedencia de la mayoría de las prendas es incierta, aunque las de diseñadores, ya Emilio Pucci o Yves Saint Laurent nos interesan muchísimo y si vemos esos originales los adquirimos, pero también consideramos que existe ropa que –independientemente– de la etiqueta, no volverá a ser reproducida porque ciertos oficios y materiales dejaron de ser usados hace tiempo. Tenemos ropa de época fechada entre 1910 hasta el ‘90. Del ‘20 y ‘30 hay menos caudal y desde el ‘40 hasta el ‘60 hay mucho. También estamos pensando en incorporar diseñadores argentinos actuales, pero con colecciones de otras temporadas”.
Los lugares de búsqueda suelen ser guardados muy secretamente por los expertos en vestuario y producción de moda. Las dueñas de Muaré cuentan que mucho antes de ser socias, solían encontrarse rebuscando en esas secretas direcciones, una compraba para su negocio y la otra para los vestuarios por encargo, y aportan algunas pistas, en la provincias, en Córdoba –tierra natal de Madre Tierra y también del marido de Merea– en Buenos Aires en las sedes del Ejército de Salvación, Cotolengos y reductos de monjas de diversas congregaciones. Aunque muchas de nuestras prendas no tuvieron uso, provienen de negocios donde parece que los dueños no quieren desprenderse de las cosas, los coleccionistas son tipos raros, damos con personajes muy complicados y lúgubres.
Afirman que aunque son conocedoras el furor de producciones de cine extranjero en Buenos Aires, ese no fue el detonante de la asociación sino una necesidad personal de armar algo con un nuevo formato.
Sobre el modus operandi de las producciones de moda para cine, agregan: “Sabemos que existen productoras con formatos similares al nuestro en Barcelona y París, aunque nunca fuimos a ninguna. La diferencia está en que ellos tienen stock de viejas colecciones de firmas como Chanel. Por regla general, los países con tradición en la producción cinematográfica se manejan con los grandes depósitos creados hace décadas por la Warner o Universal. En las grandes producciones extranjeras, muchas veces se trabaja en grandes talleres con equipos de profesionales muy grandes, confeccionando el vestuario aún para los extras desde cero con molderías y telas antiguas y con mucho tiempo de antelación”.
Consultadas sobre sus preferencias de moda, Madre Tierra desliza por un lado las etnias, los años ‘20 y de la escena actual destaca los diseños de Pablo Ramírez y Laura Valenzuela. Carolina Merea se remite a sus gustos y como el profesionalismo exige sacrificarlos en función de un guión: “Mi corriente de vestuario favorita es el no vestuario, busco generar una estética particular a través del vestuario, sin que esto sobresalga de los personajes o los opaque. Aunque ahora pareciera que la nueva tendencia del vestuario consiste en vestir a los personajes como en la vida real.
Mi trabajo más reciente en cine fue junto al director Mariano Galperín en el film que desde el titulo se vincula con la moda. Se llama El delantal de Lili, cuenta acerca de un hombre que se traviste ocultándoselo a su mujer, Lili, y trabaja de mucama para ganar algo de dinero. En principio, el delantal fue diseñado por Jessica Trosman, pero cuando la película viró a un estética más realista, fue necesario ajustarse desde el vestuario y recurrir a un delantal estándar.