¿Es Arte? ¿Es Dios?
› Por Marta Dillon
La pregunta se repitió después del Encuentro de Mujeres en Mendoza con su rosario (valga la metáfora) de agresiones a casi todo lo que se expresaba en esa “invasión” de mujeres dispuestas a poner en juego sus experiencias más personales para convertirlas en declaración política. ¿Por qué ese nivel de violencia? ¿Era Mendoza el pasto seco necesario para prender el fuego del fundamentalismo o sencillamente se había leído como una declaración política la masiva marcha que cerró el Encuentro del año anterior en Rosario? ¿Lo mismo hubiera sucedido en cualquier otra provincia? La respuesta es como escribir en el agua, Mendoza tiene su historia, su secta del Verbo Encarnado anidada en el sur de la provincia donde los jóvenes que se inscriben en ella se pierden (de su familia, de sus afectos, de todo eso que los inscribe como jóvenes) detrás de muros que los aíslan de las tentaciones de este mundo; sin embargo, el nivel de organización de los diversos atentados que todavía se están investigando torna evidente que la preocupación por lo que pudiera surgir de ese encuentro de voces de mujeres diversas excedió los límites de la provincia. Y lo cierto es que, de alguna manera, así como las diversas identidades pugnan por hacerse visibles porque eso es lo que convierte a sus elecciones en declaraciones políticas, estos grupos reaccionarios también querían su lugar en el mapa de lo público. Y lo consiguieron. Y lo festejaron. No importa cómo, lo importante es existir porque ése es el primer paso para sumar a otros, tan amenazados como ellos, suponen, por lo que significaría abrir espacios para que cada persona ejerza su libre albedrío. Abrir el espacio, no obligar al resto a tomar las mismas decisiones, aunque sí, obligarlos a convivir en la misma sociedad con la diferencia, con la diversidad. Un horror para quienes creen que hay que cerrar los ojos –y las piernas, no lo olvidemos– frente a cualquier cosa que despierte la curiosidad, la pregunta sin respuesta (o con respuesta insuficiente) en la verdad revelada.
El segundo evento fue en Buenos Aires: la trama de mails –que siempre escapan del límite del destinatari@– se jactaba de los triunfos conseguidos en Mendoza, de la defensa de los templos en la ciudad cuyana gracias a la formación marcial que coreaba “Iglesia vida” con gestos propios del Tercer Reich y llamaban a repetir las acciones en la marcha del orgullo glttbi formándose esta vez en las puertas de la Catedral de Buenos Aires. Y allí tuvieron un principio de gresca que no pasó a mayores porque la marcha siguió su camino y la música que ponía a temblar los cuerpos era más tentadora que cualquier enfrentamiento. La organización, con nombres reconocibles en la historia reciente como el grupo Custodia –que defendió a uno de los responsables de la Noche de los Lápices, Miguel Etchecolatz– o los Jóvenes Provida –de desgañitada actuación durante la presentación de los pliegos de Carmen Argibay como miembro de la Corte Suprema–, se puso en marcha otra vez para poner el cuerpo en contra de la obra de León Ferrari en el Centro Cultural Recoleta y para desagraviar a la Virgen en nombre de “los derechos de Dios” (¿cómo?, ¿no era todopoderoso?) el mismo día en el que empezaba la Marcha de la Resistencia en Plaza de Mayo. A esta altura, nadie puede negar que era previsible ese desgarro de vestiduras frente a la obra de un hombre que hace 50 años elaboró su trabajo como una herramienta de denuncia de lo que provoca un poder hegemónico que promete condenas que exceden en mucho a la prisión perpetua y se extienden hasta toda la eternidad. Sin embargo, que la estrategia de visibilización de estos grupos haya encontrado tantos ecos en personas públicas que desviaron el sobreactuado dolor, quienes creen que tanto Dios como la Virgen y todos los santos son figuritas que se compran en santerías (¿por qué si no tanto escándalo por meras representaciones?) al destino de los fondos públicos y a consideraciones sobre lo que es y no es arte, es un poco más preocupante. En principio porque debe haber más de uno festejando al abrigo del feriado nacional por (¿la Asunción de la Virgen? ¿la declaración de otro dogma? ¿la reafirmación de que Iglesia y Estado no están tan separados como dice la Constitución?) el día de “la Inmaculada Concepción” (adviértase, además, el festejo por lo que pudo suceder sin que mediara ¡el sexo!). Y después, porque en definitiva se vuelve a poner en práctica esa vieja estrategia de culpar al que denuncia. El problema no sería tanto lo que dice Ferrari si no que es un artista y por tanto no debería estar en un museo público.
Desde aquí, entonces, podríamos intentar una nueva desviación, tal vez tan trivial como la que se viene dando, comparando la obra de Ferrari con una apología al Holocausto (Mauricio Macri dixit). Podríamos empezar a preguntarnos, en lugar de “qué es el arte”, quién es Dios. ¿Es una manera única de mirar al mundo poniendo anteojeras para todo lo demás? ¿Es una serie de representaciones vacuas con las cuales el artista ironiza y denuncia? ¿Dios está en cada uno –como nos explicaron a quienes nos educamos en instituciones católicas y prolijamente subvencionadas por el Estado– o Dios está en unos y no en todo el resto?
Tal vez ahora quienes se afanan en seguir intentado doblar el codo de la diversidad de acciones y pensamientos crean que tienen motivos para festejar por esta súbita visibilidad de su intolerancia. Pero lo cierto es que las iglesias no están llenas de estos grupos sino de personas –y mujeres en su mayoría– que sólo pretenden un instante de comunión que les permita creer que hay algo más allá de la miseria cotidiana. Y eso no tiene nada que ver con el fundamentalismo.