MEMORIA
Tenía 9 años cuando quedó embarazada producto de una violación. Nunca había menstruado. Su caso tensó las relaciones diplomáticas entre Costa Rica y Nicaragua antes de que un grupo de mujeres y ONG decidieran ayudarla a abortar clandestinamente. Marta Blandón Gadea es una de aquellas mujeres que ahora repasa el caso de Rosa.
› Por Sandra Chaher
Febrero del 2003. Rosa no quiere ir a la escuela. Tiene sueño, sólo desea dormir. Sus papás, Francisco y María, la llevan al hospital. Tiene vómitos y diarrea, y su vagina “huele mal”. Le diagnostican una infección renal, pero no mejora. Le hacen un chequeo y descubren que lleva 10 semanas de embarazo.
Rosa tiene 9 años. Sus papás son nicaragüenses, pero ella sólo conoce el cielo y la tierra fértil de Costa Rica. Son inmigrantes pobres que cruzaron la frontera en busca de trabajo: María como empleada doméstica, Francisco como jornalero en el campo.
No hay otros hijos. Rosa es única. Todos los días va al colegio acompañada por sus primos. Varias veces un muchacho joven los invita a su huerto por unas mandarinas. Ese día ella iba sola. El muchacho volvió a invitarla, pero cuando entró al huerto la arrastró a la casa y la violó. Las violaciones se reiteraron bajo amenazas durante unos meses. Rosa calló hasta que la delató su cuerpo.
Mayo del 2005. Rosa, María y Francisco viven en un pueblo a 50 km de Managua, en Nicaragua. Un lugar donde son casi desconocidos después de haber estado en la tapa de todos los diarios de Costa Rica y Nicaragua. Rosa no siguió su embarazo. Abortó apoyada por una red solidaria de feministas, médicos, funcionarios, y la mayoría de la sociedad nicaragüense. Volvió a la escuela, recibe asistencia psicológica y unos meses después de aquel drama escribió una carta a sus papás y a quienes la ayudaron que concluía: “Sé que les causé un problema terrible, por eso hoy les pido me perdonen por el daño que les causé; los quiero con toda mi alma. Te amo papá y mamá”.
Rosa intenta recuperarse. Quizá sepa que hace pocas semanas se estrenó en Managua Historia de Rosa, un documental de Florence Jaugey que relata lo que vivió. Pero con 11 años aún no es consciente de las repercusiones políticas de lo sucedido:
Y La Fiscalía General de la República de Nicaragua cerró la causa contra quienes le practicaron el aborto y los que la ayudaron a consumarlo, sentenciando que se trataba de un aborto terapéutico y por lo tanto no había habido ilegalidad en el mismo.
Y Por primera vez en la historia de Nicaragua, un cura, Antonio Castro, se manifestó a favor del aborto.
Y También por primera vez un grupo de académicos nicaragüenses se manifestó a favor del aborto terapéutico.
Y Actualmente existe en el Parlamento de Nicaragua un proyecto que intenta ampliar las restrictivas condiciones de realización de un aborto que rigen en ese país.
Marta María Blandón Gadea se enteró de la historia de Rosa leyendo la página de sucesos de un diario de Managua, una mañana de febrero del 2003. Los titulares eran espectaculares: “Niña de 9 años embarazada”. El caso era realmente excepcional: no había tenido aún su primera menstruación y sin embargo el primer óvulo creado por su cuerpito había sido fecundado.
Marta era entonces presidenta para América Central de IPAS (una organización no gubernamental con sede en Estados Unidos que trabaja en salud reproductiva, cargo que aún mantiene), pero además era miembro del Consejo Nacional de Lucha contra la Muerta Materna en Nicaragua. Con el apoyo de IPAS organizó una delegación integrada por una experta en abuso sexual; una representante de las ONG que trabajaban temas de niñez; y un miembro de la Procuraduría de Derechos Humanos, el organismo gubernamental nicaragüense que más se comprometió con Rosa.
Partieron para Costa Rica el 5 de febrero de 2003. “En Costa Rica, el caso había sido tomado como un experimento científico. Sólo un médico había dicho que la vida de Rosa corría peligro si continuaba el embarazo. El resto de las instituciones y el gobierno, amparados por la Iglesia, montaron una estrategia que la aisló de sus papás. Logramos ubicarla en un hospital de altísimo nivel donde la tenían casi secuestrada. No la dejaban ponerse de pie, ni siquiera podía ir a orinar sola. No le informaron ni a ella ni a sus padres de los riesgos que corría su salud si continuaba el embarazo. La tenían rodeada de muñecos que le decían que serían para su bebé, muñecos iguales a los que ella usaba para jugar. Estaban empecinados en que ese niño naciera, aun a riesgo de su vida. Cosa que también dijo la Iglesia: el niño debía nacer, aunque la madre muriera.”
La ley de Costa Rica es restrictiva con respecto al aborto, pero lo permite para preservar la salud de la madre. Sin embargo, esta opción parecía imposible de concretar en ese país. La delegación integrada por Marta María fue a la Embajada de Nicaragua en Costa Rica y allí encontró a Francisco, el papá de Rosa, intentando que le facilitaran el retorno a su país. Uno de los recodos tortuosos del caso había sido que el acusado de la violación, Alex Barquero, había vuelto su dedo sobre Francisco, diciendo que él era el violador. Francisco se sentía acusado y solo en un país extranjero. El y María dudaban. Las presiones y el analfabetismo les obstaculizaban comprender los intereses en juego y oscilaban entre pelear por el aborto “o dejar las cosas en manos de Dios”, una frase habitual en esos días.
Marta María y sus acompañantes intentaron el retorno legal de Rosa y sus padres a Nicaragua, pero se tensaron las relaciones diplomáticas. El embajador nicaragüense fue amenazado. Decidieron entonces cruzar furtivamente la frontera, de noche.
Pero cuando llegaron a Nicaragua las cosas no mejoraron.
Los medios de comunicación de Costa Rica y Nicaragua hablaban hacía semanas del tema, que pronto ocupó a toda la sociedad. El caso de Rosa se convirtió en asunto de Estado. Hasta el presidente nicaragüense opinó: “La decisión la deben tomar los padres, es importante respetar la patria potestad”. La legislación nicaragüense es aún más restrictiva que la de Cosa Rica: permite el aborto sólo para salvar la vida de la gestante. La pregunta se reiteraba tras la frontera: ¿estaba en riesgo la salud de Rosa? El Ministerio de Salud de Nicaragua se expidió en forma ambigua: corría riesgo si el embarazo continuaba, pero también si se lo interrumpía. “Los gobiernos de América Central son muy conservadores –dice Marta María–. Las opciones sexuales, el aborto y la eutanasia son los grandes temas de discusión en nuestros países. Y el fanatismo vinculado al aborto puede llegar a niveles impensados. La única ventaja que teníamos en Nicaragua, además de que Rosa y sus padres estaban en su país, es que allí el catolicismo no es la religión oficial, como en Costa Rica.”
Los días se sumaban y había que tomar una decisión. María y Francisco optaron por el aborto y lo solicitaron en una institución pública. Pero antes de acudir se enteraron de que había una orden del Ministerio de Salud de que apenas Rosa ingresara se la retendría y no se le practicaría el aborto.
La única opción era la vía clandestina. Tres médicos sin práctica abortiva se ofrecieron. “Lo hacemos porque si tuviéramos una nieta de su edad, también se lo practicaríamos”, dijeron. El procedimiento se hizo con misoprostol en una clínica privada. Estaban en el límite, Rosa tenía 18 semanas de embarazo. Hacer un aborto quirúrgico a esa altura era como una microcesárea, algo mucho más traumático para ella en términos psicológicos y físicos.
Cuando esto sucedió, el 90 por ciento de la población nicaragüense la apoyaba. “Era una niña que había sido violada, no había muchas dudas –continúa Marta María–. Pero con esto se habló del tema en la calle, en la maquila.”
Cuando se supo que Rosa había abortado, la Iglesia Católica excomulgó a los médicos y a todos los que hubieran sido cómplices del hecho, aunque muchos permanecían en el anonimato. Fue un castigo simbólico, al que la comunidad internacional respondió con una campaña llamada Yo también quiero ser excomulgado, que juntó 25 mil firmas en todo el mundo.
Alex Barquero, el violador, sigue libre bajo fianza. La Iglesia no sólo no lo excomulgó sino que nunca lo condenó.
El caso de Rosa pudo llegar a buen término por una conjunción de hechos: era una niña; fue violada; recibió el apoyo de un grupo de personas respetadas, incluidos representantes del gobierno; y la comunidad internacional la apoyó.
¿Cuántas Rosas paren por día en el mundo poniendo en riesgo sus vidas, o directamente muriendo? ¿Cuántas más tendrán que morir para que una vida importe? Todavía, para muchos, las Rosas no son más que experimentos científicos y ofrendas que pueden incinerarse en el altar de intereses políticos y económicos.
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