MODA
Raúl Trujillo tiene una especialidad que nació en la infancia, cuando acomodoba sus juguetes no por lo que eran sino por lo que parecían. Ahora hace lo mismo con los estilos urbanos: toma fotos en la calle y las clasifica en categorías que él mismo definió. Sus creaciones están marcadas por la violencia, no podía ser de otra manera habiendo nacido y crecido en Medellín.
› Por Victoria Lescano
Antes de reflexionar sobre su especialidad, la clasificación de estilos y tendencias, labor que traduce al asesoramiento tanto a distribuidores textiles, realizadores de jeanswear como a asociaciones de floricultura y le permite dividir el mundo en categorías de aventureros impertinentes, recolectores urbanos o sexy atléticos, advierte que la compulsión por categorizaciones despuntó en la infancia, cuando clasificaba sus juguetes según la apariencia y los materiales.
A los 36 años, graduado en diseño industrial en Medellín, docente en gestión para colecciones de moda en la Universidad Eafit, la Colegiatura Colombiana y asesor y conferencista del Inex Moda, un laboratorio de especialización que funciona en forma paralela a la semana de la Moda de Colombia, pasó por Buenos Aires y dio conferencias en la carrera de Comunicación Social de La Plata y la Universidad de Palermo.
El foco de sus interpretaciones fueron las cuatrocientas fotografías tomadas en Colombia entre 1996 y 2002, según la metodología que aprendió del sociólogo italiano Francesco Morace, creador del Future Concept Lab y que desde mediados de los noventa rige los modos de analizar las tendencias.
¿Cuáles fueron sus primeras aproximaciones a la moda?
–Elegí estudiar diseño industrial, porque si bien pertenezco a la generación que creció con el concepto de fashion, Mtv, los fenómenos masivos de consumo y la new wave en una ciudad súper violenta, no sabía que la moda existía. Por entonces moda era una carrera de mujeres y mis compañeras eran las hijas de los más ricos de la ciudad, yo era el más underground de todos, aunque era muy respetado por la estética que manejaba. Un acercamiento posible fue de niño: en casa como en todos los hogares del país había una máquina de coser que usaba mi abuelita, a mí se me antojó un jean y ella con mucha lástima tuvo que reconocer que con su máquina no podía hacerlo. Siempre tuve una fascinación por lo nuevo y las imágenes me fueron quedando, en la mitad de mi carrera me di cuenta de que me gustaba más el asunto de los signos y la comunicación que la producción, y empecé a hacer vestuario, escenografía y mobiliario para grupos de teatro. Luego, hacia el final, en 1990 me inscribí en un concurso de Air France llamado Los jóvenes creadores y me gané un viaje a París. Allí pude ver a los belgas cuando estaban saliendo de la universidad, participó Dries van Noten y por sobre todas las cosas entendí que en Europa, de Latinoamérica no quieren consumir otra cosa que el folclore. Me quedé un tiempo de viaje, aprendí el hábito de errar y fui oyente durante seis semanas de un seminario de Morace en la academia Domus. Yo no podía pagarlo, pero me volví a Colombia con la bibliografía y unos años más tarde trabajé como cool hunter o cazador de tendencias para su equipo desde Colombia.
¿Cuáles son los aportes conceptuales del método para analizar tendencias que implementó Morace?
–Por sobre todas las cosas permite acercamientos a los fenómeno de pronta moda como democratización del sistema, establecer sistemas de análisis e información a partir de sensibilidades y conceptos, formar observatorios de buscadores de tendencias y desarrollar teorías aptas para el mercado de la moda. El punto de partida es tomar fotos de la gente en la calle y deducir como se visten según la ocasión, ya sea para celebrar o para seducir. Durante los seis años en que lo apliqué en Colombia se tomaron 15.000 fotografías y un equipo hizo lo mismo en 35 ciudades en forma simultánea. Destaco los estilos que surgieron cuando hubo un cese de violencia y se abrieron los primeros lugares oficiales gay, tomé fotos de drag queens, que eran una novedad y en relación a las del resto del mundo las colombianas eran más coloridas y mostraban mucho más la piel. El método te permite llegar a conclusiones sobre nuevos uniformes urbanos, porque si bien podemos tener un banco de imágenes con 5000 tipos de jean y 100.000 camisetas distintas, cuando ves la foto los signos son exactamente iguales en todas partes.
¿Cómo fundamenta las citas a la violencia que aparecieron en sus colecciones?
–Mientras estaba en la universidad y trabajaba en los trajes para una obra de teatro llamada Avatares pasó algo que me marcó mucho, el director de la obra, buscó un sicario para que lo matara. Pero antes, destruyó todo lo que había encargado menos los vestidos. Años más tarde estuve en un colectivo de diseñadores llamado Sur, y en la semana en que me retiraba hubo una bomba en el local y uno de los diseñadores murió. Pero como considero que el diseño es catártico, empecé a transformar esas imágenes de la violencia y aplicarlas a vestimenta aliándome de la naturaleza.
Tuve una marca llamada XY y desde allí hice una línea que evocaba el impacto de las balas. En una línea de tops cité una imagen y los colores que me habían quedado de ver cómo a un hombre lo atravesaba una bala y lo asocié con imágenes de plantas epífitas.
¿Puede establecer analogías entre la moda colombiana y la argentina?
–En Buenos Aires veo una industria en movimiento, con mala calidad pero buena creación y por sobre todas las cosas, una efervescencia de estilos. Creo que Buenos Aires está siendo el laboratorio del planeta, todo en medio de una situación económica difícil. Me identifico mucho con el reciclaje de los espacios, los vestuarios y la calle. En Colombia terminamos siendo buenos hacedores de moda pero malos pensadores, nos capacitamos, nos convertimos en grandes maquiladores (sistemas de producción y confección de prendas para terceros, sobre todo grandes marcas). Colombia se perfila como innovador en el mercado de ropa interior y trajes de baños. Una amiga diseñadora suele decir que nos enseñaron a vestirnos y nosotros vamos a enseñar al mundo a desvestirse.
Usted suele mencionar la preocupación por el exceso de producción industrial, ¿fue ése el disparador de su proyecto de ropa con seda natural y talleres manuales?
–Me preocupa mucho saber que dos quintas partes de la producción que sale de las factorías se considera basura, hoy existen máquinas que permiten hacer 170.000 pares de jeans 501 en un día. Por un lado, considero que en el futuro cada uno de nosotros debería tener acceso a tecnología o por alta o por baja para ser responsable de su imagen, y no depender de la industria. Como proyecto personal diseñé una línea orgánica en seda natural para usar en el hogar que incluye teñidos en blanco, natural y ocre en telares artesanales, contempla desde pantalones de yoga, camisas drapeadas, y túnicas que involucra en el área de trabajo la participación de quinientos ex guerrilleros reinsertados.
¿De qué modos considera que los estilos latinoamericanos provocan cambios en la moda global?
–La estética de nuevo rico, que llamamos aventurero impertinente, es planetaria, es la imagen que el pop está vendiendo del mundo latino, porque el aventurero es el más victima de todas las modas, genera un sistema de consumo en cosmética y moda. Sucede que algunas marcas masivas francesas que contrataron talleres en Colombia, adaptaron sus molderías para cautivar al mercado adolescente europeo. Ahí empezó la tendencia del chic latino, con el ingreso del jean de talle bajo que dejan el ombligo al aire y nosotros llamamos descaderados. Y esa modalidad de aventurero impertinente y el sello latino están llegando a Tokio.
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