Vie 24.06.2005
las12

ENTREVISTAS

todo terreno

Fanny Mandelbaum era diseñadora de modas cuando se dio cuenta de que esa afición por averiguar de qué se trataba cualquier cosa que le llamara la atención en la calle era una vocación. Periodista, dijo ella, y desde hace 35 años ejerce el oficio al pie de la letra, es decir, saliendo a la calle, buscando, preguntando, siendo ella misma un medio entre lo que sucede y lo que se escucha. Y fue en ese camino que se topó con esos temas que le hacían eco en el cuerpo aunque la mayoría los minimizara. Desde entonces la acusan de estar "en la trinchera del ovario". Y a mucha honra.

› Por Soledad Vallejos

A mí me gusta cuando hay quilombo, cuando hay mucha gente, poder hablar con la gente, que me cuenten, salir al aire sin red. Me genera mucha adrenalina la calle, porque en la calle no hay filtro y eso me gusta mucho. Yo haría todo el tiempo móviles de exteriores”, dice Fanny Mandelbaum mientras un brillito le baila en los ojos azules y el placer de sentir esa adrenalina la transforma para llevarla lejos, bien lejos, del retrato de abuela complaciente que lleva niños al teatro y busca el lado apacible del mundo. Fanny dice: “El problema es cuando siempre hay un intermediario”, y de allí se desprende prácticamente una declaración de principios. Si es que tiene que haber alguien de pie, en el medio, entre el acontecimiento (“la calle”, dice, “la gente”, invoca) y el resto, ella prefiere estar ahí. Contar antes que escuchar el cuento, porque a fin de cuentas fue precisamente para eso que ella un buen día, a los 32 años, tiró por la borda la vida de una señora (más o menos) de su casa (más o menos) tranquila para empezar, pagando derecho de piso, a pisar el terreno que quería para ella: el periodismo. Mal no le fue. Psicóloga social, locutora recibida en el ISER, después de unos 35 años de carrera, tiene en la vitrina cinco estatuillas de Martín Fierro, un programa de entrevistas propio en una señal de cable (Sin miedo, en Plus Satelital), el recuerdo de coberturas arduas (pero fructíferas) como aquella –ya histórica– que la llevó a radicarse unos tres meses en Catamarca, “una pila de proyectos” y un lugar en la mesa de Animados, el programa de radio que la encuentra compartiendo sus mañanas en un magazine informativo para el que se pone a jugar con las cartas más bien amplias de su carrera profesional: el registro periodístico más o menos puro, pero que no se priva de plantarse con firmeza si se trata, por ejemplo, de abordar un tema de minorías, y el de la conductora capaz de tomarlo todo en solfa. “Siempre fui muy loca, muy impulsiva, inconsciente, muy de no pensar en las cosas. Nunca sé lo que voy a hacer mañana.” Con ustedes, la señora que nunca se aburre.

“¿Se saca una foto con nosotras?”, dispara una de las nenas de ese grupito de chicas de guardapolvo en cuanto reconocen a Fanny. La situación, claro, debe ser un poco extraña: ella, en medio de un estacionamiento, sonríe y mira hacia la nada; literalmente arrojado a sus pies, un fotógrafo promete que ésta será la última imagen que le roba (“algo de razón tenían los mapuches –ríe Fanny– cuando decían que las fotografías te roban el alma”), y ella resiste, estoica, los flashazos, mientras pregunta cómo hacen las modelos para soportar largas sesiones en pose. El reconocimiento en la calle, dice ella, no la abruma, porque la gente suele ser cálida y respetuosa, como esa señora que recién, a la salida de la radio, le agradeció “porque me alegra todas las mañanas”. Algo del goce que siente ella al hacer lo que le gusta, sospecha, debe ser lo que llega a estas personas que, un poco sorprendidas de encontrarla caminando de regreso a su casa con su carga de diarios y revistas al hombro, la paran por la calle.

–En la radio no tenés que estar atenta al perfil, a que se te vea si leés algo, a la luz. En la radio sos vos, viste, y si tenés algo que te gusta del diario, lo levantás, le das tus palabras. Si pasa algo en la calle, te llaman en el momento y te cuentan. En la televisión no, porque en latelevisión tenés que estar atenta a qué cámara mirás... a mí, en Grandiosas, al principio el camarógrafo me tenía que hacer señas con una banderita, porque yo miraba para cualquier lado. Es que tengo muchos años de televisión, pero nunca miro a cámara, no me interesa la cámara, porque lo mío no es “ay, ¿cómo aparezco yo en cámara?”. Para nada. Yo hago un programa que ya va por las 300 emisiones (las cumplimos en una semana y media), sin contar las que había tenido en la señal Red de Noticias, y nunca miré a cámara, nunca miré el monitor, pero porque a mí me importa el invitado, me importa la persona con la que estoy hablando. Puedo mirar a cámara cuando le hablo al público, pero no miro al monitor para saber si salgo bien o mal. No sé cuál es mi mejor perfil y no me interesa, y, de hecho, creo que si me entero tampoco me voy a acordar. En la radio, todo eso no te preocupa, nadie te hace señas, lo máximo que te pueden decir es que redondees, o señas. Por algo, además, yo empecé trabajando en radio. Sos mucho más vos.

—Empezaste a trabajar en periodismo a los 32 años, sin haber hecho nada relacionado antes, ¿estabas tan convencida de que tenía que ser eso?

–Mirá, yo no era periodista y ya me metía cuando pasaba algo en la calle. Salíamos con mi marido, por ahí pasaba algo y estaba yo averiguando qué había pasado y tratando de ver si podía encontrarle una solución. En aquel momento, era diseñadora de modas, no tenía nada que ver con el periodismo, pero me interesaba el contacto con la gente. Por eso las carreras que yo había elegido antes de casarme eran o sociología o psicología o abogacía, todas carreras que tienen que ver con el otro, con tratar de entender o mejorar la situación del otro.

–Inclusive ahora seguís reivindicando ese rol, salís a hacer móviles...

–Es que no me parece que estar en el piso sea mejor que estar en el móvil. Estar en el piso te quita una mirada, es lo mismo que pasa con quien llega a ser presidente. Estar en el piso te quita una mirada que profundiza en cada una de las cosas que pasan en la calle. Ser presidente también. Cuando estás haciendo campaña, vas a los pueblos, hablás con la gente, no tenés filtros para conocer las cosas. Y cuando estás en el piso o cuando sos presidente, te cuentan lo que quieren de la calle, y a veces ante algo uno actúa no de la forma correcta, si no de la forma equivocada porque el movilero me contó la cosa cambiada. Cuando hay una cosa que la gente llama y denuncia, yo realmente siento que hay que profundizar en esa denuncia. A mí me gusta ir al lugar. Nunca sentí que, si llegás al piso, hacer móvil de exteriores signifique bajar de categoría, ser menos. A mí me gusta cuando hay quilombo, cuando hay mucha gente, poder hablar, que me cuenten, salir al aire sin red. Me genera mucha adrenalina la calle, porque en la calle no hay filtro y eso me gusta mucho. Yo, a veces, haría sólo móvil de exteriores.

–Siempre dijiste que, justamente por ese gusto que tenés por ir a la calle, tu vida personal hubiera sido muy distinta si no hubieras estado ya casada cuando empezaste a trabajar en periodismo.

–Sí, pero al principio fue más difícil para mi marido que para mí. No era fácil, sobre todo porque al ser movilera no tenés horario. Si pasa algo en la calle te pueden llamar a cualquier hora, te pueden llamar a las 4 de la mañana porque hay un incendio y hay que ir a cubrirlo para tenerlo en la primera edición del noticiero. No fue fácil. O irse de vacaciones y que te llamen al lugar en el que estás de vacaciones con tu familia para avisarte que te tenés que ir al interior para cubrir una nota. Lo difícil vino, sobre todo, cuando fue el tema del caso María Soledad, en el que constantemente había novedades.

–Pero para ese momento ya venías trabajando hacía rato.

–Sí, pero con el caso María Soledad, yo me iba los lunes a las 6 y media de la mañana a Catamarca y volvía los viernes a las 12 de la noche. No era fácil. Para mi marido no era fácil, y tampoco para mis chicos. Cuando yo empecé a trabajar en periodismo, ellos tenían diez y doce años, ya estaban grandes, pero igual faltó mamá. Faltó mamá en una época difícil, la preadolescencia... ¡todavía me pasan factura!

–En el programa de radio, y también en el de televisión, vos llevás temas ligados a la militancia feminista, como el aborto, y a veces con un discurso militante.

–Sí, aunque después me dicen “pará con el aborto”... De todas maneras, yo en mi programa de televisión ahora estoy tratando el tema de la trata de mujeres, porque nadie habla de eso y en el interior hay una red de trata de mujeres impresionante. No hay leyes al respecto, entonces no se adhiere al convenio internacional porque no está tipificado y, mientras, la trata sigue. Esa es otra de las peleas. Mi programa lo que me permite es abordar las cosas que no puedo decir acá en la radio porque no me da el tiempo, o por el machismo...

–¿Sentís que hay un límite con eso?

–Siento como que, en los medios, siempre a los temas de las mujeres casi te diría que los descalifican, los minimizan. El aborto es un tema tan grave, mueren tantas mujeres por abortos, y no los podés tratar. Te van a decir que es por la Iglesia, pero es mentira porque, por ejemplo, existen las Católicas por el Derecho a Decidir, y hay monjas y curas que están de acuerdo con la despenalización. Entonces, yo trato de explicar que no es porque estoy “a favor del aborto”, sino de la despenalización, que no quiero que nadie tenga que llegar al aborto, que quiero que haya educación sexual, que la mujer pueda decidir cuántos hijos puede tener, quiere tener y cuántos va a poder criar como para que realmente esos chicos estén bien... pero es como hablar contra una pared. No te entienden. Se quedan con la palabra aborto. Es como cuando mencionás la palabra cáncer, que a mí me costó. Yo siempre dije que había que desmitificar la palabra cáncer. Entonces, yo en mi programa, siempre hablaba de cáncer, y fui la primera en llevar a un grupo que trabaja en el Hospital Ramos Mejía, que se llama “Apostar a la vida”. La primera vez que estuvieron en televisión, estuvieron en mi programa. Entonces hablé con las personas que estaban enfermas de cáncer, pero no dije: “oh, vos que tenés una enfermedad larga, que venís padeciendo”, sino “vos tenés cáncer, ¿dónde?, contame cómo te sentiste cuando te dieron la noticia, cómo estás peleándola”. Hay un montón de gente del otro lado que tiene miedo a usar las palabras. Creo que con la palabra aborto pasa lo mismo. Y otra cosa de la que no podés hablar es del orgasmo. Son como tabúes. Lo que quiero decir es que lo mío no es militancia feminista, sino militancia por las minorías, y nosotras somos mayoría en número, pero siempre estamos tratadas como minoría.

–Y además, a las mujeres de los medios, históricamente, se les encarga que traten temas sociales...

–¡Claro! Cuando yo empecé, me mandaban a hacer la canasta familiar, la canasta del estudiante, el precio de los guardapolvos... Creo que salí de eso de casualidad, pero a fuerza de dar patadas para que me dieran otras noticias. Es muy difícil salir de eso, tenés que hacer eso y también lo otro. No es que te sacan, como concesión, de ese lugar más tradicional.

–¿Y sentís que conquistar otros lugares cuesta?

–Cuesta horrores. La primera vez que salí a hacer una nota, creo que fue en Formosa, fue porque el jefe de noticias me defendió, pero en esa época no salían las mujeres a hacer notas en viajes, porque cómo iba a viajar una mujer con un hombre. Esa primera nota fue un parto, porque había que viajar con un ayudante y con un camarógrafo, y además había una cuestión económica, por la que tenía que compartir habitación. Yo les dije: “Yo voy, cuando salgo a trabajar soy periodista, sin ‘la’ o sin ‘él’”. Más de una vez hemos compartido habitación con el camarógrafo y el ayudante, en cuartos de tres camas. Fue muy cómico porque, por ejemplo, en San Luis, teníamos una sala grande. Yo dormía allá, en una cama doble, más acá dormía el camarógrafo y acá el ayudante, y el baño estaba al lado de mi cama. Me mandaron por un día, dos días y me quedé 18. Viajé sin ropa, viajé para ir y volver. Y entonces mi marido me dio la sorpresa de venirse. Todos me decían “¿qué va a decir tu marido?”, y yo contestaba: “El no va a decir nada porque confía en mí”. Cuando vino mi marido con mi hijo, mi hijo ocupó mi cama, mi marido y yo nos fuimos a otro cuarto, y cuando se fueron volví al cuarto con los chicos –se ríe–. Pero todo eso fue una lucha, hasta para los amigos y la familia, a Guillermo le decían: “¿Vos dejás que tu mujer se vaya de viaje con los tipos y comparta el mismo cuarto?”. Yo no los escuchaba decirlo, pero sabía. Mi mamá misma decía cuando yo empecé: “¿Cómo la deja salir de noche y volver a cualquier hora?”. No te olvides de que yo empecé hace 30 y pico de años... Pero creo que la pionera en todo esto fue Blackie, mi ídolo total y absoluta, para mí es una referente, ella y Alicia Moreau de Justo son dos referentes que, en épocas mucho más difíciles que ésta, salieron no a golpear sino a derribar puertas. Son las que me dan fuerza. En momentos mucho más difíciles pudieron hacerlo, ¿por qué no voy a poder yo? El público recibe bien esas cosas, sobre todo los hombres. Me acuerdo de que, en la época del caso María Soledad, me decían: “No se enoje, no se ofenda, pero usted sí que tiene pelotas”. Venían y te decían eso, pero te lo decían bien. Claro que no sé qué dirán a mis espaldas... ¡Ahora, cuando yo salgo con alguna posición feminista, dicen: “Bueno, ya salió la trinchera del ovario”! ¿Pero sabés qué? Que digan lo que quieran. Por lo menos, una pone los ovarios mientras hay otros que no ponen las pelotas.

Fanny, la abuela, habla de sus nietos con una dulzura infinita, y se vanagloria de haberles enseñado una de sus máximas: “‘¿Para qué están los abuelos?’, les preguntaba, y ellos me respondían: ‘Para malcriar’. Y es así, yo soy una abuela cómplice y los malcrío”. Lleva a los menores al teatro y deja que los otros, que están abandonando la adolescencia, le chisten cuando tienen ratos libres o ganas de verla, “no los jodo, pero a veces peco por defecto y me llaman para decirme ‘¡abuela, no me llamás nunca!’, pero es para no jorobar”. Fanny, la mujer que creció pasando por redacciones de televisión y radio sin dejarse presionar por las demandas de la imagen a la moda, dice que las arrugas no le molestan, “son las condecoraciones que te da la vida. A mí me encantaba ver a Alicia Moreau de Justo cuando tenía 100 años”. Fanny es la chica que una vez, orillando los 20, fue de paseo a Israel por un mes y terminó quedándose más de un año, lisa y llanamente porque le gustaba.

–Yo demoraba la vuelta, demoraba la vuelta, me puse a estudiar hebreo. Y el asunto es que, una vez que estás en Israel más de doce meses, automáticamente te dan la ciudadanía, y si te dan la ciudadanía, tenés que entrar al ejército. Entonces, yo ya tenía que entrar al ejército, y a mi mamá le dio un ataque. En el ínterin, Guillermo –con el que éramos muy amigos hacía años y él se me había declarado veinte veces– me había dicho que se quería casar conmigo, pero seguíamos siendo amigos. Empezamos a mandarnos cartas, él me mandaba flores y me mandaba fotos de mi familia, iba dos veces por semana a visitar a mi mamá, le hizo todo el entre a mi vieja, y cuando yo me quería quedar en Israel, le dijo a mi mamá que me iba a ir a buscar. Mi mamá le dijo que por supuesto, pero que cómo íbamos a volver juntos si no estábamos casados. Me mandaron una carta diciéndome que iban a ir a verme unos amigos de mis padres para que yo pudiera firmar un poder, para que yo pudiera casarme, a distancia, por poder, ¡y a mí me pareció tan divertido todo que acepté! Cuando él vino a buscarme, vino con la libreta de casamiento. Eran otras épocas, ¿cómo ibas a viajar sola con un muchacho si no era tu marido? Era en barco la vuelta, no era en avión, porque en avión no hay tiempo de hacer anda, pero en barco eran 17 días, imaginate.

De esa época que medió entre la escapada que terminó en boda y el ingreso a la radio, su primer amor periodístico, Fanny conserva los recuerdos de cuando se permitió hurgar en otro mundo más: la moda. Fanny Dress era el nombre del emprendimiento (que conservó, como quien prefiere pisar un puente entre dos orillas, durante sus primeras incursiones en los medios), y el objetivo eran ni más ni menos que pantalones, vestidos, faldas en plena época Mary Quant. “Fui una de las primeras en hacer polleras kilt —suelta con orgullo–, porque a mí me encantaban las tablas. Y las hacía con mucha tela, porque para que una pollera kilt tenga buena caída, tiene que tener 3 veces y medio la medida de la cadera, si no se te abre. Yo las hacía con mucha tela y con telas muy buenas. De ésa me debe quedar alguna todavía. Estaba en eso cuando empecé con el periodismo, te imaginarás que mucha experiencia periodística no tenía.”

–¿Hubo algún móvil que te hubiera gustado hacer y no pudiste?

–Los del 19 y 20 de diciembre de 2001. Ese día, estábamos grabando en un estudio la apertura de Grandiosas. Estábamos metidas en ese estudio y yo andaba con el celular en la mano, me llamaban a cada rato, me contaban lo que estaba pasando en la calle. Estaba desesperada, desesperada, justo pasaba eso los dos días de grabación, porque el programa largaba los primeros días de enero. El 19 a la noche, me llama mi mejor amiga, que se iba a Plaza de Mayo, me dice: “Dale, ¿te venís?”, y no pude decirle otra cosa que “tengo que estar a las 7 de la mañana grabando”. No pude ir.

–¿Y alguno que hiciste que te haya gustado muchísimo?

–Disfruté muchísimo las marchas del silencio. Las marchas de Catamarca fueron las primeras que hubo y realmente tenían una cosa muy mística. De esa época, además, me acuerdo de un momento que fue muy fuerte para mí. Después de que intervienen Catamarca, llega Ramón Saadi. El llega a un aeropuerto que estaba fuera de uso y todos los seguidores, todos los saadistas, iban a ir a recibirlo a ese aeropuerto. Era peligroso ir, porque a mí me odiaban los saadistas, porque la intervención en parte era por la cobertura que yo había hecho. Entonces, me dicen “no vayas”, el resto de los periodistas decía que no iba a ir porque era muy peligroso, no iba a haber quién te defendiera. Y yo dije que había que ir, porque si estaba reflejando la realidad de los antisaadistas, no era objetivo no ir a cubrir para demostrar cuántos eran los seguidores de Ramón, que los tenía y muchos. Fuimos con el camarógrafo y el ayudante. Me acuerdo de que el remisero dice yo los dejo acá, más no me meto, porque se la van a agarrar conmigo. Y entramos a caminar por un descampado, empezaron a gritarme de todo, y después se nos acercaban los tipos con palos. Era un momento muy peligroso, estábamos sólo con la cámara, no con móvil de exteriores que hubiera podido transmitir. Yo soy psicóloga social, y en ese momento dije: “Acá tengo que aplicar la psicología, no hay otra”, éramos total minoría. Cuando se empezaron a acercar, les dije: “Acá hay una sola realidad. Nosotros estamos en minoría, ustedes son mayoría, nosotros no estamos armados, las únicas armas que tenemos son un micrófono y una cámara. Yo vine acá porque consideré que lo que correspondía era mostrar cuántos eran los seguidores de Ramón. Si ustedes me pegan, lo único que va a quedar para las cámaras es que ustedes me pegaron, que no me permitieron grabar y que no son civilizados. Si ustedes me permiten trabajar, se va a ver la gran cantidad de gente que lo viene a buscar a Ramón. Esto lo deciden ustedes”. Entonces dos tipos inmensos se acercaron, uno, grandote el tipo, dijo: “La señora tiene razón. Nosotros la vamos a cuidar, puede trabajar”. Se pararon al lado mío y se quedaron todo el tiempo. Lo que yo no sabía es que un fotógrafo de La Nación, que estaba arriba de un árbol, sacó una foto donde estoy rodeada de todos, esa foto es genial. Recién ahí me di cuenta de dónde me había metido.

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