Vie 31.05.2002
las12

LIRICA

Zarzuela a la cordobesa

La soprano Laura Rizzo pasó de su Río Cuarto natal al mundo: tras ofrecer un ciclo de conciertos en Malasia y de cantar zarzuelas en la mismísima España, llega al Teatro Avenida con “Doña Francisquita”.

› Por Soledad Vallejos

Unos años atrás, Laura Rizzo tenía todo bajo control: primero, terminaba de formarse en el Conservatorio, y tal vez en el Colón; luego, volvía a su pueblo, asumía unos cursos y se dedicaba a formar otras voces. A fin de cuentas, era como disfrutar lo mejor de ambos mundos. Pero algo debió pasar en el medio porque, si no, ella no estaría sentada ahora frente a un grabador, tomando agua mineral y recordando las veces que hizo en España Doña Francisquita (“Tenía miedo, es como venderle hielo a un pingüino”), el mismo rol que, el 6 de junio, cantará en su debut del Teatro Avenida. Alguna cosa, decíamos, tuvo que descontrolarse para que la chica criada en un pueblito cordobés de esos en los que se conocen todos fuera reconocida un poco más allá, tanto como para recibir el premio de “Soprano del año” por su Lucrecia di Lamermoor, o para ser invitada de lujo en unos conciertos... de Malasia. “Las cosas se dieron de otra manera, y los caminos te van llevando”, concede con la lógica inapelable de quien cree que las cosas serán lo que deban ser o no serán nada. Y es que esta mujer de voz clara y ningún divismo tiene con qué demostrarlo.

Quiso que el capricho del mundo lírico que la zarzuela cargara sobre sus acordes el seudónimo de “género chico”, quizá por eso de las diferencias abismales que la separaron de la ópera desde sus inicios. En medio de la ebullición política de 1868, los teatritos madrileños de mala muerte empezaron a llenarse de gente ansiosa por escuchar esa nueva alianza entre texto cantado, declamación lisa y llana, y comedias de enredos. Poco después, esa relectura que el mundo popular hacía de la música “culta” se volvía oficial: los grandes teatros la buscaban, su público se ampliaba y empezaban a cantarla, claro, grandes nombres. En eso estaba la zarzuela cuando un grupo de inmigrantes la trajo entre sus pertenencias a la Argentina. Lugar elegido: Avenida de Mayo, más precisamente el Teatro Avenida. Exactamente el escenario sobre el que cantará Laura la próxima semana.
–Yo hice muchísimo esta obra en España, en Alicante. Y ahí me tocó compartir elenco con Tomás Alvarez, un señor que, junto con su esposa, habían sido íntimos amigos de los padres de Plácido Domingo, tal es así que él es padrino de nacimiento de Plácido Domingo. Y ellos cuatro tenían una compañía de zarzuela, y trabajaron mucho en México, y vinieron aquí, al Teatro Avenida, que es tradicionalmente de zarzuela; nos contaba siempre muchas anécdotas de cuando venían acá. Eso es lo que queremos recuperar ahora: que el teatro que fue hecho para la zarzuela vuelva a servir para hacer zarzuela.
–Además, el género establece otra relación con el público.
–Sí. Primero, porque es en el idioma que uno habla. Segundo, que en general las zarzuelas son muy cómicas, son comedias de enredos muy divertidas, especialmente Doña Francisquita, en la que casi el 90 por ciento del tiempo hay situaciones comiquísimas. El público se divierte muchísimo. No hay dramas, no es la ópera con su carga dramática. Y yo creo que para estos tiempos viene bien un poco de diversión. Porque pretendemos fundamentalmente eso: que la gente vaya a divertirse, a pasarlo bien. Noqueremos competir en ningún sentido con espectáculos de gran envergadura, o con el Colón. Esto es otra cosa.
Cuenta que siente pasión por la música popular, que el hecho de que en su repertorio predomine la ópera es, bueno, un azar, una de esas cosas que la fueron llevando y marcando por dónde ir. Papá médico y mamá maestra, de hecho, le demostraron que el no tener “nada que ver” con el ambiente musical no significaba, por ejemplo, que no pudieran tocar guitarra o piano. Así que la nena a los 6 años empezó a tocar la guitarra; en la adolescencia se dedicó de lleno a trabajar su voz (y mejorar con la guitarra) en el Conservatorio de Río Cuarto, mientras se las arreglaba para llegar a tiempo a los ensayos del coro de la ciudad, y después corría para cantar con amigos en el octeto Amalgama.
–Siempre me gustó muchísimo el folklore. Y en ese grupo hacíamos música popular a ocho voces, con arreglos especiales, era muy lindo. Pero después las cosas se dieron de otra manera. Me gusta muchísimo la música popular, me sigue gustando. En mi casa se escuchan más boleros y radios de música popular que ópera. Quizás sea la forma de desenchufarte de lo que es el trabajo. En especial cuando uno trabaja en esto, cuando está todo el tiempo en contacto con el drama, con la ópera. Entonces, por ahí te dan ganas de decir chau, y escuchar FM 100, Rodrigo...
–Gilda, mejor.
–¡No, Gilda no! Vengo de Córdoba, soy del cuarteto, yo me crié bailando cuarteto.

Terminados los años del Conservatorio, entrevió la posibilidad de cursar en el Instituto Superior de Arte del Colón. Era un buen perfeccionamiento, pensó, hacer esos cuatro años y seguir con su vida. Llegó a Buenos Aires, descubrió un mundo y los cuatro años se convirtieron en dos, cuando debutó como Gilda en Rigoletto.
–Yo cuento esto y me dicen: “No puede ser”. Pero yo no estudié canto para ser cantante lírica. Es una cosa rara, pero es así. Yo estudiaba canto para dedicarme a la docencia. Ya estaba todo armadito, y vine acá para perfeccionarme... Y se te abre la cabeza, empezás a pensar en otras cosas, otras posibilidades. Y no volví. Estar en el Colón me abrió la cabeza, sobre todo porque yo venía de un pueblo muy chiquito, y estar en el Colón era una cosa... Un poco lo sigue siendo para mí, sigue teniendo eso especial que no se debería perder. A veces, con los años se pierde, pero yo cada tanto recapacito y veo dónde estoy parada y de dónde vengo. Se valora mucho más todo. A veces, uno va perdiendo la ilusión a medida que va consiguiendo cosas, pero no hay que olvidar esas ilusiones del principio. Las cosas se disfrutan de otra manera.
La exposición más o menos constante, ese trabajo con la sensibilidad a flor de piel que puede significar este mundo que la eligió a ella, a veces puede resultar levemente pesado. “Es como rendir examen”, explica, eso de ensayar, estudiar, preparar un rol y prepararse para actuarlo, para entregar algo en una función determinada, con horario, elenco y público expectante. Pero ese riesgo, parece, hechiza.
–Hace años leí en una revista que el cantante de ópera tiene una de las profesiones más estresantes. Los viajes, los cambios de clima, de horario, todo eso genera un estrés tremendo. Yo el año pasado estuve en Malasia. Fui a hacer unos conciertos similares a los de “Los tres tenores”, pero de sopranos, sería como “Las tres sopranos”. Y hay 11 horas de diferencia horaria. Cuando vas allá está todo bien, a pesar de que es un viaje de 24 horas. Pero a la vuelta estuve más de 20 días que no me podía recuperar. Estaba desencajada con el horario, con todo. Si hubiera tenido que cantar algo inmediatamente después de semejante cambio, hubiera sido dificilísimo.
–¿Cómo fue lo de Malasia?
–Era en Kuala Lumpur, para unos conciertos que hacen con sopranos de todo el mundo. De Malasia se contactaron con el Teatro Colón para querecomendaran a una soprano de aquí, y me recomendaron a mí. Era la primera vez que iba a Asia, fue una experiencia fantástica, es otro mundo.
–¿Y la relación con el público?
–Es un público que no tiene cultura de ópera en absoluto, a pesar de que tienen acceso a toda la cultura que ellos quieran. Para ellos, la ópera es la ópera oriental, que no tiene nada que ver con lo nuestro. Tal es así que, un poco a imitación de como hacen “Los tres tenores”, después de cantar cosas de ópera, cantamos cosas populares, básicas y muy conocidas aquí. Y al final del concierto venía la gente a preguntar qué era eso tan bonito. Son otras culturas... Muchas cosas, en los viajes que me tocó hacer pasé muchas cosas lindas.
–Cuando empezaste, ¿asociabas el canto a ese otro tipo de cosas?
–No, para nada. Por eso te decía que yo sigo disfrutando de todo lo que me pasa, porque nunca lo pensé. A veces la gente tiene de entrada muchísimas ilusiones y expectativas con su vida que después no se cumplen. En mi caso es al revés. Yo no tenía grandes expectativas de nada, y todo esto que se me dio me parece bárbaro, porque no lo tenía armado ni pensado. Hay mucha gente que empieza a estudiar canto y tiene la ilusión de pensar: “Voy a ser un top como Fulano, como Mengano, una gran carrera”. Apuntan altísimo y después tienen que ir bajando porque la realidad te empieza a chocar. Yo creo que viene bien un poco poner los pies en la tierra, y estar abiertos a lo que pase. Te digo que se disfruta de otra manera. Porque si te empezás a frustrar, es una cosa horrible. La realidad te golpea igual, y las cosas van a ser si tienen que ser... qué sé yo.

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