DEBATES
La polémica por los embriones congelados salió del freezer esta misma semana cuando la Justicia le otorgó "la tutoría" sobre ellos a un abogado católico capaz de decir cosas como "yo no congelaría a mis hijos". La medida también incluye un censo sobre este material genético –al que se da, en el expediente, status de persona– al que las y los donantes se niegan. ¿Un paso más para conjurar el miedo de que se desbarate la familia tradicional, muy tradicional?
› Por Luciana Peker
Yo no congelaría a mis hijos", sentenció el abogado católico Ricardo Rabinovich - Berkman, profesor de la Universidad del Salvador y de la Universidad del Museo Social Argentino, para legitimar la cruzada judicial por la que logró que lo nombren tutor de los embriones (según su definición) o los pre-embriones (según los médicos especializados en fertilidad) congelados de la Ciudad de Buenos Aires. La imagen de Rabinovich parece destinada a padres que tienen niños bajo el frío polar de una heladera o a insensibles que pagan una guardería de futuros hijos para que reposen hasta mejores tiempos como otros invierten en añejar un buen vino en una bodega.
Pero lo que para el tutor son hijos tiritando de abandono para otros son simplemente pre-embriones. Claudio Chillik, presidente de la Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva (Samer) y consultor médico de Cegyr, define: "El pre-embrión es el producto de la unión de un óvulo con un espermatozoide y hasta su implantación en el seno materno de ninguna manera puede ser considerado como un niño tal como afirma Rabinovich. El pre-embrión tiene la potencialidad de implantarse en el útero y ser un embrión que eventualmente dará origen a un niño y esa potencialidad le da un status ético que impide descartarlo o utilizarlo como investigación, pero considerarlo un niño es algo totalmente alejado de la realidad. Pero, además, si el juez considera que los pre-embriones son niños lo que corresponde es que intervenga un juez de menores. Por eso, es todavía más absurdo designar a Rabinovich como tutor de los mismos".
En el mismo sentido, Ramiro Quintana, médico del Instituto de Fertilidad (IFER) detalla: "La mayoría de los llamados embriones congelados son óvulos fertilizados pero no embriones, ya que si bien el espermatozoide entró, no hubo intercambio de material genético entre la información masculina y femenina, algo que ocurre aproximadamente 24 horas después de la penetración del espermatozoide".
Quintana también responde a la comparación de las técnicas de fertilización con un tren fantasma moderno. "El tutor dice 'Yo no congelaría a mis hijos'. Me imagino que tampoco los abandonaría y eso hacen las parejas estériles: no los abandonan. Muchas parejas han llamado y venido en estos días preocupadas. No entienden que se pidan listas con sus nombres. ¿No habría sido más lógico que antes se hubieran pedido reuniones con estas parejas para averiguar qué les pasa, saber si desean transferirse los embriones y todo esto respetando su privacidad? No entiendo por qué tanta discriminación."
"No creo que debería haber congelamiento de personas", insistió, por si no quedaba clara la metáfora tétrica, Rabinovich, que con sus imágenes de terror haría temblar hasta a Chucky, pero que está haciendo temblar –efectivamente– la posibilidad de realizar tratamientos de fertilización asistida en la Argentina por su arremetida judicial contra los institutos especializados, que ahora podrían tener que pagar multas de 2 mil pesos por día si no informan cuántos pre-embriones hay en la Argentina y quiénes son sus titulares.
"¿Quién tiene que decidir por vos? No estoy de acuerdo con que la Justicia se meta en este tipo de cosas. Los embriones son de uno y uno es el que decide y toma la decisión sobre su vida y las vidas que quiere tener", replica Martha Kurquis, mamá de Matías, Tomás y Agustín, trillizos de dos años y medio, nacidos a través de un proceso de fertilización in vitro. "Yo estuve ocho años tratando de tener chicos y nada más quien pasó por esto sabe lo que es este proceso. En este país no te favorecen las leyes de adopción, no te favorecen las obras sociales, que no cubren los tratamientos y uno se tiene que hacer cargo de todo y pagar todo, con una gran carga de sufrimiento físico y emocional. Y encima se meten a juzgarte. Yo no tengo embriones congelados porque todos los embriones que resultaron del tratamiento me los implantaron, pero si hubiese podido –si quedaban embriones– los habría congelado porque, de esa manera, evitás todo el primer proceso de los tratamientos de fertilización que es la estimulación ovárica, en el que tenés que exponer tu cuerpo y tu tiempo. Incluso, ahora, con tres chicos, ya no voy a volver a iniciar otro tratamiento. Pero si tuviera un embrión congelado sí tendría más hijos."
Las palabras de Martha son paradigmáticas de una compleja trama social por la cual las mujeres que tienen algún problema de infertilidad son –por su frustración, su imposibilidad y el dolor y la energía que ponen en cada tratamiento– símbolos de un gran deseo de tener hijos. Y, sin embargo, son juzgadas por el ala más conservadora de la sociedad –supuestamente defensora a ultranza de la familia y del rol maternal de la mujer– por los métodos que eligen para ser madres.
"Lo mejor y más importante de mi vida son mis hijos y si por tener a cualquiera de ellos hubiera tenido que hacer fertilizaciones y criopreservaciones no hubiera dudado en hacerlas. No me gustaría escuchar de mis padres que sus convicciones eran más importantes que tenerme", dictamina el médico Quintana.
A pesar de que en el mundo la Iglesia se opone a los tratamientos (y mucho más a los nuevos avances) en fertilidad, hasta ahora, en la Argentina la cruzada conservadora se centraba en atacar el reparto gratuito de anticonceptivos y cualquier intento de despenalización del aborto. Hasta ahora –y el hasta ahora marca un avance de los fundamentalismos que parecieran ir por más y querer llegar más lejos con su renovada cruzada de orden moral– los amparos judiciales y declaraciones de la Iglesia o sus promotores civiles se centraban en oponerse a la educación sexual, la píldora del día después, el aborto terapéutico, etc. O sea, en intentar frenar cualquier decisión de la mujer para no tener hijos. No en cómo tenían hijos las que querían tenerlos.
Por eso, mantenían silencio sobre las prácticas de fertilidad que avanzaban en la Argentina, sin ley y sin otra regulación que las normas éticas de cada instituto y la plata de los pacientes para costearse los tratamientos. De hecho, hasta el ex presidente Carlos Menem (condecorado por Juan Pablo II por sus posturas combativas contra el aborto y los anticonceptivos y la designación del día del niño por nacer) tuvo a su hijo Máximo a través de técnicas de fertilización, sin que, siquiera, nadie le marcara la contradicción.
Sin embargo, el amparo de Rabinovich marca un cambio que –probablemente no es casualidad– se puede ver en las posturas de Silvio Berlusconi en Italia y de George Bush en Estados Unidos en donde no sólo se combate los derechos reproductivos para decidir no tener hijos sino también paracuando sí se decide tenerlos –regulando con qué métodos es posible hacerlo y con cuales no– y para las investigaciones con células madres que, también, podrían llegar a salvar vidas si encuentran la cura para el Alzheimer o el Parkinson.
Por lo que se desprende que la nueva discusión ética no es sobre la reivindicación de la familia (de hecho, la pelea de muchos grupos homosexuales para adoptar o acceder a los métodos de fertilización también demuestra que lo que se busca no es conservar el valor de "la importancia de tener hijos") sino una defensa acérrima de la familia tradicional y, en la discusión sobre la vida, a qué costo mantenerla o reproducirla. La libertad y los deseos (aun de tener hijos, formar una familia, superar una enfermedad) parecen ser los nuevos enemigos en jaque.
Dime cual, cual, cual es tu nombre
En 1993, Ricardo Rabinovich se presentó a la Justicia para pedir que se garantice el cuidado de los embriones congelados. En noviembre del 2004, el juez Miguel Ricardo Güiraldes lo designó tutor especial de los embriones congelados en la ciudad de Buenos Aires. Y en febrero de este año, basándose en otro fallo de la Cámara Civil Sala I, obligó a diez centros especializados en reproducción asistida a que le informen qué cantidad de embriones congelados conservan y la identidad de quienes les dieron origen. Los institutos de fertilidad se negaron a cumplir con esta medida y apelaron el fallo alegando secreto profesional o que necesitan el consentimiento de sus pacientes para cumplir con esa requisitoria. Pero, por su negativa, los institutos podrían tener que pagar una multa de dos mil pesos diarios, desde febrero hasta la fecha en que den las listas que pide la Justicia.
El médico especializado en fertilidad Nicolás Neuspiller, del Instituto Fecunditas, responde: "El pedido de Rabinovich carece de todo sustento fáctico y legal ya que lo inició en 1993, en base a recortes periodísticos y los 12 años transcurridos demuestran su improcedencia ya que nada ha sucedido que acredite la urgencia de que los pre-embriones corran peligro de sufrir un daño inminente y grave. Además, tanto la sentencia de primera instancia como la de Cámara han subvertido totalmente la naturaleza jurídica de la acción, viciándola de ilegitimidad, ya que ambas se atribuyeron facultades legislativas bajo el pretexto de cubrir un vacío legal, resolviendo cuestiones de fondo sin audiencia de todas las partes involucradas excediendo las atribuciones del Poder Judicial".
Susana Sommer, bióloga, profesora de Etica en la UBA y autora del libro Genética, clonación y bioética da su punto de vista sobre esta avanzada judicial: "Creo que pedir estos datos es una invasión a la privacidad y confidencialidad a la que tienen derecho las personas que encaran cualquier tratamiento médico. Además, me llama la atención que la gente se preocupe tanto por los embriones, que los quiera adoptar y que no les importe a los protectores de menores los chicos vivos desnutridos, sin educación y sin futuro".
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