Vie 05.08.2005
las12

SOCIEDAD

Retrato del futuro

La sociedad está envejeciendo, y no sólo en Europa. Sucede también en América latina y en un país como el nuestro, con una masa de asalariados reducida y una desigualdad social que bombardea los nudos de la trama social. En este contexto, las y los adultos mayores –los mismos que seremos alguna vez– quedan expuestos, como es visible en La Plata, en su extrema vulnerabilidad.

› Por Roxana Sandá


Los toman por asalto, les roban el poco dinero que guardan, les saquean las viviendas, los humillan, los castigan y hasta a veces los matan. Sólo en la ciudad de La Plata una treintena de ancianos y ancianas sufrieron asaltos violentos en lo que va del año y al menos en siete ocasiones perdieron la vida por resistir o simplemente por temblar de miedo frente a sus agresores. La lista interminable de parejas, hermanos, viudas y amigos que padecieron saqueos bajo un mismo techo descubre en forma grosera una verdad muchas veces silenciada desde lo institucional y lo privado, como es la situación de vulnerabilidad extrema a la que están sometidos los adultos mayores en la Argentina.

El barrio de La Loma dibuja una geografía de clase media platense trabajadora, repartida en casas bajas de estado decoroso, a primera vista amigable. Ni María Grazia Pisano, vecina de 74 años a quien el viernes último despertó el estallido de su ventanal y la imagen de dos encapuchados que la amenazaron de muerte para robarle ochenta pesos, ni un mes antes Francisco González y su esposa Nélida Orazzi, ambos de 67 años, despojados de sus ropas, alhajas y doscientos pesos a culatazos imaginaban siquiera que el propio lugar se convertiría en territorio extraño y atemorizante. “Resulta que ahora los viejos son los que tienen la plata y es tan fácil golpearlos. Todo el problema social que sumerge a la Argentina recrudeció con los robos... Hay tanta violencia física y verbal hacia los adultos mayores, una falta de conmiseración tan grande”, lamenta la farmacéutica Argentina Gutiérrez, jubilada de sesenta y pico por toda definición de calendario y cuarenta años como vecina de La Plata, su ciudad “aunque nos castigue y se ensañe”. Se apena esta mujer que estudia teatro, entre otras formas de expresar su vitalidad, porque entiende que hasta “en la tinelización de la burla a la gente mayor” se leen formas de violencia. Que de todos modos la confunden “porque todavía no logré descubrir si se trata de falta de educación o de respeto”.

La estadística oficial dice que el 80% de los adultos mayores envejecen de manera activa, productiva y saludable, ejerciendo derechos y obligaciones. Sin embargo, durante la Reunión Regional sobre Envejecimiento de la CEPAL, en Santiago de Chile, se concluyó que en América latina y el Caribe la adopción de medidas es urgente, puesto que desde la segunda mitad del siglo XX se inició en los países de la región un proceso de transición demográfica, expresado en descensos importantes de la mortalidad y la fecundidad. “Una de sus consecuencias es el envejecimiento de la población, que se produce cuando el porcentaje de personas mayores de 65 años está por encima del 7%. Y América latina está envejeciendo en un contexto caracterizado por la pobreza, la inequidad y una muy baja cobertura de seguridad social”, advirtió en ese encuentro la coordinadora nacional de la Red Mayor de Argentina, Silvia Gascón.

En el país hay 2.200.000 personas mayores de 70 años, de las cuales 350.000 no tienen ningún tipo de cobertura, pese a que las mujeres presentan una sobrevida de 22 años después de la jubilación y los hombres de 18. La novedad desalienta: “En países como la Argentina, que se ha caracterizado por su alta cobertura en jubilaciones y pensiones, se vislumbra que no será lo mismo para las actuales y futuras generaciones –concluyó Gascón–, estimándose que en los próximos 25 años y de no tomarse medidas adecuadas la población sin ninguna cobertura de la seguridad social podría ascender a un 60%”.

Del dato está bien segura la ex docente Delia Beatriz Giffi, de 66 años, cuando anuncia que “dentro de quince años no va a haber más caja de jubilación para nadie en la provincia de Buenos Aires. Me lo dijeron en el Instituto de Previsión Social y yo les creo, porque además ¿quién tiene trabajo hoy?, ¿quién va a poder jubilarse? Me pregunto de qué vale vivir cien años si no va a haber seguridad social para nadie. A veces pienso que nosotros vamos a ser los últimos jubilados, algo así como los Jurassic Park del sistema previsional”.

Desde hace tres años, Delia intenta fortalecerse contra la incertidumbre a través de la Red Mayor que integra junto con Argentina y otras cientos de compañeras, en un proyecto o desarrollado por el Instituto Universitario Isalud y la organización Help Age Internacional, y con el financiamiento del Banco Interamericano de Desarrollo, que articuló el proyecto para adultos mayores en otros cuatro países de la región. “Nosotros también somos responsables por la declinación social que golpea contra la tercera edad cada vez que no defendemos nuestros derechos o dejamos de exigir. Los viejos bajan la cabeza porque son viejos y muchas veces se decide y se elige por ellos; no se los escucha porque no importa lo que piensan, pero al mismo tiempo sostienen el presupuesto familiar con sus jubilaciones o terminan en la piecita del fondo de su propia casa, porque los hijos y los nietos se apropian de los espacios. Y esta realidad castiga tan fuerte como los asaltos a mano armada.”

Sobre esos atracos, el jefe distrital de la policía en La Plata, Juan Carlos Paggi, reveló que algunas de las víctimas habían caído bajo manos conocidas de vecinos, familiares, personal de limpieza o gente a la que “tenían de vista”. Y los gestos de confianza y los viejos códigos de honor, como los del padre de la delegada de un centro de jubilados platense, Sara García, que a los 92 años desdeña con movimiento de índice cualquier posibilidad de ser asaltado, “porque a mí los ladrones me respetan”, se derriten en cuotas cada vez que abre la puerta a un extraño.

El 22 de junio, varias organizaciones de adultos mayores de la provincia de Buenos Aires se reunieron con funcionarios de la Subsecretaría de Participación Comunitaria del Ministerio de Seguridad bonaerense, en busca de consejos sobre prevención. La directora del área de Capacitación de Foros de Seguridad, Graciela Pereyra, se encontró con que los mayores no alcanzaban a registrar las estrategias de cuidado que se les sugerían, “y pensamos que la dramatización podía ser otra manera de comunicar. Se armó una especie de puesta con un grupo de teatro de Villa Elisa y cuatro policías de la comisaría local, que se presentó dos veces para centros de jubilados de La Plata, Berisso y Ensenada”, las zonas más complicadas del delito contra los ancianos.

“Los adultos mayores sufren un fuerte impacto emocional al ser agredidos, golpeados, robados”, refiere la subsecretaria de Participación Comunitaria, Marta Arriola. “Sienten afectada su integridad, se sienten altamente vulnerados y, sobre todo, experimentan un fuerte sentimiento de aislamiento frente a estos hechos. Y el dispositivo de dramatización les gusta porque se identifican en las reacciones que observan en los actores. Las escenas reproducen ‘un antes’ y ‘un ahora’, destacan la necesidad de advertir los nuevos riesgos que vivimos, pero sin caer en actitudes paranoicas, sino todo lo contrario: cuidarse desde la participación y desde la identificación de otras organizaciones”. Por estos días ese organismo y la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia encaran una campaña comunicacional para difundir conceptos esenciales de seguridad y cuidados en red, según los principios establecidos por Naciones Unidas en 1991 y reformulados en Madrid en 2002, acerca de la independencia, participación, cuidados, autorrealización y dignidad de los adultos mayores. “Al tener que dar respuestas frente a estos casos de inseguridad se nos abrió un mundo nuevo, porque en el acercamiento a los adultos mayores nos encontramos con formas de violencia silenciadas, más comunes de lo que imaginábamos, como la violencia familiar o del entorno social.”

El año pasado, un profesor de la Universidad de La Plata fue jubilado al cumplir 55 años. Apeló la medida y ganó, pero cuando regresó para ocupar su lugar, la universidad se lo impidió. Apenas dos años mayor, Teresa Noto, una militante en el voluntariado para acompañamiento domiciliario afectivo de ancianos, sostiene “que la defensa del derecho a seguir trabajando no implica renunciar al derecho de jubilarse. La jubilación no debería ser un deber”.

Sin embargo, la presión de grandes “zonas” políticas de protección como la propia CEPAL, la Organización Panamericana de la Salud, el Programa de Envejecimiento de Naciones Unidas y la Organización Internacional del Trabajo no alcanzan para disuadir a los gobiernos regionales en cuestiones básicas, como el protagonismo que reclama Teresa para las personas mayores en su bienestar económico, la posibilidad de un ingreso mínimo y de su reinserción laboral. “La situación de vulnerabilidad de los adultos mayores tiene que ver con una situación social en general y con el incremento de la desigualdad, y en La Plata vemos que los hechos de violencia aparecen mucho más fuertes cuando hay desigualdad que cuando hay pobreza. La brecha en el continente americano se abrió tanto que la gente quiere matar. En contraposición, las personas mayores tienen otros códigos porque se criaron en barrios de puertas abiertas y ahora deben adaptarse a un mundo enrejado”, precisa Gascón, a cargo del área de Ciencias Sociales de Isalud.

Ese tinte de exclusión salpica a viejos y viejas en flancos extremos como la pérdida de voz propia en territorio familiar, la soledad, pensiones míseras y una sexualidad obligada a frustrarse. “Muchas mujeres asistimos a los talleres de educación sexual para mayores porque entendemos que la sexualidad puede mantenerse activa toda la vida”, confía Delia, que se inscribió en estos cursos para reprochar de alguna manera el modelo social que condena la sexualidad de los mayores. “El erotismo también madura y es una estupidez responder a la exigencia cultural que centra el encuentro sexual en la penetración”, reprocha Delia. “Solos, solas o en pareja, existen muchas formas de satisfacer los deseos y las mujeres deberíamos darnos una vida con mayores permisos.”

Por contraposición, en el debe de los hombres se abre un agujero negro que profundiza las diferencias de género a las puertas de la vejez. Desde los centros de jubilados que integran o representan y aun en plenarios y foros de tercera edad, Delia, Sara, Teresa y Argentina confirman la pisada mayoritaria de mujeres alegres, conflictivas, habladoras, conciliadoras. “Todas tenemos algo para decir o hacer; en cada encuentro se respira la necesidad de participar. Pero con algunos hombres es diferente”, coinciden.

“Las mujeres participan más de las redes sociales –confirma Gascón–, sobre todo estas mujeres mayores que han estado mucho tiempo en su barrio con sus amigas y vecinas: tienen un universo propio que va más allá del trabajo. Culturalmente están más entrenadas para armar este tipo de lazos. En cambio para el varón su mundo es el del trabajo y cuando lo pierde vuelve a la casa y le cuesta mucho participar. Ellos mismos dicen que en los centros de jubilados se hacen cosas de mujeres, se habla, se baila, se canta, se divierte.”

Precisamente, en los últimos años las organizaciones de tercera edad dirigieron sus esfuerzos hacia los varones jubilados que no logran reconocerse en la idea de que vejez no es sinónimo de pobreza, vulnerabilidad o discapacidad. “En todo caso –entiende Gascón–, la relación viejo-pobre es una variable que se asocia como resultado de una situación social de injusticia.”

Y esto se le revela a Sara todas las mañanas en la figura de su padre, “que se levanta y no hace nada”, o a Argentina cada vez que conversa con un compañero. “Cuando los hombres se jubilan sufren mucho, en la casa por ahí molestan porque son una figura nueva. Ven cosas que antes no veían, opinan sobre cosas sobre las que nunca opinaban. Pero, ojo, que las mujeres también cobran pensiones más bajas que los varones, muchas por viudez, y encima las comparten con los hijos. Están más expuestas al maltrato, al abuso económico, a la soledad. Y la casa está pero cuesta mantenerla, sobre todo para esas mujeres que quedaron solas y sin ingresos”.

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