TEATRO/TEVE
Erica Rivas está en un momento brillante y lo reconoce. Es que llegó, como suele suceder, después de haber aprendido a morder el polvo de la profesión de actriz, que puede ser de estrellas pero igual seca la boca. Ahora que se deja hechizar por la comediante que aparece cada noche en Casados con hijos y disfruta del teatro con Divagaciones, llegó el tiempo de la cosecha.
› Por Moira Soto
Otras figuras protagónicas de Casados con hijos ocupan portadas y espacios periodísticos, pero si hay una razón por la que vale la pena ver esta sitcom es la desopilante creación que hace Erica Rivas de su personaje. Sin recursos demagógicos y sin facilidades, ella ha construido una María Elena de tanto relieve y tan graciosa, que cada vez que tocan a la puerta de Pepe y Moni, una ruega al cielo que sea ella. Pero a la vez, esta joven y estudiosa actriz, que se ha abierto camino escalón por escalón, que ha estado mucho en la tele y menos en el cine, que en 2001 armó su propio espectáculo con textos de Marosa di Giorgio, ahora está encarnando a una de las Silvinas de Divagaciones, la delicada pieza de Inés Saavedra.
Si es verdad –como dice Terence Stamp– que los grandes actores, las grandes actrices transforman lo que miran, dominan la técnica para olvidarla, Erica Rivas está avanzando audazmente, desprejuiciadamente en esa dirección. Fue hacia lo desconocido al aceptar el rol de la ciclotímica María Elena en Casados... y así parió a la magnífica comedianta que se puede admirar a diario en la tele. Y estaba armando otro espectáculo sobre Marosa –que hará en el futuro– cuando fue convocada por Saavedra para estar en Divagaciones. Con el mismo espíritu abierto, la misma disponibilidad curiosa, Rivas se transfiguró en la joven y soñadora Silvina Ocampo. Paralelamente, esta chica que lleva puesto un precioso abrigo blanco pespunteado de los 60, que compró usado (“y tengo otros por el estilo que no sabés lo que son”) está conversando actualmente con Alejandro Urdapilleta, con quien comparte gustos y maestros, para hacer algo que todavía no saben muy bien qué será: “Por el momento, tiramos ideas, leemos a gente como Cocteau, probablemente nos internemos en la relación entre hombre y mujer, entre lo místico y lo profano... Estamos en la etapa juguetona, después vendrá la purificación”.
–¿Cómo se va de María Elena durante la semana en un estudio de grabación, a la Silvina Ocampo del fin de semana en el teatro?
–Mirá, se produce una especie de equilibrio en este balanceo. El teatro es mi medio natural, lo hago siempre que puedo, me interesa particularmente la poesía. Pero al mismo tiempo, hacer televisión puede ser bueno y provechoso para mí: en este caso, Casados... me llevó a sacar a la luz una parte mía que no había cultivado en la actuación. Cuando me tomaron el casting fue alucinante porque se trataba de un terreno nuevo para mí, no estaba segura de poder hacerlo. En el momento en que empecé la tira, no sabía que iba a participar en Divagaciones, obra que había visto el año pasado y me había entusiasmado. En realidad, estaba pensando en poner en escena una adaptación de un libro de Marosa, Rosa mística. Y me gustaba el estudio La Maravillosa, ese espacio para hacerla. Pero Inés Saavedra me llamó para un reemplazo, después de hacerle algunos ajustes a su pieza. Me propuso la más joven de las Silvinas y me fascinó. Aunque en mi casa había escuchado elogios sobre Silvina, nunca la había leído. Es cierto que sigue siendo una escritora un poco secreta, que vivió a la sombra de Bioy.
–¿Siendo ella superior al que proyectaba esa sombra?
–Sí, es lo que decía Borges, que ella era el verdadero genio. De todos modos, creo que Silvina quería esa sombra que le permitía jugar, estar al margen. Lo opuesto a su hermana Victoria, totalmente. Quizás ella habría sido igual sin Bioy, lejos de la farándula literaria. Aprendí mucho interpretando a Silvina, leyéndola. Es como que los fines de semana vuelo y durante la semana voy cayendo y te diría me entierro (risas) en las profundidades de cosas rarísimas que nunca pensé que era capaz de hacer. Incluso la metáfora podría formularse al revés.
–Sin duda, son dos polos opuestos: una sitcom popular con capocómico exitoso, y una pieza literaria que es casi una flor exótica.
–Sí, yo siento que todos los fines de semana cocinamos algo muy exquisito e invitamos a la gente a comerlo. Hacer Divagaciones es para mí puro placer, un lujo. Y en la tele está este hallazgo, esta revelación del humor. Por supuesto que en muchas de las cosas que he hecho aparecía alguna veta de humor y yo misma en la vida tengo ese sentido. Pero nunca lo había ejercido de forma tan específica.
–Al entrar en Divagaciones ya conocías la pieza y tu personaje y contabas con el respaldo de una directora talentosa como Inés Saavedra. ¿Cómo te las arreglaste en la tele, partiendo de cero y teniendo que crear un personaje y sostener sus transformaciones a través de los días y los meses?
–En este caso particular, hay un director –Claudio Ferrari– que se ocupa bastante de los actores, un hombre que también hace teatro, escribe. ¿Qué te puedo decir? Creo que el personaje me estaba esperando: me puse su ropa y apareció de repente. Justamente yo venía observando a este tipo de mujeres, inclusive empecé a escribir un monólogo con la impronta de María Elena. También te puedo comentar que a esta altura de mi trabajo como actriz ya no entro en ciertas disquisiciones, hay cosas que ya no me pregunto una vez que reconozco al personaje. Se me aparece en su totalidad, como si fuera dado. Y no me pongo a pensar a qué vengo, cómo voy, por qué. A esta soltura también ayuda el humor, este tipo de humor. Es como algo que se va aproximando a mí, y yo también me le aproximo, espontáneamente. Te aseguro: ahora me proponen que ella se haga mahometana, y se hace mahometana... Hay algo que se mueve en esa dirección sin que yo lo fuerce ni tenga que recurrir al manual como antes. De Silvina aprendí que las cosas tienen vida más allá de una, inclusive los productos de la imaginación.
–¿En algún momento te sentaste a dibujar el perfil de María Elena?
–Sí, claro. Ella es bastante errática porque se le juntan los distintos mandatos que recibimos las mujeres: intenta ser moderna y a la vez es puritana, tiene arranques feministas pero después se retracta. Dentro de lo que es la comedia, claro, tiene una cosa de Belle de jour, ambivalente. Creo que hay muchas mujeres así en este mundo, tironeadas entre diversos modelos. Si todavía seguimos agradeciendo cuando nos reconocen algún derecho ¿por qué, si se trata de algo que nos correspondía, que ya era nuestro? Las mujeres estamos siempre agradeciendo favores recibidos: a tu mamá, a tu papá, a tu marido, al colectivero, al Congreso... María Elena también manipula al marido, puede ser una nazi y luego tener gestos políticamente correctos. No sé por qué, pero yo creo que ella es hija de un milico, eso explicaría sus actitudes contradictorias, ese desequilibrio. Me gusta mucho el trabajo de los adaptadores, le están dando una vuelta al personaje que me inspira mucho.
–¿Cómo te llevás con el tema de la misoginia? Porque aquí no es que haya un personaje femenino fatal. Todas las mujeres son de lo peor, no tienen salvación.
–Precisamente, es todo tan extremo y obvio, que creo que no se puede tomar a la tremenda. Si fuera algo más solapado, ahí me surgiría la duda o el rechazo. Ya el título, Casados con hijos, es como una cárcel, una condena. El maltrato es mutuo, ellas también defenestran a sus maridos. Todo está teñido de un tono bastante oscuro, eso fue lo que me atrajo.
–¿Te parece que su negrura tiñe al género humano en general?
–Claro. Se pueden discutir algunos personajes, pero partiendo de la idea de que son caricaturas que no perdonan a nadie. Sin intentar justificarla, creo que María Elena, a través de sus facetas contradictorias, a través del humor puede incitar a la reflexión, al análisis. Creo que al modelar su conducta, yo también doy una opinión.
–¿De qué manera comprobás que funciona el humor en un estudio de grabación?
–Mirá, lo primero para saber que estoy en el buen camino es que yo me divierta. Luego, me interesa la opinión de los técnicos. Ellos son para mí la gente real, los considero mis aliados aunque me hagan objeciones. También me importa la respuesta de la gente en la calle, por supuesto. Y está la claque, pero no le creo tanto porque se ríen de todo, es su oficio. Un trabajo raro que yo no conocía para nada. Al principio, me quedaba mirándolos como espectadora, me causaban extrañeza. Mi hermana, que estuvo viviendo en Florencia, me contó que en los pueblitos cercanos todavía existían las lloronas. Llorar como trabajo es tan raro como reír en una claque...
–A Silvina Ocampo le habría encantado mirar a la claque...
–Seguro, ella tenía esa mirada tan personal. Sigo leyéndola, releyéndola, conocí cosas de ella que no se editaron. Creo que Silvina tiene algo que también está en Marosa, del orden de lo esotérico. Algo que protege y acompaña, que se mete en la pieza cuando la estamos haciendo. Mi trabajo es saber escucharlo. No lo digo de una forma metafórica sino concretamente.
–¿Cómo andan tus relaciones con el cine?
–Me gusta mucho el cine, pero hasta ahora las oportunidades han sido acotadas. Empecé a escribir con Leo Di Cesare el guión de una película en el contexto de las inundaciones de Santa Fe. Pero cuando se me juntaron televisión y teatro, tuve que parar. Quiero seguir con ese guión, creo que viene muy bien. Por ahora el título es Fe. Ahora se va a estrenar Chile 672, película de Pablo Bardawill y Franco Verdoia en la que participé desde el principio de la idea. Salió de un grupo de actores que nos juntamos a entrenar, la gente trabajó los fines de semana porque le gustaba el guión. Fue un trabajo de orfebre, algo muy artesanal.
–¿Es éste un momento de cosechar algunos frutos para vos?
–Está bueno el momento profesional que estoy viviendo, después de haber tenido todo tipo de experiencias, algunas dolorosas pero que me hicieron madurar un poquito. Las cosas me costaron, luché bastante, seguí estudiando. A veces veo a actores, a actrices que ya de una son glorificados y me da un poco de miedo, porque creo que no puede salir mucho de la nada. Por eso también amo mis cicatrices, las cosas ingratas que me pasaron en la profesión, que no han sido pocas. Pero son como esos amantes (risas) que te hicieron daño pero aprendiste, son parte de tu historia, son una marca aunque ya no los quieras. Contribuyeron a construirte, sobre todo si después sacás alguna conclusión de lo que pasó. Así llegué yo a ser lo que soy hoy, a amar todo lo que hoy amo. Y en este momento, hechizada con el nacimiento de la comedianta –me gusta decirlo en femenino– que llevaba en mí.
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