RESISTENCIAS
Más allá de las candidaturas para las próximas elecciones –que han despertado alguna curiosidad por “la cantidad de mujeres” en las listas–, lo cierto es que cada vez se ven más mujeres en las arenas de lo público. Aunque, claro, como en el caso de Raquel Blas, suelen ser demonizadas ya sea por su carácter como por su apariencia.
Por M. Z.
Desde Mendoza
Le dicen “la mujer de la boina”, pero también “activista repintada de rojo”, “nueva star del gremialismo combativo”. La señalan con el calificativo de “exaltada”, por ejemplo, cuando el ministro de Salud no la quiere recibir y ella se la agarra a golpes con la puerta de la oficina gubernamental. También cuando increpa vehementemente a funcionarios y sindicalistas en programas de televisión locales. Hace dos meses, un grupo de mujeres caminó firmemente detrás de ella, durante una multitudinaria marcha, todas con boina, como si se tratara de un pequeño y bullicioso ejército femenino. Muchas más cosas se filtran en su perfil: que es madre de dos hijos adolescentes, que tuvo un pasado ligado al Peronismo de Base, que ha sido docente en escuelas urbano-marginales, que estuvo en un gremio local de docentes y que se fue desilusionada, que luego, a través de Ctera, ingresó a ATE. Se trata de Raquel Blas, la secretaria general adjunta de la delegación del gremio de los estatales de la provincia de Mendoza. Una rareza en su tierra: aquí no hay memoria de alguna otra mujer que haya tenido tal presencia en la dirigencia política o sindical, en una provincia de tradición conservadora. Tampoco que una mujer se convirtiera en la principal oposición al gobernador radical, Julio Cobos.
Con su currículum como una estola, Raquel atraviesa la puerta de entrada tal como se la ve en las fotografías: la boina emblemática, la ropa oscura y larga, los aros enormes, el maquillaje vistoso. Mientras intercambia saludos con uno y otro, sube las escaleras hacia una oficina del segundo piso. Bastante tímida, el tono campechano le viene apropiado. Resulta difícil pensar que esta mujer de cuarenta años se ponga nerviosa delante de un grabador, cuando casi a diario, en los últimos meses, ha sido tomada por las cámaras y micrófonos de cuanto medio ha aparecido delante de ella. Raquel Blas es locuaz, pero esquiva cuidadosamente hablar de temas personales. Más bien prefiere charlar del trabajo sindical, junto a su pareja, Vicente Frezza, secretario general de ATE Mendoza, que camina en línea recta, de ida y de vuelta, ansiosamente, escuchando la voz de Blas.
–Los diarios dicen que es la enemiga número uno de Cobos.
–Lo terrible de esto es estigmatizar en una persona un conflicto que es colectivo. Me ha tocado a mí estar en este rol de representación por el lugar que estoy ocupando en ATE y justo fui la representante de la paritaria del sector de salud, que fue donde se desató el conflicto con mucha más fuerza porque es un sector muy postergado en la provincia. Entonces lo que intentó el Gobierno fue mostrar que había un problema de caprichos personales. En realidad lo que no se entendió fue que lo único que estábamos haciendo nosotros fue expresar un reclamo completamente colectivo que se termina de demostrar en la marcha del 20 de mayo. Ese día fue significativo para la figura de Raquel Blas. Fue una jornada de protestas en todo el país, pero en Mendoza la movilización fue inusual. Los hospitales provinciales mantenían una huelga que llegó a durar tres semanas, y a ellos se unieron alrededor de cinco mil personas que caminaron por las calles de la ciudad. La marcha puso blanco sobre negro: la remontó rápidamente, como una dirigente que estaba jugando un papel central en la política provincial. Los estatales de la salud obtuvieron el compromiso del Gobierno respecto de los reclamos salariales. Pero el rostro de la protesta fue el de Blas. “Hubo uno que me comparó con el Che –comenta con una carcajada, refiriéndose a un periodista de un diario local– pero no el de la Revolución Cubana, sino el que se fue a morir en la selva boliviana. Fue una estrategia del oficialismo..., fue como decir ‘éste es el bicho’, ‘el cuco’, el que se viene con la revolución armada. Nos dicen que somos anarquistas, que estamos volviendo al presindicalismo, como que estábamos rompiendo las reglas del sistema porque hacíamos asambleas.”
Blas se ligó al activismo a los 17 años, cuando comenzó a trabajar con un sector del Peronismo de Base: “Me identificaba con el marxismo y tenía un tío mío que no podía ver un marxista en serio que no fuera peronista. Me contaba su historia, cuando él iba descalzo a la escuela y todo lo que había significado el peronismo como un ascenso social de las clases más humildes. También lo que me contaba mi papá de las épocas de los delegados de base, la pelea de los trabajadores. Empecé a entender cuál era el rol del peronismo frente a la distribución de la riqueza. De eso a encontrar en el PJ algo que se pareciera no hubo nada”.
A mediados de los ‘80, junto con su marido e hijo, se fue a vivir a la villa de emergencia Las Tablitas, ubicada en el conurbano mendocino. “En ese momento había niveles de solidaridad que yo no había visto en mi barrio nunca –recuerda en tono íntimo, una vez que Frezza sale–. Si había una caja de leche se compartía entre todas las vecinas, si una tenía un kilo de papas y la otra un kilo de carne se hacía una comida con todo. Yo me tuve que ir de ahí porque tuve una hepatitis que casi paso para el otro lado, no me di cuenta ni siquiera... Me llevaron en una ambulancia, tuve que estar un año en reposo absoluto, le tuve que sacar la teta a la nena, un desastre. A esa casa me ayudaron a hacerla los chicos de ahí, con adobe, tuvimos que cortar las cañas, todo. Imaginate que yo tenía una letrina igual que todo el mundo, y como tenía una letrina, no me di cuenta de que tenía hepatitis, porque vos no ves para abajo. Yo me sentía medio mal, pero decía ‘será algo que he comido y que me ha caído mal’. Entonces un día no me pude levantar, y no sabía qué puta era, no me podía ni mover. Tenía la bebé y todo, es más, ya se me estaba yendo la hepatitis.”
–¿No estabas amarilla?
–No te das cuenta, porque como te falta el agua, porque vivís metido en la tierra. Es otra dimensión en la que vivís, que tiene algunas cosas solidarias y otras terribles.
Su carrera posterior en el sindicalismo le ha otorgado tantos detractores como seguidores, aunque la dimensión que ha ido adquiriendo la figura de Raquel Blas en los últimos meses no deja de desconcertar. Están quienes le reprochan su incapacidad para el diálogo, su postura intransigente. Otros alaban su astucia y carisma para llevar adelante los reclamos de los estatales, dentro de un sindicato nada homogéneo. Ninguno, sin embargo, deja de observar su legitimación en el escenario político de la provincia. Quizá también porque nadie tenga memoria de que otra mujer en Mendoza haya alcanzado el lugar que ocupa Blas. Alguien que, a pesar de las réplicas de una tradición política viciada, contradice con la convicción de los que han quedado relegados. Claro que, teniendo en cuenta su popularidad, la rodean las preguntas acerca de su participación en listas partidarias. Hay cosas que “la política tradicional no las puede entender –niega rápidamente– y, como no las entienden, pasa lo que pasa: un nivel de internismo, de preocupación por la rosca partidaria. Y abajo siguen un montón de problemas sin resolver. Yo les digo, si yo me corro ahora, me pisa un auto ahora, esto va a seguir, no se va a terminar. No es un problema de figura.”
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