Vie 26.08.2005
las12

SOCIEDAD

Arroz con leche, me quiero divorciar

En épocas en que lo que se llama “nuevas familias” parece ocupar toda reflexión sobre vínculos, pensar sobre el divorcio parece anacrónico. Sin embargo en la disolución de las parejas constituidas legalmente hay tela para cortar en cuanto a los desequilibrios entre varones y mujeres que sobreviven a cualquier nueva organización. Inequidades que, como en la mayoría de los casos, tienen consecuencias tanto para unos como para otras.

Por Noemi Ciollaro


En algún momento de las entrevistas aparecen las fotos, en su mayoría muy bien guardadas. Otras, enmarcadas, cuelgan de las paredes o yacen sobre repisas y mesas ratonas. Son pedazos de vida, del pasado, instantes cuajados en el alma, en esos espacios en los que se acurrucan el dolor, el fracaso, la insensatez, el vacío, la marca, la liberación. Nunca, dicen, el olvido.

Las imágenes muestran a mujeres y hombres en el momento de contraer matrimonio. Fotos antiguas en las que se ven sonrientes, abrazados, posando para la eternidad. Velos, tules, bouquets, satenes o gasas, puntillas, largas colas de metros de tela blanca rodeando, como en un nido indestructible, a la pareja unida hasta que la muerte los separe.

“Nada que ver con lo que fue la realidad –ironiza, con un retrato de su casamiento en el regazo, Susana Laurenti (57), divorciada hace dos años de Juan (59), tras una separación de casi cuatro–. Me costó mucho divorciarme, no podía aceptar nada, me sentía paralizada, no podía abrir la mano y soltarlo, desprenderme definitivamente de él y de una historia demasiado fuerte. Pero lo logré, y ahora siento paz, alivio, las cosas tienen otro orden. Estoy sola. Es eso, así de simple. Tengo a mis hijos, mi trabajo, amistades. No tengo pareja en este momento, elijo lo que hago, a veces disfruto y otras siento un vacío profundo y añoro ecos de la familia, de cuando todo parecía cálido y perfecto, de los domingos, la mesa grande, los chicos. Pero eso es el pasado, y de perfecto no hubo nada. No es fácil, pero me siento en paz.”

Susana, como tantas otras, se casó muy joven, ella y Juan se conocieron en la facultad, noviaron dos años. Ambos tenían la carrera de medicina a medio recorrer. El se recibió, ella abandonó al nacer el primero de sus cuatro hijos. Cuando el último tuvo diez años empezó y terminó radiología, profesión que ejerce. El es un médico exitoso, convive con una mujer muchos años menor, y hasta la concreción del divorcio “me manipuló económicamente utilizando a nuestros hijos como instrumento de negociación; ahora las cuentas están claras, con las ganancias y las pérdidas, que no son sólo dinero, sino tiempo, la vida, la juventud de una invertida en la convivencia y la familia”, reflexiona Susana.

“No sé si hay una diferencia marcada en la forma en que hombres y mujeres llegan al divorcio. Sí la hay en cuanto a lo que se pierde –dice a Las 12 Laura Lueiro, licenciada en Psicología y especialista en jóvenes y adultos–. Las mujeres tienden a sufrir más la soledad, la pérdida de un referente en su casa, en su estructura familiar, en cómo se van a arreglar de ahí en más, cómo van a hacerse cargo de los chicos si los hay. Los hombres, en general, lo que sufren más, por cómo está armada la situación cultural y judicial, es la pérdida de la familia como tal. Esto es lo que los conmueve, la pérdida de la casa, la convivencia con los hijos, quedara fuera. Pero lo que complica a ambos es la sensación de fracaso, quedarse solos; a veces vienen a la consulta con la pregunta: ‘Bueno, qué hacía yo ahí, qué pasaba, por qué me enamoré de esta persona, por qué armé esta familia de esta manera’, lo que es muy importante no sólo para tramitar la situación de divorcio, sino a futuro, porque si no hay una revisión de qué es lo que pasó, la probabilidad de que se repita la historia es muy alta. Si existe una diferencia entre hombres y mujeres, es que el hombre pierde el hogar y la mujer pierde a su compañero y queda sola”, concluye Lueiro.

En Melancolía de la familia (Residencia en la tierra II), Pablo Neruda simbolizó la pérdida con belleza infinita, “yo sé que hay grandes extensiones hundidas/ cuarzo en lingotes/ cieno/ aguas azules para una batalla/ mucho silencio, muchas/ vetas de retroceso y alcanfores,/ cosas caídas, /medallas, ternuras,/ paracaídas, besos...”.

Desigualdad y Justicia

Con menos poesía, la abogada Cecilia Grosman, titular de la cátedra de Derecho Civil en la UBA, afirma: “El problema fundamental ante la ruptura es que a pesar de que la ley establece un principio igualitario que dice que hombres y mujeres tienen las mismas responsabilidades tanto en el matrimonio como después de la ruptura, en la práctica se genera una verdadera situación de desigualdad respecto de la mujer. Numerosas investigaciones prueban que los hogares con madres solas –tras separarse los hijos en general quedan al cuidado de ellas– sufren un descenso en el nivel de vida, una situación de pauperización. Ocurre incluso cuando el padre tiene dinero y obedece a varios factores: las mujeres tienen dificultades para acceder al mercado laboral porque se dedicaron al cuidado de los hijos y el hogar y no tuvieron la posibilidad de capacitarse y seguir adelante con su desarrollo. En un alto porcentaje el hombre no cumple con su responsabilidad alimentaria respecto de los hijos, aproximadamente sólo lo hace un 30 por ciento, en el resto es incumplida total o parcialmente. Cuando la mujer tiene que acceder a la Justicia nada le resulta sencillo, es un largo proceso, no son muchas las que acuden a los tribunales, hay que tener asistencia jurídica y la gratuita no abarca las necesidades. Cuando lo logran porque el hombre no cumplió con su responsabilidad de manera voluntaria, las sumas que se fijan no responden a las necesidades del grupo familiar, y si hay varios hijos las cuotas alimentarias no se diferencian demasiado. En definitiva, a mi criterio la mujer sufre una real situación de desigualdad, no sólo porque el padre deja de cumplir con sus responsabilidades, sino también porque en muchos casos tampoco se hace cargo del cuidado de los hijos, y la mujer debe hacerlo sola o con ayuda familiar. Si trabaja es una sobrecarga extenuante, y si no lo hace es aún más difícil”.

Mas mujeres dicen basta

En otras fotos los recién casados muestran con gesto triunfal la libreta a la salida del Registro Civil, esa que dice y rubrica que a partir de atravesar esa puerta son marido y mujer. Firmas de jueces y testigos dan fe de que esa unión se ha legalizado y el recitado monótono de la autoridad ha expresado que deberán permanecer juntos y ser fieles “en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad”.

El abogado Ricardo Monner Sans, que patrocina desde 1958 a incontables cónyuges, bajo las diferentes leyes vigentes sobre divorcio en cada época, afirma: “En la actualidad vienen más mujeres que varones a tramitar sus divorcios, pero lo cierto es que la mujer, que sigue siendo el dato más débil de la sociedad argentina, recurre buscando confianza y seguridad. Habría que hacer la historia de cómo era el divorcio en las situaciones de pleno empleo y cómo es en los tiempos de exclusión social y de empobrecimiento de los sectores medios. Hoy la mujer llega intolerando la situación matrimonial por muchos factores, pero lo externo al matrimonio es mucho más intenso que antes. El pleno empleo de otros tiempos atenuaba los temores al futuro, el poder proyectar creaba una situación de certidumbres y estabilidad que ya no existe. Hoy hay un desasosiego que provoca que todo eso tenga un mayor peso que la típica infidelidad o temas por el estilo. Sí, siempre fue más probable que él ande con fulana, y no ella con fulano. El tiene, en promedio, más autonomía de vuelo funcional y económica y entonces está más en circulación que la mujer, aun en las mujeres que trabajan y tienen una vida muy activa, pero el tema de los hijos pesa mucho en relación con la mujer. Hay casos donde él crece afuera y ella queda siendo la excelente muchacha de barrio y cuando se casaron eran iguales, pero la vida los cambió, los puso en muy distintos lugares; y ella se torna casi violenta, ama el éxito del otro en tanto el otro esté con ella amándola, pero en definitiva no lo tolera y quizá eso sea una consecuencia de la postergación”.

“Alejandro y yo nos conocimos en el ‘80, éramos vecinos –relata María Mercedes López (45), diseñadora gráfica–. El noviazgo superó los diez años, pero cuando el bicho de la convivencia me picó, todo salió a pedir de boca, hasta la compra de la casa. A los seis meses nos casamos, y yo intentando armar la casa, soñándola llena de chicos que nunca tuvimos con el hombre que amaba. La convivencia fue divertida y pasional pero nunca dejé de ser su sombra. Su actividad laboral cambió y yo emprendí otra tarea. Comenzó el distanciamiento y por último el abandono afectivo. “Empecé a notar que en esta pareja éramos más que dos, e inicié mi búsqueda de pruebas para confirmar el desamor, tanto de su parte por el engaño, como de mi parte por aceptarlo en voz baja. Cuando tuve elementos lo hablé con él con la intención de reparar. Pero al mes nos separamos. Hoy evalúo que mi matrimonio no fue bueno, la culpa la tuve yo, la promotora del casamiento y quien más esfuerzo puso, así no se sostiene una relación. Alejandro ahora es un desconocido para mí, tenemos buen trato, pero la persona de la que me enamoré no es ni parecida a la que me dejó hace más de cinco años. No nos divorciamos, eso no me preocupa. Hoy digo que al amor no renuncio aunque me vuelva a equivocar.”

La psicóloga Lueiro sostiene que “cuando no hay hijos la cosa es de otro orden, pero en todas las situaciones el punto común es el duelo, la pérdida de algo, tanto en el tránsito de la separación como a posteriori. Es un duelo equiparable al de una muerte cercana, porque se perdió no sólo la pareja, sino también un proyecto, las ilusiones que implicaba, la idea de un futuro. Cuando hay niños, los padres, en el mejor de los casos, tienden a pensar qué es bueno para sus hijos más allá de lo que a ellos les pase, hay parejas que consultan cómo pueden manejar las cosas para perjudicarlos menos. Pero hay otros que negocian sobre sus hijos como un bien más, los chicos quedan como objetos de cambio, de negociación, de retención, de extorsión, es grave”.

La alternativa de dar fin a un matrimonio mal llevado aumenta sin pausa, así lo demuestran las estadísticas provistas por la Cámara Nacional en lo Civil de la Ciudad de Buenos Aires: en 1998 ingresaron 7567 demandas de divorcio; en 2002, 6163 (el descenso registrado se atribuye a la situación de crisis desatada en diciembre de 2001); sin embargo volvió a aumentar en 2003, con un ingreso de 7517 demandas. A su vez, el Registro Civil porteño informó que en lo que va del año se presentaron arriba de 1900, incremento de más de un 30 por ciento si se lo compara con los primeros seis meses del 2003. En contraste disminuyen año a año los porcentajes de casamientos y quienes lo concretan tienen un promedio de más de 30 años, cuando no hace demasiado tiempo oscilaban entre los 20 y 25.

Autoridad parental compartida

“La que con más frecuencia inicia el divorcio es la mujer, pese a que el quiebre obedezca a una conducta del hombre. Es muy difícil determinar quién es culpable de que un proyecto de vida haya fracasado, son complejos los divorcios contenciosos –evalúa Cecilia Grosman–. En general se evitan porque produce situaciones perjudiciales para los hijos, se ventilan situaciones privadas desagradables y acusaciones mutuas. En esto también hay desigualdad, aunque la mujer trabaje, muchas veces el hombre tiene actividad comercial, industrial e integra sociedades donde es muy difícil identificar los bienes o las acciones de esa persona. No se hace una división igualitaria, no se valora el trabajo doméstico de la mujer, aunque actualmente hay muchos fallos que sostienen que se debe valorar el aporte personal para la manutención y la crianza de los hijos. Pero en general el hombre con más ingresos y bienes considera que lo que ganó es de él y moralmente no siente la responsabilidad de compartir y los oculta. El Estado tiene la obligación, que no cumple adecuadamente, de brindar apoyo e infraestructura a las mujeres que llevan adelante su hogar. Por otra parte, creo que hay que establecer el ‘beneficio de la autoridad parental compartida’, en reemplazo del sistema de tenencia unipersonal que es el que rige en la Argentina y que en general recae en las madres. Si los padres toman la decisión de compartir la tenencia, los tribunales lo aceptan, pero en nuestra ley sigue existiendo el estereotipo de que la madre debe asumir el cuidado, la crianza y la educación, mientras que al padre le queda una supervisión, una cuota y el derecho de visita. Me inclino por un modelo que está muy desarrollado en el derecho comparado y que es el de la tenencia compartida o alternada. Esto beneficia a los padres e hijos y está vigente en muchos países.”

No obstante hay quienes logran mantener una buena relación tras la ruptura y el divorcio, Claudia De Blasi (41), docente, se puso de novia a los 16 años y estuvo casada más de seis, “en total nuestra relación duró quince años, me separé a los 32, nuestra hija tiene 12 años, pero cuando nos separamos tenía 3. Creo que lo importante cuando uno se separa es lo que hace y no lo que dice en relación con los hijos; mi hija cuando le anunciamos que ya no íbamos a seguir juntos, contestó: ‘A mí no me importa lo que hagan, yo los quiero a los dos’. Fue duro, pero desde un primer momento nos vio unidos en todo lo que tenía que ver con ella. El y yo nos seguimos llevando muy bien, nos divorciamos, y eso nos costó, había necesidad de hacerlo porque él se casó nuevamente, pero hablamos, acordamos, no hay nada firmado en cuanto a régimen de visitas. Hay que ordenar, es bueno, y el divorcio da un orden que sirve para todos, pero cuesta llegar a esa instancia. Nosotros decidimos la tenencia compartida y eso es muy bueno para nuestra hija. Nos separamos porque la relación se convirtió en amistad, como ser hermanos, y eso nos decidió, pero nos queremos mucho y eso no se destruyó, sé que no es lo habitual, pero es así”.

“He tenido consultas el año pasado de muchas mujeres con largos años de matrimonio y queriendo divorciarse; la pregunta es si el hartazgo matrimonial está causado por situaciones internas del vínculo o la razón es algo como qué me queda de aquí al futuro para vivir un poco mejor, no económica sino humanamente. En qué punto hay una idealización de que sacándome a este tipo que lo tuve 30 o 40 años a mi lado, no necesariamente forme pareja, pero sí una vida mejor. Creo que idealizan la hipótesis de la liberación, casi no recuerdo haber tenido consultas de varones mayores”, afirma Monner Sans.

Lo que queda claro es que el divorcio sigue siendo un recurso de las capas medias. En los sectores más pauperizados hay menos casamientos y casi no se concretan divorcios. Las mujeres quedan a cargo de todo y como pueden se constituyen en jefas de hogar, esa categoría cada vez más extendida a la que no llegaron los supuestos beneficios de la era global, fenómeno en el que cuestiones como la equidad, el amor y el desamor no tienen agenda.

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