Vie 23.09.2005
las12

SOCIEDAD

Ni errores, ni excesos

Un niño y una niña murieron la semana pasada a causa de los golpes que les dieron quienes estaban a cargo de su cuidado. Dos casos emergentes en una sociedad –global– que todavía considera que la infancia debe ser disciplinada y escarmentada como parte de su educación y en un país en el que todavía se discute si niños y niñas son sujetos de derecho o incapaces a tutelar.

› Por Sonia Santoro

Mejor que llore ahora y no cuando sea grande”, “más vale una cachetada a tiempo”, “con sangre la letra entra”, “hay que enderezar la rama...”, “a mí me criaron así, y acá estoy”, “me vuelve loco”, “se porta mal”, “es rebelde”. Aunque cada vez esté menos aceptado socialmente, las formas de justificar el castigo físico persisten y adquieren múltiples variantes. Los pretextos giran sobre dos ejes: se busca disciplinar a los chicos o se les echa la culpa de la “descarga” de los padres. Del otro lado, niños y niñas empiezan a decir lo que les pasa cuando son víctimas sistemáticas de castigos por parte de quienes debieran protegerlos: “Me siento mal y me da mucha bronca”, “me duele y me escondo”, “me porté mal”, “tengo miedo”. Pero en algunos casos, como lo puso en escena Ludmila, la beba de 4 meses que murió producto de una paliza dada presumiblemente por sus padres, no hay tiempo para hablar. Y lo que se impone es el silencio de una muerte anunciada.

“Le dimos la mamadera y la acostamos a dormir”, dijeron los padres de Ludmila, una estudiante de kinesiología de 21 años y un trabajador desempleado de 22. “Se golpeó jugando”, explicó la madre de un chiquito santiagueño de dos años. Los dos tenían lesiones gravísimas que les produjeron la muerte.

Ante casos tan extremos, toda justificación parece grotesca. Sin embargo, hay una serie de mitos, prejuicios y costumbres que hacen que el castigo físico esté mucho más aceptado de lo que se puede llegar a creer.

En el caso de Ludmila, la abuela ya había denunciado que la beba padecía malos tratos y además había llegado al hospital con una fractura en un brazo dos meses atrás. “Ahí el problema es plantear la familia ante todo. En otros países esto no pasa, la nena sale temporariamente y se analiza qué pasa en esa familia. En general, hay avisos”, opina María Inés Bringiotti, doctora en Filosofía y Letras, directora del Programa de Investigación en Infancia Maltratada, de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) y docente de Posgrado de Especialización en Violencia Familiar de la misma institución.

Un par de semanas atrás se conoció el caso de un padre rosarino que azotó con un cinto y el cable del televisor a sus hijos de 8 y 10 años y fue condenado por la Justicia a pagar una multa de 1000 pesos. El hombre admitió que usó el cinturón “con violencia porque se descontroló y no se pudo dominar”. “La Justicia lo multó no por haberlo castigado sino porque se excedió, o sea que si no se excedía estaba bien”, señala Bringiotti.

Marisa Villarruel, psicóloga y coordinadora de la Defensoría de Flores dependiente del Consejo de Derechos de niñas, niños y adolescentes (CDDyA) de la Ciudad de Buenos Aires, recibe permanentemente casos de chicos golpeados. Si bien hay muchos adultos que no dicen abiertamente que les pegaron a sus hijos porque saben que está sancionado socialmente, hay otros para quienes está naturalizado, señala. “Con mucha frecuencia escuchamos ‘mis padres me criaron así, y acá estoy’. El golpe cumple una función. Cuando no funciona el recurso de la palabra y lo otro es más natural, ellos creen que funciona el golpe. O cuando el adulto no puede poner límite. Y está naturalizado porque cuando se los confronta con que lo que ellos pretendían corregir no cambió, no tienen mucha respuesta. Hay otras posiciones que responsabilizan a los chicos: ‘ellos lo buscaron, me provocaron’, ‘se van de la casa’, ‘no van al colegio’ o ‘ya no sé qué hacer’. También es cierto que hay muchos adultos que si bien al inicio niegan absolutamente o justifican, una vez superada la crisis, saben que están en falta y se puede empezar a hablar y tratar de pensar de qué se trata eso. Y a veces hay situaciones en que se va haciendo una espiral, el chico se porta mal en la casa y en la escuela y entonces vuelve a ser maltratado porque se porta mal en la escuela. Entonces, se va amplificando la situación hasta que una institución la detiene. Ahí hay que empezar a despejar de qué se trata, y acompañar, a los adultos también.”

En el Estudio Retrospectivo del Castigo Físico en la Niñez y Adolescencia y actitudes actuales acerca del mismo en alumnos universitarios (2001/2002), un trabajo que se hizo en países europeos, americanos, africanos y latinos, y que en la ciudad de Buenos Aires dirigió Bringiotti (en Argentina se estudió también Córdoba), se avanza un poco sobre la naturalización de los castigos físicos como método disciplinario. En Capital Federal se relevaron 450 alumnos universitarios de las carreras de biología, ingeniería, psicología y biobliotecología. El 70 por ciento era de sexo femenino, la edad promedio 25 años, la mayoría dijo pertenecer a una familia católica y el 80 por ciento se había criado con ambos padres biológicos. La edad media de los padres era de 53 años y el 30 por ciento de ellos tenía estudios terciarios y/o secundarios.

El 55 por ciento de los encuestados admitió que recibió castigos físicos en la infancia. El período de mayor castigo fue entre 6 y 11 años, aunque el 35 por ciento dijo que recibió castigo físico antes de los 6 años. Preguntados por qué tipo de castigo recibían, el 25 por ciento dijo que recibió golpes en la cola, en la cara, en la cabeza, en las orejas, en manos y brazos; el 12 por ciento dijo haber recibido tirones de pelos, patadas, sacudidas, pellizcones y golpes a repetición, y un 5 por ciento mencionó latigazos, puñetazos y amenazas con cuchillos y armas.

Lo interesante del trabajo, señala Bringiotti, fue ver cómo justificaban el castigo. El 55 por ciento de los consultados dijo que “fue después de un mal comportamiento”. Lo que no se puede saber es si habrá sido un mal comportamiento realmente o lo habrán internalizado de esa forma. Para el 25 por ciento de los consultados, el castigo sobrevino después de haber intentado otros métodos, mientras que para el 12 por ciento ocurrió mientras se portaban mal. Pero para un 5 por ciento el castigo apareció “sin relación al comportamiento”.

Esto en cuanto a su infancia, unos 20 años atrás. Pero el trabajo revela también que gran parte de los estudiantes universitarios en la actualidad seguían justificando el castigo físico hacia los chicos. El 90 por ciento estuvo de acuerdo con que ya que el castigo físico puede tener consecuencias negativas, se debe detener esta práctica; pero un 10 por ciento no estuvo de acuerdo con esta afirmación. En la misma línea, el 88 por ciento estuvo en desacuerdo con que si no les pegas a los chicos, salen mal criados; pero un 12 por ciento estuvo de acuerdo. El 85 por ciento dijo que el castigo físico no debería estar permitido contra un 15 que si lo aprueba. Otro aspecto a tener en cuenta es que el castigo físico fue más justificado en la casa que fuera. El 19 por ciento dijo que dentro de la casa está justificado. El 20 consideró que es necesario como método de disciplina y el 16 por ciento no estuvo de acuerdo con que “ya que el castigo físico no elimina los problemas de disciplina, la sociedad debería abolirlo”.

El maltrato infantil es tan antiguo como la humanidad. Recién en la década de 1960 fue reconocido como tal. Dentro de él se incluyen tanto el castigo físico en sus múltiples variantes, como el emocional o psicológico, el abuso sexual y el abandono. Para que sea maltrato, explica María Elena Naddeo, titular del CDDyA del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, se debe estar ante “una actitud permanente y sistemática, no es un episodio aislado”. ¿Y quiénes son los o las maltratadores? En Malos tratos contra niños y contra niñas en Abuso sexual y malos tratos contra niños, niñas y adolescentes (Espacio editorial), Eva Giberti comenta que a mediados del siglo pasado se hablaba de la niñez como “un período etario necesitado de ser dirigido, corregido y orientado por los adultos, desde una perspectiva tutelar, salvacionista, sin consideración alguna acerca de sus derechos” y se adjudicaba “la frecuencia del maltrato a psicopatologías de los padres, hasta que los estudios permitieron reconocer que el maltrato no estaba obligatoriamente ligado a psicopatologías sino a otras razones habituales de la dinámica familiar”.

“En la década del 60 llevamos a cabo una encuesta que se inició en el Hospital de Niños –explica–, donde se interrogaba a madres de clases populares, e incluyó dos consultorios privados (clases altas y medias), intentando sondear las respuestas acerca de los castigos mediante los cuales sancionaban a sus hijos. Supusimos que ellas deformarían sus respuestas y que nos negarían sus prácticas violentas. No sucedió de ese modo. El 98 por ciento de las madres admitió castigar a sus hijos de diversas maneras, aun sabiendo, según consta en las respuestas, que el castigo no educa y que además ellas pegaban cuando ‘se ponían nerviosas’.”

El Programa de Investigación en Infancia Maltratada, que dirige Bringiotti, llevó adelante otro trabajo: investigación epidemiológica del maltrato infantil en Capital Federal. Escuelas dependientes de la Secretaría de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (2005). Se detectaron 1590 casos de maltrato, el 17 por ciento en nivel inicial (guarderías maternales y jardines) y el 83 por ciento en primaria. Se encontró que el 25 por ciento de los chicos presentaba atraso o repitencia y apenas el 55 por ciento estaba recibiendo atención. Comparando la muestra con otra realizada 10 años atrás, se encontraron un 36 por ciento más de casos a pesar de haberse relevado 12 escuelas menos (un 20 por ciento) y la diferencia se acentuó en el nivel inicial donde la diferencia fue de 110 por ciento. ¿Esto significa que aumentaron más los casos de maltrato? No se puede saber. Javier Indart, pediatra de la Unidad de Violencia Familiar del Hospital de Niños Pedro Elizalde, observa que los casos que llegan a su servicio son de menos gravedad. En lo que sí coinciden los especialistas es en que el tema está siendo más visible y por lo tanto hay más denuncias, aunque no todas las que sería deseable.

Sí persisten ciertos mitos o prejuicios que facilitan la continuidad de estas prácticas. Bringiotti enumera algunos: “Considerar que los hijos son propiedad de los padres, que el hombre tiene derecho sobre la mujer y los hijos, y todos los refranes y mandatos culturales y religiosos que avalan todo esto; porque el sustento es el modelo patriarcal de dominación. Frente al que aparecen los derechos de los niños, mujeres y ancianos”. Naddeo plantea que si bien se ha ido diluyendo todavía está presente el mito de que los chicos fabulan y crean fantasías sobre estas cuestiones.

Lo que está claro es que es imprescindible intervenir. Porque el maltrato en todas sus formas deja secuelas a futuro. “En la subjetividad de los chicos –explica Naddeo–, que son muy negativas en su evolución posterior: temores, limitaciones en reacción con los demás, traumas. O sea que además de que es dañino en el momento, puede generar lesiones y dejar secuelas negativas para el desarrollo normal posterior.”

Y también pensando en la prevención, porque cuando se corta el circuito de violencia, se corta también la posibilidad de que ese chico se transforme en un adulto violento.

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